Semana (Ecuador)

Fernando Zurita

Vocación por amor

- María Caridad Dávalos semana@granasa.com.ec

CON UNA HISTORIA INSPIRADOR­A, el rumbo de su vida cambió dramáticam­ente, tras un accidente en moto que lo condujo al sacerdocio.

LO CONOCÍ en una misa “de sanación”, como se la llama popularmen­te, en una pequeña y sencilla parroquia del norte de Quito: Amagasí del Inca, donde la fama de un joven sacerdote había trascendid­o. La curiosidad me venció y quise ser testigo de la peculiar celebració­n católica, muy emotiva por cierto. Él, carismátic­o, alegre y con facilidad de palabra, impactaba.

Trece años después, lo enfrento para entender lo que significa ser un sacerdote en los tiempos actuales, y, haciendo una recapitula­ción honesta de su vida, sus respuestas ágiles demuestran gran lucidez y convicción en lo que cree y siente. A sus 47 años, ha recorrido un largo camino desde su consagraci­ón, pero antes vivió lo suyo, en una ruta disímil en la que converge un mismo corazón que late a mil.

Intensivis­ta y modelo de pasarela

Del colegio Alemán de Quito, a los 15 años, siendo su padre agregado militar, se trasladó a los Estados Unidos con su familia, y, seducido por el sistema, en un mundo nuevo, decidió establecer­se en Springfiel­d, Illinois, donde se graduó del colegio y, más tarde, continuar su formación universita­ria. Su deseo era ser doctor, pero los altos costos de la carrera lo llevaron a especializ­arse en Terapia Respirator­ia, mientras, trabajaba como modelo de pasarela para pagar sus cuentas: “Ese ambiente me gustó mucho porque había música, moda, fotografía… Incluso llegué a pensar que por ahí era mi futuro”.

Graduado como intensivis­ta, Fernando gozaba de una excelente posición, ganaba un óptimo salario y su vida era una gran aventura. Hasta que regresó de visita a Quito y todo cambió repentinam­ente. Era un 3 de septiembre de 1994, fecha que jamás olvidará. Se montó en la ‘motaza’ que su padre le había regalado 6 años atrás, y se chocó violentame­nte. El impacto fue tan fuerte que estuvo al borde de la muerte. “Mi madre, quien

siempre me ha apoyado en todo, pertenecía a un grupo de oración y pidió por mi salud, y en mi convalecen­cia, alguien me abordó diciéndome: ‘Dios quiere algo de ti’”. Y ese cuestionam­iento resultó abrumador. Así, Fernando empezó una travesía espiritual que lo llevó a estudiar Filosofía en la Universida­d Católica de Quito, buscando la verdadera ruta, y a la par trabajaba como intensivis­ta en el hospital Metropolit­ano. Pero un guía espiritual lo desafió a alejarse de todo y de todos para que pueda encontrar sus propias respuestas. Decidió entonces internarse en el Seminario Mayor Nuestra Señora de la Esperanza, en Ibarra, donde pasó 6 años de formación para descubrir que realmente tenía “esa gracia inmensa de servir a Dios”.

17 años de sacerdocio

Desde entonces, ya son 17 años de sacerdocio. Ha sido vicario en 5 parroquias distintas, en las que ha podido conocer y vivir la realidad humana desde todos los ámbitos, y circunstan­cias de vida, superando a la mismísima muerte: “Cuando empecé como vicario, sufrí una muy fuerte neumonía y, en 2016, se me reventaron los divertícul­os. Estuve muy cerca de morir. Incluso me despedí en Facebook tras 3 intervenci­ones en 18 días. Tuve que aprender a palos la humildad, luego de pasar 16 meses con una colostomía y perder 60 libras, pero el Señor, a través de eso, supo glorificar­se y enseñarme a ofrecer el dolor y reconocer que uno no es nadie si no tienes a Dios en el camino”.

¿Cómo se dio cuenta del don de sanación que tiene?

Todo sacerdote tiene los dones que Dios les da, porque es otro Cristo en la tierra. Son dones para darlos a los demás. Fui internándo­me en la ‘Renovación carismátic­a’, en talleres y congresos y, con humildad, poco a poco, fui dándome cuenta de los dones y los carismas que el Señor usaba a través mío, para sanar, pedir que las mujeres puedan tener hijos, romper ataduras o cadenas…

¿Cómo se vive la espiritual­idad en el tiempo actual?

Hay que vivir la espiritual­idad sin quedarse atrás de la tecnología, aceptándol­a, llegando a los jóvenes, consideran­do que tienen la respuesta inmediata de todo y sabiendo escuchar. Además, hay que buscar ‘lugares teológicos’, fuera del templo, donde la gente va, donde la gente se siente bien, para hablar del amor de Dios, sin moralizar ni condenar a nadie.

¿Qué extraña de su vida antes del sacerdocio?

Renuncié al amor de una mujer y a tener hijos, pero en este caminar Dios me bendice con hijos y sobrinos espiritual­es de la parroquia y de la familia. También hay mentalidad­es conservado­ras que piensan que por ser sacerdote no se puede bailar o cantar, y eso sí extraño porque me gustaba mucho bailar.

¿Qué expectativ­as tiene para este 2020?

Siento internamen­te que será un año maravillos­o, y aunque contrasta contra todo pronóstico político o económico, siento que, a nivel emocional, espiritual, será de mucha bendición, gracia, amor, mucho éxito y felicidad también.

¿Cuáles son sus metas?

Muchísimas, cada día hay un reto nuevo. Culminar todos mis estudios, alcanzar mis conocimien­tos para servir y dar a los demás.

¿Qué es lo más duro de ser sacerdote?

La incomprens­ión y el rechazo a veces.

¿Cuál es su mayor alegría?

Estar vivo.

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FOTOS | GUSTAVO GUAMÁN

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