CONCIENCIAR
Entonces hay una lección no aprendida en 2 siglos, y es el regionalismo y la falta de unión: Un pecado nacional exacerbado por el centralismo con ejemplos tan claros como en el Servicio Exterior, el Ejército, la Policía, en los becarios. asi 2 siglos atrás, un día como hoy, 24 de Mayo de 1822, la entonces Audiencia de Quito consolidó su emancipación de la Corona Española, tras un feroz combate en las faldas del Pichincha, bajo el liderazgo del General venezolano Antonio José de Sucre. Al describir esa batalla, el historiador Efrén Avilés Pino destaca la invaluable participación del Batallón Yaguachi, conformado mayoritariamente por soldados de Guayaquil, pero también de Cuenca y extranjeros que habían llegado de Perú, Colombia, Chile y Argentina.
En su acta de la batalla, Sucre destacó la heroicidad de un joven teniente llamado Abdón Calderón, del mencionado Batallón Yaguachi, quien siguió luchando pese a las heridas recibidas, y desplegando en los altos del Pichincha la bandera celeste y blanco de Guayaquil.
Parecería un detalle de color de nuestra historia, pero no lo es. Guayaquil y Quito están hermanadas mucho antes de que exista la República del Ecuador y unidas pueden seguir enfrentando y ganando batallas inimaginadas, como esta pandemia que nos llegó, 198 años después.
Tal vez por saberme provinciana, (nací y viví hasta los 11 años en Machala, El Oro) puedo mirar este doloroso regionalismo-centralismo que lo sienten ciudades más pequeñas de la Costa, frente a Guayaquil, y urbes similares de la Sierra al compararse con Quito. La misma Cuenca es tantas veces postergada por la competencia de las 2 ciudades más grandes de Ecuador, en donde muchos esfuerzos se ven duplicados sin razón.
Tengo un recuerdo al respecto, cuando mi hermano Gustavo se graduó en la Escuela Agrícola de El Zamorano en Honduras casi 30 años atrás. Entonces, el estudiante que ofreció el discurso en nombre de su promoción, contó como anécdota, que la colonia ecuatoriana en El Zamorano era la única con 2 mesas, para –monos y serranos-. Los demás estudiantes, contó, compartían una sola mesa por nacionalidad. Casi todos se rieron por la anécdota. A mí me dolió porque era cierto.
En estos días, me llegan por celular mensajes de grupos que le apuestan a la división, aunque la llamen –federalismo-. Respetando a muchos de sus integrantes discrepo con sus ideas, pero basta mirar las redes sociales para aceptar que la semilla del divisionismo no se ha extinguido. Al pensarlo, vienen a mi cabeza las imágenes de la España rota que vimos alrededor de un año atrás.
En estos últimos 25 años, dos cosas nos unieron increíblemente a los ecuatorianos: La primera, la amenaza de la Guerra con Perú y ese llamado de Sixto Durán-Ballén a no dar ‘Ni un paso atrás’. Y el fútbol, en el momento en que clasificamos por primera vez a un mundial con aquel ‘Sí se puede’ coreado por todos. Me equivoqué, creyendo que ante la pandemia volveríamos a unirnos. Voces quiteñas señalaron a Guayaquil por su espíritu de indisciplina y fiesta, cuando la Perla del Pacífico empezó a vivir su tragedia. Luego, al posarse el coronavirus sobre Quito, oigo voces poco amables, enrostrando comparaciones que frente al dolor no sirven. En redes leo el reclamo de guayaquileños molestos porque en el Hospital del IESS de Los Ceibos se reciben a pacientes de otras provincias.
Entonces hay una lección no aprendida en 2 siglos, y es el regionalismo y la falta de unión: Un pecado nacional exacerbado por el centralismo con ejemplos tan claros como en el Servicio Exterior. En el Ejército, en la Policía, en los becarios. Los ejemplos abundan. Evidentemente el mal se fomenta desde los círculos de poder, comensales comunes del Palacio de Carondelet. Por cierto, el último llamado formal a la unidad Nacional vino del presidente Lenín Moreno, el 1 de abril pasado, cuando el COVID-19 empezaba a mostrar sus fauces. Y pocos lo escucharon. Estaban muy ocupados acaparando medicinas, alimentos, papel higiénico. Preocupándose por ellos y sus familias. No digo que está mal, pero ha sido posible cuidar de uno y del resto. Muchos lo han demostrado y lo siguen haciendo, aunque divididos. Duele admitir que en medio de la pandemia, la bandera de la unidad no se desplegó.
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