Semana (Ecuador)

Karl Egloff: En la cumbre de su vida

Con 13 récords mundiales de velocidad en ascenso y descenso de las montañas más desafiante­s del planeta, este ecuatorian­o-suizo está por completar el mayor proyecto de su carrera.

- María Caridad Dávalos semana@granasa.com.ec

EL DEPORTE EXTREMO ha sido su eje y motivación más grande, mientras burla el vértigo del peligro. Hasta la fecha, el deportista de élite ostenta cuatro de los `7 summits' en récord mundial y planea finalizar la hazaña hasta mayo de 2023. Su última marca fue la cumbre del Makalu (sin oxígeno, a 8.463 metros de altitud), la quinta montaña más alta de la Tierra, situada en la zona Mahalangur del Himalaya, en la frontera entre China y Nepal. Otro reto cumplido junto al quiteño Nicolás Miranda, con quien ha logrado superar las más importante­s cimas de su carrera.

Pero para el montañista, los hitos deportivos no son ajenos. La travesía empezó como campeón nacional de ciclismo cross country, a lo que sumó después más de medio centenar de podios en oro como ciclista de montaña, una modalidad en la que participó incluso en los Mundiales de Italia (2011) y Francia (2012). Hasta que la soberanía de las alturas se impuso al obtener, junto a Nicolás Miranda, su primer récord mundial en velocidad en ascenso y descenso del Cotopaxi, cima que ha conquistad­o más de 300 veces.

Lo que lo hizo ser quien es

Para entender la historia de este deportista élite, hay que remontarse a sus orígenes. Su padre (suizo de nacimiento), a más de carpintero, fue guía de montaña. Con él ascendió por primera vez el Cotopaxi al cumplir los 15. Antes de eso lo acompañaba en diferentes rutas con la única condición de que no `estorbara'. Subió y bajó la cima con grandes esfuerzos, pero concluyó categórico: “Esto es lo que quiero hacer en mi vida”. Pero la prematura muerte de su madre lo obligó a buscar su propia suerte en otros horizontes, primero en

donde logró sobrevivir pagándose los tres años de bachillera­to tecnológic­o en Zúrich. “Cuando mi madre murió yo tenía 16 y, de pronto, todo fue radical… Tuve que saltarme la adolescenc­ia y volverme adulto e independie­nte sin lamentos y con carácter, porque no había otra. Trabajé, aprendí a ahorrar al máximo y comer lo básico para salir adelante”, cuenta.

Nacido en Quito en 1981, recuerda una infancia feliz en la que no le faltó nada, aunque había poco. En la sala de su casa, un cuadro del Himalaya fue su inspiració­n, acaso su gran motivación. Lo contemplab­a desde que tenía uso de razón, hasta que un día su padre sentenció: “Hijo, yo nunca pude ir al Himalaya por el tema económico, pero tú sí lo vas a lograr… Es cuestión de tiempo”. Y así fue. “Este año, con muchísimo esfuerzo, logramos ir al Makalu y teníamos que sentar un precedente con un nuevo récord del mundo ¡sin oxígeno! Fue tal vez lo más duro que hemos hecho, pero con la satisfacci­ón de que estamos bien para contarlo. ¡Fue un sueño cumplido!”.

El Cotopaxi, un romance sin fin

Más que un nevado, es la montaña que lo vio crecer como persona, guía y atleta por más de 20 años, acompañand­o a incontable­s grupos y personas apasionada­s por la montaña o motivadas a cumplir desafíos extremos. “Muchos han sido inspiració­n de vida. He guiado a gente con amputacion­es, niños que viven lamentable­mente en la calle, otros no videntes y cientos más. Como montañista y corredor, al Cotopaxi le sigo teniendo el mismo amor que cuando lo subí por primera vez. Su cercanía ha hecho de esta montaña mi patio de entrenamie­nto y me llena cada vez que lo puedo ver o subir”.

Desde casa

Su mayor reto, confiesa, no es una cumbre, sino lograr un balance entre su familia, matrimonio e hijos, trabajo y el deporte de élite. “Para todo siempre me falta tiempo y quisiera dar el cien por ciento, pero es imposible. Prefiero tener la relación que tengo con mi familia y que mis hijos me digan `gracias por todo, papá', a tener un cuarto lleno de trofeos y reconocimi­entos”.

Se enamoró de su esposa, Adriana Velasco, siendo su guía de montaña en varias expedicion­es, entre ellas al Kilimanjar­o. Gran deportista también, es su aliento y motivación para cumplir metas y proyectos. Tienen dos hijos:

Julián de 5 años y Martina de 11 meses. Para ellos, su mejor esfuerzo y máxima prioridad de vida. Aun siendo deportista élite, Karl no se pierde momentos importante­s de su familia, algo que compensa entrenando a doble jornada si es necesario.

“Nunca cometeré el error de obligar a mis hijos a ser montañista­s, nunca los forzaré. Pero ellos respiran en casa todo sobre este mundo de la monSuiza, taña. Julián es un gran deportista y muy sutilmente estoy logrando que ame la naturaleza”.

No obstante, las vicisitude­s formaron en él un espíritu imbatible, agradecido por la comida del día y el techo bajo el cual se cobijan él y los suyos. Lo que ha aprendido lo transmite en conferenci­as con mensajes que impactan positivame­nte a audiencias que valoran y aplauden su ejemplar historia.

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FOTOS | KARINA DEFAS
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