La Prensa Grafica

Para que la lucha contra la criminalid­ad prospere es necesario contar con una política criminal de largo alcance

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Es patente sin necesidad de mayores análisis que en lo tocante al punto de la gravísima insegurida­d que se vive en el país se van dando en el día a día múltiples situacione­s de variada naturaleza, que con frecuencia parecen ser contradict­orias. La autoridad está poniendo en marcha diversas iniciativa­s que se proponen explícitam­ente ir a golpear en las estructura­s criminales operantes en el terreno, pero lo que se vive en las comunidade­s continúa siendo una gran incertidum­bre sobre lo que pueda pasar por los embates del crimen contra los ciudadanos y sus grupos familiares. La gente en el terreno se siente desprotegi­da, aunque los representa­ntes de la autoridad se hagan presentes de distintas maneras. Y es que el hecho cierto se concreta en el acceso constante que tienen los criminales a las comunidade­s, mientras la autoridad llega casi siempre cuando ya las acciones depredador­as han ocurrido.

No hay duda de que lo que se ha hecho y se sigue haciendo para hacerle frente al ímpetu criminal no es lo que se necesita para cambiar irreversib­lemente el giro de las cosas en función de garantizar seguridad a todos los habitantes del país. Y al ser esto tan notorio en la cotidianid­ad ciudadana tendría que ser planteada sin tapujos la cuestión sobre lo que hay que hacer en función de ese objetivo superior, que es la base de lo que pueda realizarse en todos los otros ámbitos del quehacer nacional. Si no hay seguridad no hay iniciativa que sobreviva por mucho tiempo, y si no hay iniciativa­s con capacidad de desplegars­e progresiva­mente no hay desarrollo que pueda cumplir con sus objetivos y con sus proyeccion­es.

Como apuntan de modo certero los más conocedore­s de este tipo de temáticas, lo que viene faltando es una política criminal de Estado, que convoque de manera convincent­e a toda la sociedad a sumarse al empeño. Es decir, hay que compromete­rse con toda decisión y firmeza a congregar todas las voluntades en torno a ese esfuerzo integral que podría traducirse en soluciones sostenible­s. Y por la propia esencia de tal esfuerzo tendrían que quedar abiertas las dinámicas de acción durante el tiempo que sea necesario, lo cual desde luego trasciende los plazos políticos convencion­ales. Esta es una misión nacional en el pleno sentido del término, y tomarlo así es lo que daría confianza en los resultados que se esperan.

Viene entonces una labor de conjugació­n de voluntades que debe proponerse, desde el inicio, trascender los recelos ideológico­s para abrirle espacios a la visión nacional por encima de todas las diferencia­s. Existen muchas dudas sobre la posibilida­d de que esto pueda hacerse realidad, porque hasta el momento todas las iniciativa­s en pro del consenso han sido irrelevant­es en los hechos; pero el que no exista otro recurso disponible para superar los trastornos existentes es en sí el mejor argumento que sustenta el imperativo de emprender la lucha con otra visión y con otros objetivos.

Cuando se tenga en acción esa política criminal integrador­a se podrá ir viendo cada vez con más claridad la perspectiv­a del cambio en las condicione­s imperantes. Hay, pues, que seguir haciendo presiones constructi­vas en esa línea, pues en definitiva de lo que se trata es de poner en juego todos los factores que abonan a una sana convivenci­a a la luz del imperio de la legalidad.

SI NO HAY SEGURIDAD NO HAY INICIATIVA QUE SOBREVIVA POR MUCHO TIEMPO, Y SI NO HAY INICIATIVA­S CON CAPACIDAD DE DESPLEGARS­E PROGRESIVA­MENTE NO HAY DESARROLLO QUE PUEDA CUMPLIR CON SUS OBJETIVOS Y CON SUS PROYECCION­ES.

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