Verano en cierne
Estamos al borde del verano, y al comparar lo que pasa climáticamente en estos tiempos con lo que ocurría en el pasado que recuerdo los contrastes son notorios. Allá en mis épocas escolares, el invierno se despedía puntualmente en la primera quincena de octubre. El 4 de dicho mes, Día de San Francisco de Asís, se producía todos los años por la tarde lo que se llamaba “el cordonazo de San Francisco”, que era una tormenta fuerte con rayos y truenos incluidos. Al concluir la primera mitad de octubre, ya el verano se hacía presente con sus vientos gimnásticos. Eran los llamados “vientos de octubre”. Las vacaciones escolares estaban a las puertas, y en mi colegio, el “García Flamenco”, la clausura se daba puntualmente el 31 del mes. Luego, al campo, a recibir los efluvios amorosos de la estación. Pero las entrañables remembranzas no lo son todo. El verano siguió siendo, con el paso del tiempo, una especie de plataforma ilusionada. Cuando llega el verano, parece que las alas anímicas se despliegan, para ir a volar en todos los entornos, tanto exteriores como interiores. Es cierto que los verdes del paisaje comienzan a sufrir por la escasez de lluvias, pero en cambio las luces del paisaje se reavivan como si también entraran en ánimo vacacional. El verano nos acerca a los amaneceres vibrantes, a los mediodías entusiastas, a los atardeceres multicolores y a los nocturnos mágicos. Y para sellar la gracia me pongo a oír “Luna de octubre” en la voz de Pedro Infante. ¿Qué mejor ensueño?
David Escobar Galindo