Cartas a María
Querida María:
Soy una mujer de más de 40 años, casada con un hombre que me quiere, tengo dos hijos muy sanos pero no soy feliz en un 100 %, porque a pesar de mi vida tan cómoda y libre de problemas económicos, no he logrado superar los recuerdos de mi juventud en que tuve que compartir el cariño de mi madre nada menos que con dos padrastros. Mi historia no es única ni mucho menos, pero sigue siendo la gran amargura de miles de jóvenes que a veces por desgracia no consiguen realizarse en la vida porque no les es posible confiar en sí mismos. Es que crecer con un padrastro, aunque se trate de una buena persona, es demasiado difícil. A mí me tocó compartir mi casa con dos “padres” ocasionales que nunca me faltaron el respeto, gracias a Dios, pero que tampoco me determinaron. Me vieron simplemente como la hija de la esposa o la niña que vivía en la casa. Yo me acostumbré a vivir aislada y también a contar con mi mamá solo cuando ella tenía algún tiempo disponible para dedicarme, y es esa tristeza la que llevo conmigo, aunque hoy que los años han pasado ella quiera recompensarme de todo lo que no me dio. La idea de escribir el presente testimonio me llegó hace unos días que conocí a la joven mamá de una niña pequeña que hablaba con gran entusiasmo de su próximo matrimonio con un señor que “no aceptaba del todo a su hijita”, pero que ella estaba segura de que cuando iniciaran su vida de hogar y los tres se volvieran una sola familia, él “iba a cambiar sus sentimientos” y sería para la niña un verdadero papá. Gracias, María, por permitirme este espacio en sus cartas de hoy. Una lectora que la admira.
Estimada lectora:
Sinceramente deseo que la joven mamá próxima a casarse pueda leer entre líneas el mensaje que usted le hace llegar a través de su conmovedora historia y, por supuesto, que a ella y su hijita las acompañen todas las bendiciones del cielo. Estimados lectores, si desean que sus problemas salgan publicados,
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