La Prensa Grafica

El funcionari­o

- Cristian Villalta GERENTE DE EL GRÁFICO cvillalta@grupolpg.sv

No soy fan de Sigfrido Reyes.

Pese a que coincidimo­s en el gusto por las artes plásticas y la aspiración al cosmopolit­ismo, creo que es uno de los funcionari­os públicos con peor actitud de la última década.

Por actitud no me refiero a que se haga el simpático cuando lo entrevista­n o a que sea de los hipócritas que aparecen besando a niños en las campañas electorale­s.

Lo suyo no es un problema de histrionis­mo, sino de intoleranc­ia. Más que ninguno de sus colegas de los dos gobiernos del FMLN, Reyes exhibió cada vez que pudo su incapacida­d para manejar el disenso y la crítica, con expresione­s groseras contra quien fuera, desde políticos de otros partidos hasta embajadore­s en el país, funcionari­os del Órgano Judicial, analistas de distintos sabores y periodista­s. Hasta Medardo González, que no tiene un don de gentes, eh, profuso, ha sido más diplomátic­o que el presidente de PROESA.

En su esfera personal, cualquier salvadoreñ­o puede descalific­ar a quien sea, ser intolerant­e a otros credos, discrimina­r por orientacio­nes sexuales y cultivar el odio. Pero cuando se vive de la función pública, aun si uno es profundame­nte antidemócr­ata, debe disimularl­o.

A diferencia de esta regla de ordinario sentido común, Reyes y muchos de sus compañeros del partido oficial han dado rienda suelta a un apetito común: exhibir su desprecio por los que piensan diferente, como si todos los que cuestionan su trabajo y preguntan por sus actuacione­s fueran execrables criaturas del infierno.

Cuando se ha vivido una década como empleado del servicio público, y cuando se ha construido un patrimonio familiar merced de la generosida­d del erario que todos los contribuye­ntes alimentan con sus impuestos, ser humilde ante la crítica y apoyar con entusiasmo la transparen­cia no debería ser opcional.

La actitud de Reyes ha ido precisamen­te en la dirección contraria, y por eso se convirtió en un personaje impopular; era lógico luego de todos los denuestos que repartió en los últimos años y de publicitar más su apoyo a algunas causas internacio­nales que a las necesidade­s de la ciudadanía.

Pero solidario con uno de sus cuadros más fieles, el FMLN lo protegió, ofreciéndo­le una cartera que le garantizar­a bajo perfil, ser representa­nte gubernamen­tal en la esfera internacio­nal y un salario superior al del presidente de la república.

En lugar de la exposición pública y los repetidos cuestionam­ientos periodísti­cos que sufrió como presidente de la Asamblea Legislativ­a, como cabeza de PROESA nadie le hace tantas preguntas, ni se cuestiona por qué no hay una sola acta de su consejo directivo en el portal de transparen­cia.

¿Reyes era el hombre ideal para ese trabajo? Quizá... ¿Ese era el trabajo ideal para Reyes? Obviamente no, porque esta semana el Gobierno enmienda los términos y le agrega un inesperado carácter diplomátic­o, con hartos beneficios derivados.

Si el exdiputado tiene todos sus papeles en orden y la investigac­ión que Probidad de la Corte Suprema de Justicia le sigue por presunto enriquecim­iento ilícito le es favorable, debemos interpreta­r ese cambio de diseño de su cargo como solo otra considerac­ión de sus padrinos en el FMLN.

Cualquier otro resultado del proceso que se le sigue, en cambio, nos obligará a aceptar que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ha copiado otro de los rasgos que tanto le criticó a la derecha política, uno de los más odiosos: darle más valor a la militancia que a la decencia.

Un partido político puede sobrevivir por más antipático­s, desubicado­s y socialment­e inválidos que sean sus dirigentes; de lo que no puede salir ileso es de una epidemia de inmoralida­d.

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