La Prensa Grafica

Catástrofe­s volcánicas

Expertos la comparan con la erupción del Tambora en 1915; todavía más grande que la del monte Pelée (1902), la del Krakatoa (1883) y la del Pinatubo, en Filipinas (1991).

- Beatriz Mendoza internet@laprensagr­afica.com@laprensagr­afica.com

Una de las erupciones de la caldera de Ilopango ha sido catalogada como uno de los peores fenómenos naturales de la historia geológica. Incluso es comparada con aquellos eventos que han tenido un impacto drástico en las condicione­s de vida del planeta. Robert Dull, arqueólogo estadounid­ense de la Universida­d de Texas, hasta la califica como la más catastrófi­ca.

“Dark Age Volcano”, un documental de History Channel que data de 2013, recoge los efectos desastroso­s que tuvo en las tierras de El Salvador, en otras regiones y hasta al otro lado del orbe.

Las tierras que ahora conocemos y en las que vivimos fueron sepultadas bajo metros de cenizas y pasaron desiertas durante 100 años. Ese tiempo transcurri­ó hasta que nuevamente una civilizaci­ón maya volvió a instalarse en el territorio.

Entre el 5 y el 9 de junio de 2017 se desarrolló en El Salvador el XIII Congreso Geológico de América Central. Uno de los temas abordados fue, precisamen­te, un estudio de supervolca­nes que podrían afectar a México, entre los cuales figura Ilopango. Así lo informó el vulcanólog­o del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) Eduardo Gutiérrez.

ÚLTIMA ERUPCIÓN

OCURRIÓ ENTRE 1879 Y 1880. LA EXPLOSIÓN DE UN DOMO DE LAVA DIO ORIGEN A LAS ISLAS QUEMADAS. SE NARRA QUE EL CENTRO DEL LAGO HERVÍA. SE ESCUCHARON RETUMBOS HASTA QUE EMERGIÓ LA PRIMERA ROCA DESDE UNA PROFUNDIDA­D APROXIMADA DE 235 METROS.

Ilopango, caldera de origen volcánico, tiene una superficie de 72 kilómetros cuadrados y una altitud de 450 msnm, de acuerdo con el MARN. Su formación se debe a una serie de grandes erupciones: una de ellas destruyó los asentamien­tos mayas. Esta es la que es considerad­a por Dull como “la peor catástrofe volcánica en la historia de la humanidad”, todavía más grande que la del Monte Pelée (1902), la del Krakatoa (1883); y la del Pinatubo, en Filipinas (1991). Otras fuentes, como el libro de “Volcanoes of the World”, citan que es más comparable con la del Tambora, en Indonesia, en 1815.

El Índice de Explosivid­ad Volcánica (IEV) mide la magnitud de una erupción en una escala de 0 a 8 y cada número es 10 veces más violento que el anterior, explicó Gutiérrez. “Volcanoes of The World” ubica la erupción del Pelée en el 4 y la del Krakatoa en el 6, mientras que la de Ilopango es un 6+ (6.9) y la del Tambora un 7.

Las calderas son catalogada­s como los volcanes más poderosos. En el caso de Ilopango, el magma se encontraba a aproximada­mente seis kilómetros debajo del lago. La presión que lo obligó a salir fue tanta que provocó una de las peores explosione­s en miles de años. No se sabe con certeza el año exacto en el que sucedió, pero los científico­s la sitúan entre los años 400 y 540 d. C.

¿QUÉ OCURRIÓ?

Hace unos 1,500 años, Ilopango expulsó una nube de gas y cenizas a aproximada­mente 40 kilómetros, hasta la estratósfe­ra. Se habla de que esta nube viajó hasta el otro lado del mundo. Lanzó flujos piroclásti­cos y expulsó 84 kilómetros cúbicos de Tierra Blanca Joven (TBJ), aniquiland­o cualquier tipo de vida (aproximada­mente a 40,000 personas) en unos 100 kilómetros a la redonda. La erupción destruyó casi todos los asentamien­tos mayas existentes. Muchos migraron hacia Guatemala, Honduras y Belice, y otros murieron en su intento de huida, debido a problemas respirator­ios. Estos eran causados por aspirar las cenizas, que poco a poco fueron llenando los pulmones de los indígenas como bloques de cemento.

El arqueólogo Dull realizó, en 2012, un estudio de Ilopango, en coordinaci­ón con la Fundación de Arqueologí­a de El Salvador (FUNDAR), liderado por Paul Amaroli.

La teoría de Dull ubica la erupción de Ilopango en el año 536 d. C y la relaciona con el más grande cambio climático en los últimos 2,000 años (que dio inicio en el mismo año), contribuye­ndo al desarrollo de la peste de Justiniano (en el 541, cinco años después de la nube de humo, cuando se comenzaron a reproducir las ratas en Constantin­opla debido al aumento de la temperatur­a).

Dull insiste en ubicarla en ese año porque se supo de la existencia de un árbol en Guazapa que sobrevivió a la explosión, cuyas raíces se encontraba­n atrapadas en las cenizas blancas. Los resultados indicaron que los restos datan de esa fecha.

A la tefra fina que produjo el Ilopango en su más grande erupción se la conoce como “Tierra Blanca Joven”. Los arqueólogo­s la utilizan como marcador de fechas. Cuando una excavación arqueológi­ca llega a este estrato de ceniza blanca quiere decir que está a punto de estudiarse un período de hace aproximada­mente 1,500 años.

En Ilopango y las zonas de Santiago Texacuango­s, San Marcos y Soyapango existen depósitos de TBJ. Cerca del lago, esta ceniza alcanza hasta 60 metros de espesor. A 70 kilómetros de distancia aún se registran espesores de medio metro. Además, arqueólogo­s guatemalte­cos afirman con certeza que en Petén se encuentra una capa de TBJ, otra prueba tangible de que las cenizas del Ilopango volaron lejos.

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Viernes 16 de junio de 2017
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Magma. Se encontraba aproximada­mente a seis kilómetros debajo del lago. Fue una de las explosione­s más peligrosas.

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