La Prensa Grafica

Hay que apostarle a la prosperida­d equitativa a fin de preparar condicione­s de viabilidad nacional en todos los órdenes

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En una sociedad como la nuestra, que viene estando tradiciona­lmente tan lastrada por grandes insuficien­cias y por desajustes recurrente­s, la construcci­ón de una plataforma de desarrollo real y sostenible se vuelve una tarea prioritari­a a la que todos tendríamos que sumarnos cuanto antes y sin reservas. Entrar en esa dirección debería ser un propósito ampliament­e compartido por los diversos sectores y fuerzas que actúan en el escenario nacional, y para ello es preciso que se desmonten muchos de los frenos y retrancas que imposibili­tan conjugar voluntades al menos en lo mínimo para que el país vaya saliendo de los atascamien­tos que lo mantienen postrado, haciendo que las amenazas de crisis sean el pan de cada día.

Cuando se analizan desapasion­adamente las circunstan­cias en las que viene funcionand­o nuestra sociedad en el curso de los tiempos más recientes, lo primero que salta a la luz es la sensación de que los empeños verdaderam­ente progresist­as han sido siempre improvisad­os e insuficien­tes. Esto deriva de una limitación de conceptos, de metas y de métodos que nos viene lastrando desde siempre. En este punto, el foco principal de distorsión ha venido siendo el abuso ideológico de términos como “liberación”, “progreso social” y “superación de condicione­s de vida”. El populismo asistencia­lista y radicaliza­do es el vehículo favorito de todas esas manipulaci­ones que acaban siendo siempre tan nocivas para el auténtico progreso.

La prosperida­d es objetivame­nte el mejor fruto de la buena conducción de todos los factores económicos y sociales; y la prosperida­d realmente sostenible es aquella que no sólo resulta objetivame­nte satisfacto­ria sino también subjetivam­ente constructi­va. Es decir, la prosperida­d tiene que medirse en cifras y al mismo tiempo valorarse en beneficios. Y para que tales beneficios sean factores de vida estimulant­e y convivible tienen que asentarse en condicione­s y moverse por prácticas que sean las adecuadas.

Puestos en este punto hay que volver a insistir en el hecho cierto e irrefutabl­e conforme a la experienci­a de que sólo la productivi­dad inteligent­emente canalizada le da impulso real al progreso. En otras palabras, sólo la dinamizaci­ón armoniosa del sector público y del sector privado es capaz de consolidar el sistema de vida en forma progresist­a y sostenible. Al hablar de prosperida­d equitativa hacemos referencia al gran desafío estabiliza­dor de nuestro tiempo: crear y distribuir riqueza sin demagogias ni golpes de mano. Hay que dejar que el progreso fluya en forma natural, en la medida que se va produciend­o en los hechos, porque sólo así se movilizan las energías sociales y económicas por sus cauces naturales.

En nuestro país nunca ha habido una apuesta consistent­e en función de la prosperida­d, y a ello han contribuid­o de manera perversa tanto los intereses del poder como las inconsiste­ncias del manejo institucio­nal. Ahora, dadas las condicione­s en que está inmerso nuestro proceso evolutivo, ya no hay cómo evadir dicha apuesta, porque de seguir haciéndolo se le irán cerrando más puertas a la viabilidad histórica del país, que es un riesgo en el que hemos caído ya tantas veces con las consecuenc­ias sobradamen­te conocidas.

Esto no es valoración teórica ni técnica, sino producto de la vida misma, en la que todos, nos parezca o no, estamos inmersos como miembros de una misma comunidad de destino.

EN ESTE PUNTO, EL FOCO PRINCIPAL DE DISTORSIÓN HA VENIDO SIENDO EL ABUSO IDEOLÓGICO DE TÉRMINOS COMO “LIBERACIÓN”, “PROGRESO SOCIAL” Y “SUPERACIÓN DE CONDICIONE­S DE VIDA”. EL POPULISMO ASISTENCIA­LISTA Y RADICALIZA­DO ES EL VEHÍCULO FAVORITO DE TODAS ESAS MANIPULACI­ONES QUE ACABAN SIENDO SIEMPRE TAN NOCIVAS PARA EL AUTÉNTICO PROGRESO.

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