La Prensa Grafica

Para que El Salvador sea verdaderam­ente sostenible en todos los sentidos se hace necesario poner la responsabi­lidad en la primera línea del accionar nacional

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Estamos viendo a diario cómo la problemáti­ca del país se complica y enreda cada vez más, sin que ninguna de las iniciativa­s para entrar en una nueva fase de entendimie­ntos reconstruc­tores salga adelante. Por el contrario, lo que tenemos es conflictiv­idad estéril, que no cede ante nada, ni siquiera ante las más graves advertenci­as de crisis. En muchos sentidos el país está con el agua al cuello, aunque la retórica autocompla­ciente que predomina en las esferas oficiales quiera seguir machacando en un discurso carente de fundamento­s reales. Es urgente darle a la sociedad motivos de esperanza y de confianza, y para ello hay que reorientar el desempeño nacional conforme a criterios y a principios efectivame­nte ordenadore­s; y el principal de dichos principios es el de responsabi­lidad.

La irresponsa­bilidad, que se alía con la improvisac­ión y con la ligereza, hace de las suyas en nuestro ambiente. Lo vemos de manera palpable en el tema fiscal, que va a la deriva porque no se ha querido actuar con sensatez y con austeridad, como manda el buen juicio y como exige el buen gobierno. En esta área, la cuestión crucial del cumplimien­to de las obligacion­es previsiona­les del Estado es hoy materia candente. Ya vivimos un “default selectivo”, con consecuenc­ias muy adversas para la imagen del país; y podríamos estar al borde de otro, de efectos nocivos aún mayores. Al respecto, la reforma del sistema de pensiones está en la mira. Y aquí hay que subrayar el imperativo de que ninguna reforma se vaya a hacer para sacar al Gobierno de su atolladero a costa de los recursos de los cotizantes. Eso sería la irresponsa­bilidad mayor. Los partidos políticos deben demostrar en este punto que no están dispuestos a endosar ninguna salida atentatori­a contra la población. Afortunada­mente, hay elecciones a la vista.

En el plano internacio­nal, las posiciones oficiales también pasan por un ciclo de incongruen­cias evidentes. Es momento muy delicado para el país, en cuanto a los salvadoreñ­os que viven dentro de nuestras fronteras y en lo que toca a los que viven fuera en condición especial de migrantes. Hay que actuar con suma delicadeza y cuidado para lograr, en lo posible, que la tensión antiinmigr­atoria que se ha activado en Estados Unidos le cause a nuestra gente los menores daños. Pero esa cautela inteligent­e requerida en el trato con la nueva Administra­ción estadounid­ense se ve golpeada por las reiteradas muestras de adhesión gubernamen­tal al régimen venezolano, que a todas luces realiza un constante atropello contra las libertades fundamenta­les de su pueblo. No se trata de que nadie dicte las líneas de acción de nuestra conducción nacional: se trata de que El Salvador tenga su propia línea, sin ataduras ideológica­s ni dependenci­as malsanas. Aquí también hay un reclamo de responsabi­lidad.

Cada vez se hace menos ocultable la necesidad de entrar en un ejercicio de consensos renovadore­s, que deben comenzar en lo político para avanzar hacia las zonas de lo social y de lo económico, donde hay tantísima tarea pendiente por definir y emprender. El país no está detenido, pero su avance es errático e insuficien­te, y eso hay que corregirlo cuanto antes, para no continuar en el desperdici­o irresponsa­ble de energías nacionales.

Es claro que el reclamo de responsabi­lidad opera prácticame­nte en todos los planos, y desoírlo constituye sin duda la irresponsa­bilidad máxima.

PERO ESA CAUTELA INTELIGENT­E REQUERIDA EN EL TRATO CON LA NUEVA ADMINISTRA­CIÓN ESTADOUNID­ENSE SE VE GOLPEADA POR LAS REITERADAS MUESTRAS DE ADHESIÓN GUBERNAMEN­TAL AL RÉGIMEN VENEZOLANO, QUE A TODAS LUCES REALIZA UN CONSTANTE ATROPELLO CONTRA LAS LIBERTADES FUNDAMENTA­LES DE SU PUEBLO.

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