Hay un doble desafío inaplazable por enfrentar en el país: la gobernabilidad real y la seguridad suficiente
LA GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA NO HA LOGRADO ESTABLECERSE DE VERAS EN EL AMBIENTE, Y ESO VA DESARTICULANDO EL SISTEMA MÁS Y MÁS, CON LOS EFECTOS ADVERSOS QUE CRECEN DÍA A DÍA. ES CLARO QUE LA FALTA PRINCIPAL ESTÁ EN EL PROCEDER POLÍTICO IMPERANTE.
Los salvadoreños vivimos inmersos una especie de remolino de problemas no resueltos, que se manifiestan constantemente en una cotidianidad conflictuada que no parece tener salidas viables. Y hay que destacar el hecho de que tal situación se ha venido complicando cada día más durante este período posterior a la conclusión política de la guerra, en abierto contraste con lo que en aquel momento se esperaba que fuera el futuro inmediato. Se firmó la paz, pero no se activó la paz; y ahí está la causa propulsora más evidente de los diversos traumatismos posteriores. Si desde el día siguiente a aquel 16 de enero de 1992 en que se suscribió el Acuerdo de Paz se hubieran puesto en marcha las iniciativas y los proyectos necesarios para incidir a fondo en los tejidos estructurales y en las prácticas funcionales de nuestra convivencia social y de nuestra práctica institucional sin duda otra habría sido y estaría siendo la suerte de nuestro proceso, que hoy va de crisis en crisis.
La gobernabilidad democrática no ha logrado establecerse de veras en el ambiente, y eso va desarticulando el sistema más y más, con los efectos adversos que crecen día a día. Es claro que la falta principal está en el proceder político imperante. No hay esfuerzos serios para generar acuerdos básicos de país, y a estas alturas ya no puede caber ninguna duda de que sin dichos acuerdos puestos en acción no es posible encarar ni mucho menos resolver ninguno de nuestros problemas más serios y acuciantes. La falta de voluntad concertadora es una retranca que imposibilita los necesarios avances, y esto debe ser asumido por todos los actores nacionales con la responsabilidad debida e inexcusable. El hecho de que ni siquiera una iniciativa de diálogo concertador como la impulsada por la ONU en ocasión del 25º. Aniversario del fin del conflicto bélico haya podido salir adelante es una muestra palpable de que hay un entrampamiento que lo contamina todo. Superar tal estado de cosas ha traspasado ya todos los niveles de la urgencia y está hoy en el plano en que lo que se halla en juego es la supervivencia misma del proceso.
La falta de gobernabilidad sustentada se vincula íntimamente con otro fenómeno que también tiene a los salvadoreños atrapados en un trágico círculo vicioso: el de la inseguridad que genera el azote constante del crimen organizado en todas sus expresiones. Situaciones especialmente alarmantes como el control territorial que ejercen las pandillas y como el auge desbordado de la extorsión en el terreno hacen que los ciudadanos y sus actividades de todo tipo estén constantemente expuestos a sufrir sin descanso el flagelo delincuencial inmisericorde. Hechos específicos de altísimo impacto como es el asesinato en escalada de agentes policiales y de miembros de la Fuerza Armada grafican la situación en que nos encontramos.
Todo lo mencionado, que sólo dibuja el panorama en algunas de sus líneas más dramáticas, nos indica a las claras que hay tareas por hacer que hay que emprender de inmediato, porque de lo contrario se seguirá agudizando el peligro de una inviabilidad nacional de consecuencias imprevisibles. Esto hay que subrayarlo y recordarlo de manera persistente, porque ya se ve que lo que más abunda son las mentes atrincheradas y los oídos sordos.
Continuaremos sumándonos a los reclamos que al respecto están surgiendo a diario desde diversos ángulos de la sociedad civil, porque hacerlo es responsabilidad patriótica fundamental.