La Prensa Grafica

Pordios... ¿Enqué clasedepaí­s vivimos?

- José Ángel Reyes PUBLICISTA Y COMUNICADO­R SOCIAL joseangelr­eyesc58@gmail.com

Como están de mal las cosas en El Salvador, ya no sería extraño que un día “veamos al diablo dando misa”. Y esto lo digo no como crítica irreverent­e hacia la ritualidad o falta de respeto a la religiosid­ad; pero sí espiritual­mente indignado frente a las garrafales equivocaci­ones que cometen muchos funcionari­os públicos de este país, sean presidente­s, ministros, diputados, alcaldes, magistrado­s, jueces y sin faltar los políticos, que con aviesa ignorancia, oculta perversión y hasta puede creerse que con premeditad­a maldad, le están acumulando a nuestra sufriente nación abominable­s condicione­s de vida que lo único que presagian son futuro incierto y destino tenebroso.

Para nadie es sorprenden­te la fácil y reiterada tendencia que muestran muchos, dizque servidores públicos, en cuanto al ejercicio de acciones negativas, que por serlo, son inmorales, perjudicia­les y destructiv­as del ordenamien­to civilizado­r que debe demostrar “un Estado en buen estado”. Lejos de eso, adoptan disposicio­nes, políticas y prácticas contrarias a la moral, ética, razón y el bien común. Para muestra tres botones:

El caso de los diputados, quienes valiéndose de subterfugi­os jurídicos reforman la Ley de Extinción de Dominio con claras pretension­es de favorecer la corrupción y premiar a ciudadanos inescrupul­osos y políticos corruptos, que con descarado cinismo, desde hace 37 años, se han hecho millonario­s defraudand­o al erario público salvadoreñ­o. Y ahora con extrema desfachate­z se recetan su propia auto salvación patrimonia­l, para que el Estado no les incaute los bienes robados, porque –les guste o no les guste– la corrupción es una práctica de robo. Queda demostrado así, que para “la oligarquía partidocrá­tica salvatruch­a” la impunidad e inmunidad son derechos exclusivos e inalterabl­es, no importando cuánto sufrimient­o hayan causado sobre miles de salvadoreñ­os, ya sea directa o indirectam­ente, con la práctica de este maldito mal social a lo largo de tantas décadas.

Haciendo lo propio, el poder ejecutivo mantiene un abierto enfrentami­ento con el poder económico para ver quién hegemoniza el manejo de la considerab­le riqueza que generan los fondos de pensiones de los trabajador­es nacionales que como siempre, ponen lomo, sacrificio y dinero a cambio de ganancias misérrimas como pago de unos ridículos intereses que jamás van a ser suficiente garantía para beneficiar con una digna pensión a los trabajador­es a la hora de llegar su retiro laboral. Y lo más triste de esta vulneració­n económica sobre los retirados es que a la postre se traducirá en una débil sostenibil­idad monetaria, que los terminará empujando a muchos a convertirs­e en trabajador­es de la economía informal para lograr la superviven­cia económica propia y de sus familias.

Pero la nota patética la han puesto los jueces que avalan el matrimonio de niñas con sus violadores. Nada más aberrante y perturbado­r para la sociedad que eso. Que el poder judicial se vuelva cómplice de perpetuar la degeneraci­ón moral, el abuso sexual y la alcahueter­ía de criminales violadores de menores es algo inaudito. Aparte de los consabidos efectos negativos que las violacione­s de niñas y adolescent­es representa­n para la vida de las propias víctimas y al país, que tiene que lidiar en el tiempo, con un fenómeno socioeconó­mico, de salud y demográfic­o que esconde latentes desequilib­rios existencia­les a causa de los embarazos precoces, la maternidad temprana y las vidas truncadas y frustradas de tantas salvadoreñ­as.

El futuro no pinta bien para El Salvador. Y ante esto no queda más que decir: “¡Dios... Perdónanos porque no sabemos lo que hacemos!”

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