POR DONDE PASAN
Muchos, aunque no caminaron, “peregrinaron” preparando alimentos y poniendo su esfuerzo para ayudar a los que iban en el camino. Los peregrinos fueron muchos más.
Los peregrinos pasaron por ciudades, pueblos y cantones, y en todas partes el común denominador eran la humildad, la caridad y la generosidad hacia el prójimo. Algo que me sorprendió mucho fue ver a las personas que por horas se paraban a la orilla de la carretera a esperar que pasaran los peregrinos para poder apoyarles. Para grupos de familias, niños, jóvenes o personas mayores, no importaba la espera, ya que muchos habían elaborado altares improvisados, decorados con flores e imágenes de Monseñor Romero para, de esta forma, mostrar su apoyo a los caminantes. En algunos lugares ofrecían comida, agua o frutas a los peregrinos; en otros no tenían nada que dar, pero humildemente ofrecían una sonrisa, un aplauso o una bendición. En donde menos había era en donde más daban.
En el recorrido me acordé de una de las homilías de Monseñor Romero: “Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios” (homilía 10-02-1980).
Y me pregunté “¿y cómo se conoce a Dios?” Bueno, la respuesta la podía ver en el rostro de los niños entregando a los peregrinos agua o algo de comer, en el joven con una sonrisa dando ánimos o en la señora que, postrada en una silla de ruedas, les daba bendiciones a los que pasaban frente a su casa.
Desde ventanas o puertas, muchas personas veían a los peregrinos caminar, algunos de ellos dibujando en su rostro el deseo de unirse y peregrinar, y aunque no podían hacerlo, verlos pasar les llenaba de fe su corazón y de esperanza en su dolor.
La peregrinación sí tuvo un efecto multiplicador: muchos no caminaron, pero “peregrinaron” sirviendo y ayudando a los que caminaban hacia la cuna del profeta.