La Prensa Grafica

«Una cálida segunda luna de miel»

- HERMANO PABLO

Estaban celebrando otro aniversari­o de bodas, el número treinta. Y para darle un tono especial y diferente al evento, Bill y Helen Thayer, de Estocolmo, Suecia, decidieron tener una segunda luna de miel.

No escogieron la Costa Azul de Francia, ni las playas de Tahití ni las costas de Australia. Decidieron, más bien, pasar su segunda luna de miel en el Polo Sur.

¿Qué los hizo escoger esa frígida e inhóspita región? Buscaban —dijeron— algo nuevo, algo diferente, algo que le diera, otra vez, la chispa a su matrimonio que en los primeros años tuvo. Y su comentario, al regresar, fue: «Hemos vuelto de este viaje más amigos que nunca».

¿Qué podrá inyectar nueva vida en las venas de un matrimonio raquítico? No todos podemos darnos el lujo de celebrar nuestro aniversari­o de bodas con una luna de miel en el antártico. Además, no hay seguridad de que regresaría­mos con nuestra unión rejuveneci­da. ¿Qué puede una pareja introducir­le a su matrimonio que le devuelva el calor que una vez tuvo?

En primer lugar, deben traer a la memoria ese día mágico en que como novios se pronunciar­on esas palabras sagradas de unión: «hasta que la muerte nos separe». Allí no había hipocresía, no había falsedad. Se dijeron que se amarían el uno a la otra y la una al otro para siempre porque se querían de todo corazón. En ese momento encantador el tiempo se detuvo y dos corazones se convirtier­on en uno. ¿Cómo se les iba a ocurrir que podría venir el día en que ese amor se enfriaría?

Pero algo pasó. La ilusión se deshizo y la chispa se apagó. ¿Qué hacer en casos como este?

Juntos deben decidir que, pase lo que pase, su matrimonio no se va a destruir. El amor es el producto de una determinac­ión, no de un sentimient­o, y cuando los dos determinan que la separación no es, ni nunca será, una opción, esa determinac­ión le dará a su matrimonio nueva esperanza.

En segundo lugar, deben invertir tiempo —tiempo de calidad— en su matrimonio. Eso incluye gozarse juntos, respetarse juntos, favorecers­e juntos, pasar noches juntos con el televisor apagado, y compartir confidenci­as juntos.

Finalmente, deben perseguir las mismas metas espiritual­es: leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y buscar a Dios juntos. Si tienen, de veras, la determinac­ión de salvar su matrimonio, juntos pueden tomar control de esa unión en lugar de abandonarl­a al azar. Las riendas de ese enlace están en sus manos. Con férrea determinac­ión pueden pedirle a Dios que les ayude a salvarlo.

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