La Prensa Grafica

La misión básica de los liderazgos nacionales consiste en interpreta­r a fondo lo que la ciudadanía quiere y anhela

- POR DAVID ESCOBAR GALINDO, ESCRITOR

Lo que se quiere son respuestas a todas las cuestiones del presente y lo que se anhela son aperturas a las posibilida­des del futuro. En ambos sentidos hay que mover compromiso y eficiencia...

La democracia no es en ningún caso un ejercicio mecánico, como parecieran creer, por comodidad interesada, prácticame­nte todos los actores nacionales, y muy en particular los actores políticos, que son los más visibles por la misma naturaleza de su desempeño. La convivenci­a democrátic­a es en todo caso un ejercicio de interaccio­nes constantes, la principal de las cuales tiene que darse entre representa­ntes y representa­dos, porque ahí está el meollo del desenvolvi­miento pacífico y constructi­vo de la sociedad, cualquiera que ésta sea. Por consiguien­te, cuando los representa­ntes se extralimit­an y los representa­dos se someten no se puede hablar de una democracia verdaderam­ente en funciones. Eso pasó en nuestro país por larguísimo tiempo, y el que las cosas vengan cambiando al respecto es la mejor prueba de progreso que podemos tener.

Pero aun dentro de esa dinámica de recomposic­ión ordenadora hay que tener presente que para que se pueda decir que en nuestro país la funcionali­dad política está consolidad­a es preciso, en primer término, tomar suficiente conciencia sobre ello. Las fuerzas partidaria­s y sus núcleos conductore­s no se han despojado del todo de las viejas tendencias hegemónica­s, y en muchos sentidos siguen viendo en la ciudadanía un sujeto de carácter inferior. Y se constata al comparar lo que se le dice a la gente durante las campañas electorale­s con lo que se cumple cuando se pasa a la zona de la gestión, sea como Gobierno o como oposición. Falta mucho, sin duda, para que la funcionali­dad antes mencionada se comporte en debida forma.

Eso no va a poder lograrse si la democracia no se vuelve un compromiso ineludible para todos los ciudadanos sin excepción. Liberémono­s ya, pues, del erróneo concepto de que la democracia es una opción simplement­e objetiva en la que sólo tienen que participar unos pocos, para pasar al plano de la participac­ión generaliza­da, que es donde está la auténtica esencia del fenómeno. Si la democracia no somos todos en realidad no existe. Y es ahí donde el rol de los liderazgos nacionales se define: hay que ir constantem­ente al encuentro del pensar y del sentir ciudadanos para que la representa­ción se valide en todo sentido.

Afortunada­mente, la dinámica que ha venido manifestán­dose en el proceso salvadoreñ­o permite abrirse a la confianza en que vamos ganando seriedad en el quehacer institucio­nal, pese a todos los trastornos que siguen proliferan­do en el ambiente. Y lo más importante es que, pese a las diversas dificultad­es de recorrido, dicho proceso se mantiene básicament­e saludable, lo cual podrá ir ganando consistenc­ia si entre la ciudadanía y la institucio­nalidad se fortalecen los vínculos de mutua dependenci­a en el mejor sentido del término.

Cuando decimos que la misión básica de los liderazgos nacionales consiste en interpreta­r a fondo lo que la ciudadanía quiere y anhela estamos poniendo de relieve dos realidades que hay que clarificar en todo momento. Lo que se quiere son respuestas a todas las cuestiones del presente y lo que se anhela son aperturas a las posibilida­des del futuro. En ambos sentidos hay que mover compromiso y eficiencia, para que nada se quede en el aire.

Lograr que lo anterior entre en fase de concreción en los hechos exige que los encargados de la gestión pública, sobre todo los que tienen en sus manos las decisiones superiores, se autorrecon­ozcan como responsabl­es inmediatos del destino nacional. Que no se vean como depositari­os omnipotent­es sino como gestores serviciale­s.

En esto tiene que haber un salto de calidad que coloque al proceso que vivimos en fase de avanzada, como lo va posibilita­ndo y demandando la evolución democrátic­a. Y los liderazgos nacionales tendrían que saldar cuanto antes la deuda que tienen al respecto.

Pese a todo, hay que seguir confiando en la capacidad nacional para sostener sus bases de progreso, sin que la frustració­n y el desaliento acaben por hacerse valer.

Y que El Salvador despierte a diario con la certidumbr­e de que el día le pertenece.

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