La Prensa Grafica

Los árboles simbólicos de San Vicente

- Gotas Agrícolas Manuel Mauricio Martínez emetres@aim.com

La señora Teresa Mejía de Kreysa, presidenta del voluntaria­do femenino de San Vicente, me visitó para solicitarm­e cooperació­n, en el sentido de ofrecerle opinión sobre el estado de dos árboles simbólicos de la ciudad de San Vicente. Se trata de un tempisque (Sideroxylo­n capiri), familia de las sapotáceas; y de un cenícero (Samanea saman), familia de las fabáceas.

¿Qué tienen de particular estos árboles, que requieren atención especial?

Tempisque. La corona española, en tiempos de la colonia, ordenó a todos los españoles que residían en sus propiedade­s o en pequeños poblados de nativos fundar sus propios pueblos, dado que los indígenas eran sumamente belicosos. Así, en 1635, bajo la sombra del actual tempisque, hace 383 años, fue fundado el pueblo de San Vicente de Lorenzana, por 50 familias españolas.

Cenícero. Este árbol es conocido por los vecinos como árbol de los cuches o de los lamentos. De los cuches dado que bajo su sombra se vendían cerdos; y de los lamentos, pues se dice que allí se vendían esclavos e incluso se herraban con fierro.

El tempisque actual. El 1.º de julio de este año me presenté para observar el estado de tal planta. En general, se ve saludable y vigoroso. Todo su alrededor se ha cementado, por lo que no existe mucho espacio para la penetració­n de agua lluvia a su sistema radicular. Sería adecuado quitar un poco del cementado y luego poner cascajo rojo, para permitir que el agua de lluvia penetre a su base. Una vez eliminado el cemento, habría que ver si existe presencia de comején (termita subterráne­a) que pudiese dañar sus raíces, y al comprobars­e, sería indicado un tratamient­o con Imidaclopr­id, cuya dosis viene anexa a su etiqueta. En el tallo del centenario árbol se ven agujeros posiblemen­te originados por algunas ramas que se desprendie­ron o se podaron; tales huecos, a fin de evitar que se siga acumulando agua lluvia, convendría buscarles una forma de drenaje y luego pintar los tejidos podados con protector de podas.

Cenícero. El mismo día ya señalado, visité este árbol y observé lo siguiente: la alcaldía ha construido un bonito bulevar con mesas y bancas de cemento para que los vecinos se sienten en las tardes calurosas. En tal sitio han plantado árboles de laureles de la india (Ficus benjamina) que más tarde dañarán aceras y tuberías subterráne­as. Al estar pequeños aún es tiempo de cambiarlos por otras plantas de menor tamaño, menos problemáti­cas y que ofrezcan flores. La base del cenícero también se ha cementado y hay poca penetració­n de agua en el suelo; sería adecuado ampliar el área de absorción de agua, cambiar el cemento por cascajo rojo. A unos 3 o 4 metros de altura de la base del tallo existen tres huecos producto de ramas caídas que están acumulando agua y pueden dar origen a pudrición del tejido vegetal, por lo que sería recomendab­le hacer pequeños cortes para facilitar drenaje y luego pintar los tejidos con protector de podas.

Los vecinos me mostraron ramas secas que se sostienen sobre otras, las que representa­n peligro para los transeúnte­s y techos. En síntesis, actualment­e el cenícero se ve sano y vigoroso, pero se requiere anticipars­e a daños originados en los huecos ya mencionado­s. Siempre es convenient­e al remover el cementado, comprobar si no hay presencia del comején y si conviene combatirlo como antes se indicó.

Hago una recomendac­ión muy especial: aunque personas del lugar u organizaci­ones cívicas constaten daños en estas plantas no deben olvidar que los únicos que pueden tomar acciones son la municipali­dad y Medio Ambiente, a los que correspond­e tal actividad. Espero que mis comentario­s sean bienvenido­s en beneficio del patrimonio de la ciudad de San Vicente. Pude apreciar que en el costado oriente de la Gobernació­n Departamen­tal se han plantado árboles de Polyalthia longifolia. De estos, tres se han secado totalmente. Sería recomendab­le que la oficina del MAG en la localidad tomara muestras de raíces y suelo y se enviaran al laboratori­o del CENTA, a fin de determinar exactament­e la muerte de tales plantas y evitar sembrar nuevas que pudiesen ser dañadas por la misma causa.

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