Y FRANCISCO DIJO QUE YA ERA SAN ROMERO
El fatídico balazo del 24 de marzo de 1980, que se cobró la vida de San Óscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo y mártir, así se le denomina desde hoy por orden del papa Francisco, dejará de sonar como chasquido de odio. El Vaticano lo subió este domingo 14 de octubre a los altares y la historia cumple con el cometido de llamarlo santo, tal como indica el canon de la Iglesia católica.
Allá en el Vaticano estaba parte de un pueblo que quería abrazar este momento, la curia salvadoreña en su máxima jerarquía y el sacerdocio que quiso y pudo acompañar el rito, Cecilia Flores de Rivas (la mujer del milagro) y su familia y no podía faltar el cuerpo diplomático, que no pierde estos momentos. Allá, en la Santa Sede, Francisco lo colocaba a la derecha de Pablo VI (Giovanni Battista Montini), su maestro, el hombre que lo ayudó a formarse en Roma cuando era un estudiante.
La simbología del rito católico no deja espacios para lo que no sea solemne, está todo pensado, programado, instruido, es un tiempo y espacio que solo permite centrar la atención en las santas y santos que se harán espacio en las iglesias, las locales y las del mundo, con Pablo VI y Monseñor Romero como los más universales, unidos desde el colegio hasta la canonización.
La preparación de la ceremonia inició a las 8 de la mañana en el Vaticano, medianoche de El Salvador, allí se leyeron la vida y obra de los siete nuevos santos: Pablo VI, Óscar Arnulfo Romero Galdámez, Francis Spinelli, Vincenzo Romana, María Caterina Hasper, Nazaria Ignazia de Santa Teresa de Jesús y Nuncio Sulprizio, una parte que no transmite la televisión.
A las 10:15 de la mañana (2:15 en El Salvador) ya 70 cardenales, 500 obispos y más de 3,000 sacerdotes de todo el mundo están colocados en la explanada de la Plaza de San Pedro, ya la inquietud hecha fervor se extiende por la plaza. Francisco entra, lanza la bendición y un amén al unísono marca el inicio de la misa.
Solo unos 15 minutos más tarde un diálogo en latín entre el
cardenal Giovanni Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, y el papa Francisco ha señalado el inicio del rito de la canonización. El prefecto hace tres veces la petición para que los siete elegidos sean inscritos en el libro de los santos. Becciu pide, Francisco responde y el pueblo afirma.
LAS PETICIONES
El cardenal continúa el diálogo con el papa Francisco, haciendo la primera petición: “La Iglesia pide con fuerza a Su Santidad, que inscriba en el catálogo de los Santos a los beatos Pablo VI, Óscar Arnulfo Romero Galdámez, Francis Spinelli, Vincenzo Romana, María Caterina Hasper, Nazaria Ignazia de Santa Teresa de Jesús y Nuncio Sulprizio”.
La respuesta de Francisco es una invitación a orar y tras un breve silencio realiza la oración.
Después de ese momento, nuevamente el prefecto hace la segunda petición: “La Iglesia pide con mayor fuerza... que Su Santidad inscriba en el catálogo de los santos a los siete beatos”.
El papa pide más oración e invocando al Espíritu Santo. La solemnidad del latín deja escuchar el canto Veni Creator Spiritus (Ven, Espíritu Creador).
Becciu lanza la petición definitiva y es como una exigencia para la canonización: “La Santa Iglesia confía en la promesa del Señor de enviar su Espíritu de verdad. Ahora pide con todas sus fuerzas que Su Santidad inscriba en el catálogo de los santos a los siete beatos”.
Ya no hay diálogos, finalizaron las peticiones y la respuesta de Francisco ha concedido todo, son santos y lo proclama así: “En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos santos a los beatos Pablo VI, Óscar Arnulfo Romero Galdámez, Francis Spinelli, Vincenzo Romana, María Caterina Hasper, Nazaria Ignazia de Santa Teresa de Jesús y Nuncio Sulprizio y los inscribimos en el Catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sean devotamente honrados entre los Santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
El amén y aleluya cantado tres veces es solo la muestra del júbilo y alegría en el Vaticano y en El Salvador, en la Plaza de San Pedro y la plaza Gerardo Barrios, en la capilla Divina Providencia y las demás iglesias del país que esperaron el momento, es una nueva alborada, el santo que se espera de un nuevo amanecer.
Becciu agradece al pontífice, pero aún solicita la redacción de las Letras Apostólicas de la Canonización realizada. Una sola palabra de Francisco finaliza el rito: “Lo ordeno”.
LAS LECTURAS LO ENCONTRARON
Y sigue la misa, cada lectura pareciera haber sido escogida para Romero, entregado a los pobres, con una doctrina de igualdad, con un llamado a la equidad. La palabra de un hombre sabio que sigue vigente. El Libro de la Sabiduría en la Primera Lectura parecía retratar una vida que solo quiso servir: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza”.
Pero el salvadoreño no solo es santo, también mártir, así quedó establecido en los cánones de la Iglesia, un martirio que parece gritar cada día que las cosas no cambian, que clama justicia, así en la Segunda Lectura en la Carta a los Hebreos se lee: “Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas”.
Y como precepto de fidelidad, en el Evangelio de San Marcos se da testimonio de una vida entregada a los pobres: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”, así vivió y así murió San Romero, así se le recuerda, el obispo de los pobres, así está inscrito ya para el pueblo.
Francisco ya tiene en los altares a dos de sus personajes de la Iglesia favoritos, Pablo VI es el papa de su preferencia y Romero el mártir que más admira. No es coincidencia, así lo escogió al canonizarlos juntos en la Plaza de San Pedro, allí están el papa del Concilio Vaticano II y el obispo de este mismo.
Ahora es símbolo de una Iglesia que está obligada a reconciliarse, pero sobre todo comprometida con los pobres, con el viejo “sentir con la Iglesia” que el obispo pregonaba y que es concordante con el mensaje del papa de “salir a la periferia”.
Esa siempre fue la intención del Sumo Pontífice, con Romero se representa la globalización de la solidaridad humana, así lo ha expresado muchas veces; al unirlo a Pablo VI envía un mensaje hacia dónde tienen que ir los obispos en la actualidad, ambos están ligados a un Evangelio radical, pero muy atado a la doctrina social de la Iglesia. Ambos ahora son santos.
Dos pueblos se dispersan tras la canonización; el que viajó a Roma para escuchar directamente de Francisco el momento de la canonización, regresará a sus hogares en El Salvador u otros países que escogieron como casas, y el que se quedó en El Salvador, el que madrugó, el que esperó en esa mañana un nuevo amanecer, ese también se aleja.
Romero ahora es de todos, volverá a ser discutido, evidenciado y utilizado, pero ya es de todos, así lo marca la Iglesia, así lo dijo él como premonición en la homilía del 17 de diciembre de 1978: “Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es de Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”.