La Prensa Grafica

LOS FELIGRESES QUE CELEBRAN LA ESPERA DEL SANTO

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Alexánder Américo, asesinado durante el conflicto armado. Toma el retrato en blanco y negro, uno entre cientos, y lo mira serio por largo tiempo, uno que se quiebra en llanto.

“Tenía que estar aquí, por Monseñor Romero y por él. Sabía que venir aquí me iba a hacer sentir bien y mal. Bien porque me trae lo que viví. Mal porque sé que todo eso ya no existe”, comenta, las manos duras cerradas sobre la foto. A unos pasos, el escenario de la noche es apenas unos hierros sin forma. Bocinas, pantallas y tarimas se apilan a un lado. El movimiento se registra un poco más lejos, en la cripta de la Catedral, en la que descansan los restos de Romero.

Como bien ordenadas hormigas, los feligreses hacen fila, entonando cantos y esperando pacienteme­nte su turno para posar sus manos sobre el monumento con su efigie.

Vienen de todos lados, de Guatemala, de Honduras, de Europa. Y los que vienen son de todos los credos. Hay por acá un evangélico, un testigo de Jehová, un musulmán: han decidido llegar por un rato a rendirle honores al futuro santo. Como Juan Carlos Rivas, quien se define como “no creyente”. Roza los 60 años y viste (camisa a cuadros, jeans, zapatos limpios) como quien no quiere llamar la atención.

“Vengo aquí porque este fue un hombre admirable. Llegó a nosotros cuando pasábamos por muchas penas. Pero nos dio esperanza. No hay nada peor que la pena sin esperanza”, dice.

En la entrada de la cripta, sacerdotes y activistas de derechos humanos, como el exprocurad­or David Morales, reflexiona­n sobre la permanenci­a de su mensaje. Dicen lo que se ha dicho cientos de veces: que sus palabras no estaban iluminadas por otra cosa que no fuera el Evangelio, que tenía la costumbre de tomar por sorpresa a todo su

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