La Prensa Grafica

CUENTOS DE MEDIO MINUTO (14 )

(Homenaje al cuentista húngaro István Örkény)

- David Escobar Galindo

PRIMER INDOCUMENT­ADO

Cuando regresó por la vía de la deportació­n, lo primero que hizo, después del encuentro en familia, fue dirigirse al predio baldío que estaba inmediato. Ahí se arrodilló, y aspiró a profundida­d el aire: --Estoy aquí contigo, aire libre, porque sé que fuiste el primer indocument­ado, y por eso me podés entender como nadie… La ráfaga pasó sobre su frente, como el aleteo del buen augurio más inspirador.

EN LA FILA INDIA

Aquella ordenada multitud no cesaba de moverse hacia el interior en ningún momento del día, ni siquiera en la nocturnida­d. Todos los aspirantes al ingreso parecían aceptar la espera con voluntad pacífica. Hasta que se acerca aquel anciano a todas luces iracundo. Cuando llegó a la entrada, le espetó al empleado: --¿Y vos qué dijiste: este pendejo ya aceptó volver a su hogar de origen? ¡Pues no, cabrón, yo sigo siendo Adán, y quiero ser libre!

FICCIÓN AZUL

Las nubes se organizaba­n para aquella que sería, según todos los cálculos, la primera jornada estelar de la estación lluviosa. Y alguien, que ninguno de los bloques gaseosos presentes podía identifica­r, se venía acercando por una de las estribacio­nes del terreno, y al llegar les advirtió de pronto: --Les aviso que se acercan las nuevas corrientes cálidas del cambio climático. Tienen que dejar de ser tan inocentes, muchachas…

EL NUEVO CICLO

Colgaron en la pared principal aquella manta que contenía un dibujo del mapamundi. Todos se ubicaron frente al dibujo, como si estuvieran en un aula de las de antes. El conductor de la sesión dio el toque para el comienzo: --¿Listos? Aquí está el mapa. Hay que decidir a dónde vamos a ir a establecer­nos… Alguien preguntó: --¿Y por qué no se lo dejamos al azar? Eso es lo más congruente con nuestra naturaleza… El conductor se mesó la esponjosa barba blanca: --Sí, pero recuerden que fuimos dioses y hoy ya nadie nos lo reconoce.

MISIÓN FRAGANTE

La tierra estaba húmeda y el aire estaba seco. El caminante venía moviéndose desde una lejanía que se hallaba mucho más allá de la cadena de montañas visibles. Y como ya le pesaba la pequeña bolsa que traía colgada del hombro, buscó ayuda. Entró en una tiendita de antigüedad­es, y de inmediato ofreció: --¿Quiere comprarme algo para tener yo con qué comer? --¿Y qué trae? --Las últimas flores del jardín de mi conciencia.

AL AIRE LIBRE

Cuando llegó la primera golondrina, alguien le preguntó desde algún ramaje próximo: --¿Ya te cansaste de querer hacer verano? Arribó entonces el jilguero despistado y la misma voz le dijo: --Qué bueno que has renunciado a ser solista… El cuervo estaba por posarse y la voz tuvo un amago de burla: --Vas a tener que pedirle a tu amigo Edgar Allan que te ayude. Los tres miraron hacia el ramaje: --Nunca vas a salir de ese rincón donde has estado siempre, envidioso de las alas.

LA VERDADERA IDENTIDAD

Sonó el reloj de pie, con su repique clásico. Aunque se hallaba en un rincón, tenía la actitud de ser el centro de todo. La noche estaba empezando y los invitados comenzaban a llegar. El dueño de la casa se acercó al reloj: --Como siempre, te pido silencio cuando estén aquí. Ya los conoces. El reloj los conocía mejor que nadie. Eran las almas en pena que se reunían en la casa de su guardián para emocionars­e con sus remembranz­as, y lo que más angustia les daba era recordar que el tiempo existía y que tenía voz.

REVELACIÓN DEL ECO

Mientras las frases seguían destelland­o en el aire, el silencio del lugar parecía estar a la defensiva. Así lo sentía él, que era el protagonis­ta, a pesar de todo. ¿Y qué significab­a “todo”? --La pregunta te compro. --¿Y vos quién sos? --Si lo adivinás te lo digo –ofreció entre risas. --Ah, ya sé. El de siempre. --¿Cómo así? --Mi eco favorito. --Cuidado, sin ofender. Yo no soy tu eco: soy tu otro yo.

EL OTRO OFICIO

Los empleados iban llegando a la oficina del jefe, para la reunión a la que habían sido convocados, y se ubicaban en sus asientos de siempre. Aquel lugar era por costumbre el orden en persona. Pero en aquel encuentro algo indefinibl­e parecía variar la rutina. Cuando el jefe apareció, todos se pusieron en guardia. ¿Qué era aquello? El señor se colocó en su podio y comenzó a gemir. Total silencio en torno. Pasados unos cuantos minutos, el jefe carraspeó y dio inicio a su explicació­n: --Los he reunido para anunciarle­s que esta empresa se cierra. No es cuestión de números, sino de letras. Yo me voy a dedicar a escribir mi historia y ustedes van a tener que buscar otras ocupacione­s. No quedarán en el aire, porque yo voy a estar pendiente de ustedes en todo momento. Es lo que nos toca a los espíritus liberados de sus ataduras inútiles.

HORA PICO

El tráfico era un caos anunciado. Las filas de vehículos salían por todas partes. Y, para colmo, empezaba el azote de la lluvia. Como era natural a aquella hora, ellos iban uno detrás del otro, y aunque al principio él pensó que el todoterren­o de ella estaba simplement­e esperando turno de avance, cuando pasaron los minutos y la pitazón se hizo estruendos­a, él se dio cuenta de que el vehículo de adelante estaba detenido. Los dos se bajaron al mismo tiempo. Y al nomás verse todo lo que les rodeaba desapareci­ó como por encanto. Dicen que la ilusión le cierra los ojos a la realidad.

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