FRANCISCO ES EL REY DE LA CALLE
El sumo pontífice llegó ayer a Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud. Desde el primer día, y muy a su estilo, rompió ya el protocolo.
Alas 4:32 de la tarde se abrió la puerta del avión en que viajaba el papa Francisco. Las personas reunidas en el aeropuerto de Tocumen agitaron las banderas y gritaron de júbilo. El sumo pontífice se presentaba a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y uno de los ritos modernos de la Iglesia católica aumentaba su vida, la que ya había nacido con la marcha de los peregrinos por las calles de Panamá durante toda la semana.
No había comenzado el descenso por las escaleras cuando el presidente panameño, Juan Carlos Varela, se secaba en el traje el sudor de las manos. Lucía inquieto y sonreía; más tranquila, a su izquierda, Lorena Castillo de Varela, la primera dama, preparaba su saludo al papa Francisco.
Pero el mandatario panameño no fue el primero en saludar al pontífice; antes, el nuncio apostólico Miroslaw Adamczyk y el arzobispo José Domingo Ulloa subieron al avión para darle la bienvenida.
A las 4:34 se quitó el solideo de la cabeza, probablemente por la brisa que soplaba, y comenzó a bajar. Varela y su esposa ya habían comenzado su paso al pie de las escaleras del avión, allí cruzaron palabras que solo quedaron para ellos y quienes los rodeaban.
Caminaron sobre la alfombra roja hacia el canopi instalado para los actos oficiales. Francisco marchó a paso cansino, fue despacio y casi pareció calzar sus pasos, pero su energía está en el rostro, en una imperdible sonrisa que parece eter- na. Su rostro no descansa, o bueno, sí, reposa antes de los actos oficiales, el papa es antiprotocolo.
El evento estaba programado para que se entonara el himno nacional de Panamá, que sí sonó, después el himno del Vaticano y luego el oficial de la JMJ, pero estos dos últimos no fueron ejecutados para dar paso a los saludos oficiales en el que cada funcionario quería robar segundos ante el pontífice. Tampoco existieron los discursos programados, el de Varela y el de Francisco. Eran las 4:46 de la tarde y era hora de emprender la salida hacia la nunciatura.
El papa es antiprotocolo y lo confirma cuando quiere, cuando decide que tiene que saludar a los fieles, a los que se aglomeran para verlo, a los que le rinden homenaje.
Se detuvo para ver a los integrantes de la banda del Centro Escolar Primavera, que han entonado cantos católicos y regionales, los escuchó y los vio bailar, los aplaudió.
Y una vez más le dijo no a los formalismos. No quiso subir al vehículo que lo sacaría luego del aeropuerto parar abordar el papamóvil. Antes prefirió saludar a los suyos, a los que agitaban banderas, a los que coreaban su nombre, a los que estaban bajo el sol.
Se acercó y el mismo Varela le alcanzó a un niño para que lo cargue, solo segundos más tarde tomó entre sus brazos uno más, entonces sí se encaminó al auto que lo trasladó hasta el papamóvil.
Ya son las 4:53 de la tarde e inicia el paso por la calle, a la periferia, allí él es el dueño de una vía flanqueada a los lados por la gente, que parece emular un canal humano que él surca con naturalidad, con simpleza.
Cuando a las 5:33 subió al papamóvil pareció más cómodo. No hay cristales blindados, no hay encierro, el viento incluso vuelca sobre su rostro los pliegues de la sotana. Más cerca de la ciudad hay un mayor tumulto, más gritos, más euforia y su sonrisa imborrable parece más extensa. Es el dueño de la calle, ya había comenzado a tomársela desde la mañana, cuando la gente se agolpaba para lograr verlo pasar, para tener su puesto asegurado en la primera fila, para soportar sol y calor por un saludo que a lo mejor será eterno.
El vehículo corta el aire por la carretera y una mano derecha no deja de saludar. Allí va Francisco, el del rostro incansable, el de la sonrisa imperecedera.
Sí, Francisco es el rey de la JMJ, pero también es el rey de la calle.