Todo presente es un cúmulo expansivo de vivencias y experiencias que se van sumando en el curso del tiempo
Cuando nos acercamos a los procesos humanos y sociales en busca de fórmulas de entendimiento práctico de los mismos, lo primero que nos sale al paso es la gradualidad sucesiva de los aconteceres y de sus testimonios en la realidad de cada momento. Ahí aparece inevitablemente la caracterización temporal que viene activa desde siempre: pasado, presente y futuro. Es como si el tiempo tuviera el control de la dinámica evolutiva, sin que hubiera forma de escapar de ella. Sin embargo, al calar un poco más al fondo de las cosas tal como son y tal como se desplazan en la ruta del vivir, podemos encontrar una vía de entendimiento más realista y más reveladora. Y ese es el impulso que, en mi caso individual, viene siendo cada vez más predominante a la hora de analizar los hechos y valorar sus consecuencias.
Hace unos pocos días, tuve un encuentro personal y literario que me dejó nuevas piezas de reflexión al respecto. Vino a nuestro país el relevante diplomático e intelectual español Manuel Montobbio, que ha desempeñado funciones de su especialidad en nuestros países y que no se quedó en dicho desempeño, muy eficiente por cierto, sino que entró en inmediata fase de esfuerzo comprensivo de lo que ha ocurrido en los mismos especialmente en el ámbito de los conflictos bélicos internos, que desembocaron en acuerdos de paz. Manuel escribió sobre el caso salvadoreño un libro de gran valor denominado “La Metamorfosis del Pulgarcito. Transición política y proceso de paz en El Salvador”, y muy recientemente sacó a la luz el libro sobre Guatemala, que fue el que vino a presentar a nuestro país: “La Perplejidad del Quetzal. La construcción de la paz en Guatemala”.
El contenido de ambos textos no sólo es enriquecedor sino también absorbente. Un despliegue de percepciones que se van convirtiendo en visiones de vocación permanente. He leído y releído el libro sobre Guatemala, y en el trayecto me encontré de pronto con una cita inolvidable, perteneciente a la notabilísima pensadora española María Zambrano, alumna de Ortega y Gasset y de Zubiri, para quien la filosofía y la poesía son las dos caras de una misma moneda.
Esta es la cita a la que me refiero: “Nos decía respecto al tiempo María Zambrano que ni el pasado ni el futuro existen, sino el presente del pasado, o la memoria, y el presente del futuro, o la esperanza. Y tal vez tenga su sentido último el escudriñar el pasado, descifrar la memoria y promover su alquimia en esperanza”. Breves frases para pensar sin fin. Porque el tiempo es nuestro único recurso disponible, ya que en él se van animando o desanimando las energías de nuestra alma por medio de decisiones de la voluntad consciente.
Hay que tener mucho valor intelectual para afirmar que ni el pasado ni el futuro existen como tales. Lo que existe es por un lado la memoria y por otro la esperanza. Memoria de lo vivido, sea nuestro o de otros; y esperanza de lo por vivir, sea de quien fuere. Y nuestra experiencia vivencial es como un puente colgante, que nos mantiene en inseguro equilibrio entre lo que viene de atrás y lo que espera hacia adelante. Esto puede parecer un juego de imágenes, pero en verdad es una colección de sensaciones graficables.
Venimos de una orilla y vamos hacia otra, siempre. Eso quiere decir que lo que nos caracteriza es el tránsito. Seres de tránsito y en tránsito en todos los órdenes: el orgánico, el imaginativo, el espiritual, el intelectual, el proyectivo... No es de extrañar, entonces, que el tiempo esté a la vez con nosotros y fuera de nosotros. Tal percepción resulta siempre ambivalente, porque nos hace sentirnos dueños de la vida y en otro plano desterrados permanentes. Así las cosas, se puede decir que lo que nos queda es aferrarnos a los alambres del puente para intentar alzar vuelo. Volemos, pues, como lo que somos: peregrinos que sueñan con una invisibilidad profundamente protectora. Hoy es hoy, y mañana lo seguirá siendo, en compañía de nuestra Segunda Trinidad: Pasado, Presente y Futuro.
NUESTRA EXPERIENCIA VIVENCIAL ES COMO UN PUENTE COLGANTE, QUE NOS MANTIENE EN INSEGURO EQUILIBRIO ENTRE LO QUE VIENE DE ATRÁS Y LO QUE ESPERA HACIA ADELANTE.