Mañana es 15 de septiembre, y no hay mejor ocasión para revivir a todo nivel el sentimiento de pertenencia nacional
Cada septiembre, los centroamericanos conmemoramos nuestra Independencia, que nos vio surgir a la vida internacional como una sola comunidad de pueblos integrados. Muy poco después esa unidad se rompió por los embates de las diferencias mal manejadas, y cada una de las antiguas provincias tomó camino por su cuenta. Estamos así desde muy poco después de aquel 15 de septiembre de 1821, cuando emergimos en conjunto hace ya casi dos siglos. Infinidad de cosas se han sucedido en el curso de esta historia de familia dividida que vive en un vecindario donde todas las terrazas se miran entre sí. Y subrayamos la expresión “familia dividida” porque eso es en verdad lo que somos, aunque con gran frecuencia queramos dejar de lado tal condición, lo cual no deja ningún saldo favorable, como se comprueba sin dificultad con sólo hacer un recuento de los hechos sucesivos. Pero lo cierto es que estamos aquí, cercanos y distantes, mirándonos con frecuencia de reojo como si fuéramos conocidos desconocidos.
En nuestro ambiente, los deterioros de toda índole vienen siendo el pan de cada día, y aunque afirmamos constantemente que pese a todo el país avanza, tenemos que reconocer que lo hace en medio de montones de escombros de nuestra propia realidad. Entre tales escombros, los del sentimiento de pertenencia son algunos de los más visibles. Si bien muchos de los efectos que se han producido por obra de tal desintegración son irreparables, a lo que tendríamos que dedicarle más atención y empeño es al propósito de reanimar nuestro espíritu de vinculación comprometida con lo propio, que se manifiesta de múltiples maneras, desde los apegos emocionales hasta esfuerzos materializados.
Entre otras cosas, hay que recuperar símbolos, porque ellos nos permiten interpretar aconteceres, descifrar enigmas históricos y perfilar aspiraciones nacionales. Y el 15 de septiembre es uno de esos símbolos, con todo su florilegio de recordación animosa. El hecho de que dentro de dos años se estarán cumpliendo los 200 años de aquel acontecimiento liberador debe ser un estímulo adicional para que el símbolo tome más brillo y tenga más repercusión. Pero en sí el 15 de septiembre es una fecha mayor, a la que debemos dedicarle emoción y animación, porque encarna todos los elementos clásicos para ser gozosamente celebrable. Y así debemos tener siempre presente que la historia no es simplemente un conjunto de relatos apiñados en los textos tradicionales, sino una suma de momentos que, con sus irradiaciones propias, siguen vivos en el presente y en todos los presentes. Cuando estamos hablando con tanta intensidad de una fecha como el 15 de septiembre nos viene de inmediato a la mente otra fecha, que tendría que ser aún más inspiradora y motivadora para nosotros los salvadoreños: el 5 de noviembre, cuando, allá en 1811, se dio en el centro de San Salvador, el llamado Primer Grito de la gesta independentista centroamericana. Aquel día de noviembre, la figura egregia del Padre José Matías Delgado enarboló la salvadoreñidad como una bandera de giros inmarcesibles. Fue aquí, en nuestra pequeña e infinita tierra, donde los destellos de la libertad tomaron carta de ciudadanía, y así se abrió el capítulo de la autorrealización nacional, que ha tenido que encarar tantos avatares en el curso del tiempo subsiguiente hasta nuestros días y más allá. Hoy estamos aquí, con grandes tareas por cumplir y múltiples experiencias por vivir. La independencia, en su auténtico y permanente sentido, necesita en todo momento fertilizaciones que garanticen su permanencia y tratamientos salutíferos que aseguren su funcionalidad. Nunca hay lozanía espontánea en nada: todo requiere cultivo constante, cuidado sin tregua y fervor convertido en aliento. Los salvadoreños venimos de vivir incontables desgastes, y eso nos ha puesto en guardia frente a nuestra propia realidad, que es cada vez más compleja y más retadora; pero al mismo tiempo eso nos da ánimos y fuerzas para no desfallecer, cualesquiera fueren las pruebas que salgan al paso. Ojalá que la dinámica de los tiempos que corren nos haga reconocer nuestra esencia identificadora. Todas las señales que están moviéndose dentro de la realidad que nos toca vivir apuntan hacia el reencuentro con nosotros mismos, en el seno de esta Patria que es y será siempre el refugio con vista al horizonte. Los salvadoreños tenemos pasado, tenemos presente y tenemos futuro. En ese escenario de ayer, hoy y siempre debemos forjar día a día nuestra suerte.