Los salvadoreños necesitamos recomponer nuestro tejido social de acuerdo con los tiempos
Las diversas y potencialmente muy dañinas vicisitudes históricas que nos ha tocado enfrentar a los salvadoreños en el curso del tiempo han producido, como efecto inmediato más determinante, el creciente deterioro de nuestro tejido social, que viene siempre acompañado por consecuencias también muy deplorables en lo político y en lo económico. Todo esto nos pone ante un panorama de desafíos de gran calibre y de alto riesgo, que ya se han vuelto amenazas constantes contra la funcionalidad y la estabilidad. Es explicable, entonces, que nos sintamos cada vez más apremiados por las circunstancias, lo cual induce a las decisiones de arrebato desesperado y a las tentaciones de violentar la realidad para escapar de las angustias cotidianas, que son individuales y colectivas. Así vivimos nuestro día a día, sin tener ninguna certeza alrededor.
Todas las opciones de desarrollo están a la mano, pero no vendrán a nuestro encuentro de manera mecánica. Eso debemos tenerlo presente sin que ninguna desatención o propósito interesado pueda revertirlo. Y en la búsqueda de tratamientos eficaces al respecto hay que enfocar de modo prioritario el factor social, que siempre está en primera línea porque es el que directamente se refiere a la suerte y al desempeño de las personas. Hay aquí un punto de especialísima significación tanto en lo individual como en lo colectivo, y en ningún momento ni bajo ninguna circunstancia hay que desconocerlo.
Para recomponer el tejido social se hace indispensable poner en manos de la ciudadanía lo que le corresponde por derecho y por ley; es decir, hacer factible una participación que parta desde las raíces de la convivencia y se expanda por todas las ramificaciones de la colectividad. Esto es algo que, dentro de las maneras ficticias que han sido lo común en el ambiente desde que se tiene memoria, se ha dado por sentado aunque los testimonios de la realidad lo desmientan persistentemente. Ahora lo que más anima es que ya no es posible tapar el sol con un dedo, y las deficiencias del quehacer nacional están a la vista, demandando correctivos.
La recomposición del tejido social no puede ser lograda con la plenitud progresiva que se requiere para que nuestro país vaya saliendo de veras adelante sin que las voluntades de los salvadoreños, sin distingos de ninguna índole, se pongan en línea con lo que la realidad nos está demandando a todos. Esto es un acontecer estrictamente histórico, y por consiguiente no puede ser desviado por intenciones sesgadas ni por propósitos excluyentes. Aquí no sólo tienen intervención necesaria los actores políticos, que son los que siempre buscan la exclusividad para servirles a sus propios fines, sino que es indispensable que se dé una conjunción de esfuerzos provenientes de todos los integrantes de la comunidad nacional.
Nuestro proceso evolutivo, si bien ha tenido que ir superando escollos y trastornos de muy variada índole, afortunadamente no se ha detenido en ningún momento de nuestra transformación democratizadora, lo cual es un estímulo de altísimo valor para seguir adelante con todas las voluntades puestas en línea. Y justamente en eso –en la alineación democrática de voluntades– se halla una de las claves fundamentales del éxito del proceso en el que vamos inmersos.
La sociedad salvadoreña ha vivido tradicionalmente desfigurada por sus propias carencias y desajustes, y en tal sentido lo que hoy se impone como tarea inaplazable es ponerla en verdadera ruta de modernización permanente.
Para que esto se dé tiene que existir un compromiso sin reservas de todos los sectores y actores nacionales, porque este proceso hay que asumirlo como un continuado ejercicio de racionalidad sin puntos muertos ni desagües perversos.
LA SOCIEDAD SALVADOREÑA HA VIVIDO TRADICIONALMENTE DESFIGURADA POR SUS PROPIAS CARENCIAS Y DESAJUSTES, Y EN TAL SENTIDO LO QUE HOY SE IMPONE COMO TAREA INAPLAZABLE ES PONERLA EN VERDADERA RUTA DE MODERNIZACIÓN PERMANENTE.