El país necesita una gestión gubernamental sistemáticamente comprometida con el realismo y con el progreso
LHAY QUE ATACAR A FONDO, POR LAS VÍAS MÁS SENSATAS, TANTO LA POBREZA COMO LA MARGINACIÓN. SIN EL VENENO DE LA DEMAGOGIA NI EL FLAGELO DEL ABUSO.
os retos actuales para todos, y muy en particular para un país con las características del nuestro, son un cúmulo de pruebas de alta intensidad, que no pueden ser resueltas favorablemente si se persiste en continuar con el encierro en las formas y en las fórmulas que provienen del pasado. Estamos en una era agresivamente digital, y eso, como principal factor demostrativo, nos pone ante una doble tarea inescapable: aprovechar con pleno compromiso las oportunidades del presente, activando la incorporación al mundo actual por todas las entradas disponibles, y trabajar sin descanso por el perfeccionamiento progresivo de nuestra realidad en todos sus campos. En esto, no hay que amilanarse o retroceder ante las dificultades que evidentemente van saliendo al paso: la clave está en generar y sostener alianzas estratégicas en todos los ámbitos de la sociedad, para que nadie se quede fuera ni haya zonas de penumbra en el mapa del progreso.
Es fundamental que la ola modernizadora llegue hasta los más remotos y olvidados rincones de nuestra sociedad, como enseñan los ejemplos de las sociedades que son ahora muestras vivas de desarrollo perfectamente actualizado y funcional. Y puestos en este plano importa al máximo subrayar la trascendencia de los acuerdos básicos que son capaces de desatar corrientes de energía transformadora y de avanzada. Uno de esos primeros acuerdos tendría que darse, con voluntad de indefinida permanencia, entre el sector público y el sector privado, que en nuestro país vienen estando endémicamente desconectados por visiones ideológicas trasnochadas y por intereses aferrados a una absurda preeminencia.
Uno de los propósitos básicos tiene que ser la nivelación efectiva del acceso a las oportunidades en el ambiente. En ese sentido, es clave poner la educación en el primer plano de todas las iniciativas gubernamentales, ya que sólo por medio de ella se garantiza un progreso debidamente actualizado. El Estado debe dejar de despilfarrar los fondos públicos en seguir engrasando el aparato estatal, para dedicarlos a lo que verdaderamente es significativo para el país y para su gente. Hay que poner en práctica un criterio de igualdad que sea a la vez respetuoso y exigente.
En el tema de la relación constructiva entre el sector público y el sector privado hay que decir sin tapujos que ésta más que una simple relación coyuntural tiene que ser una integración de responsabilidades frente al país. Hay que dejar totalmente de lado los prejuicios arraigados y los rechazos neuróticos para pasar a un ejercicio de coordinación y de cooperación que tenga un solo objetivo: hacer que el país avance y prospere. Y esto desde luego no sólo no choca con los intereses legítimos de los entes involucrados sino que permite proveerles a todos los beneficios de un sano desenvolvimiento, que es el que con mayor seguridad se mantiene en el tiempo.
Aunque los salvadoreños siempre hemos sido apostadores de futuro, uno de los desgastes más lamentables que se han padecido en las décadas recientes es el que se refiere a nuestra confianza en nosotros mismos. Eso hay que remediarlo sin más tardanza, para que se pueda entrar cuanto antes en el plano de las rehabilitaciones. Entre ellas, la del ánimo nacional, que continúa en pie, pese a todas las adversidades, pero que está requiriendo fortalecimientos acordes con el momento. Hay que atacar a fondo, por las vías más sensatas, tanto la pobreza como la marginación. Sin el veneno de la demagogia ni el flagelo del abuso.
En esta precisa coyuntura de la realidad, del país y de su gente, hay que sacudirse indiscriminadamente todas las costras que han dejado los errores del quehacer nacional. Lo más importante y significativo debe ser la sana estrategia del presente que conduzca a las esperanzadoras salidas hacia el futuro.