El ordenamiento armonioso de las diversas dinámicas nacionales es un elemento decisivo para lograr desarrollo
PLAGAS COMO EL POPULISMO Y VIRUS COMO LA DESINFORMACIÓN SISTEMÁTICA SE HAN VUELTO VIRALES EN ESTOS TIEMPOS.
Uno de los factores más negativos que se vienen presentando en el desenvolvimiento de nuestra realidad nacional sobre todo en el curso de los años más recientes es el que consiste en la dispersión de iniciativas y de esfuerzos que apuntan hacia el desarrollo. Es muy probable que dicha tendencia desarticuladora tenga su origen más inmediato en la falta histórica de experiencia visionaria, ya que prácticamente lo que ha prevalecido desde siempre es el imperio incuestionable del poder de turno, con todas sus obsesiones y exclusiones; pero lo cierto es que eso es absolutamente incompatible con el ejercicio democrático que está hoy en marcha, y por consiguiente debe ser superado y sustituido a la mayor brevedad.
Puestos en esta perspectiva, lo que en primer término estamos necesitando en nuestro ambiente político y social es que el criterio ordenador tome el puesto que le corresponde para que el país pueda entrar en una fase de percepciones y de proyecciones verdaderamente constructivas, dentro de la lógica democrática que es la que nuestra evolución determina. Cuando hablamos de orden no nos estamos refiriendo, desde luego, al seguimiento de ninguna línea ideológica específica, sino al imperativo de mover en perspectiva las energías nacionales en función de ponerlas al servicio del bien común, que es lo que venimos necesitando desde que esta etapa democratizadora logró instalarse en nuestro medio.
Si por algo las fuerzas partidarias tradicionales han venido perdiendo aceptación en el sentir ciudadano es porque ninguna de ellas ha sido capaz de responderle a dicho sentir en la forma que la dinámica de la evolución determina y las condiciones del país demandan. Esto no es algo exclusivo de nuestro país, porque situaciones semejantes proliferan por doquier, y específicamente en nuestros entornos hispanoamericanos; pero cada caso tiene sus características propias, y en lo que toca a nuestro país lo que resalta en primer término es el impulso irresistible hacia una nueva forma de desempeño de las distintas organizaciones políticas en competencia, que tendrán otra prueba de sostenibilidad a comienzos de 2021 cuando vayan a medirse de nuevo en las urnas.
La democracia no se mueve nunca en forma mecánica, ni siquiera cuando ya tiene suficiente arraigo para ser considerada irreversible, como pasa en los países que han acumulado una larga tradición de ejercicio democrático bien sustentado. Y en el caso de países como el nuestro, de muy reciente experiencia al respecto, hay que poner mucho más empeño en mantener viva y sana la práctica democratizadora. Esto implica, en primer término, nunca descuidar la evolución en los hechos y desde luego asegurar a cada paso que todos los actores políticos y sociales se ajusten a sus respectivas atribuciones y funciones sin derrapes ni desajustes. Esta es una tarea conductora que tiene que estar siempre en la primera línea del trabajo gubernamental y del compromiso sociopolítico.
Como se advierte sin ninguna dificultad en el transcurso del día a día de nuestro proceso nacional, los riesgos y los peligros para la buena marcha de la dinámica democrática no dejan de estar al acecho. Plagas como el populismo y virus como la desinformación sistemática se han vuelto virales en estos tiempos, y la sanidad del sistema exige que haya tratamientos inmediatos para que la normalidad se mantenga incólume y estable al servicio del bien común y en beneficio de los intereses nacionales, comenzando por la estabilidad sin fisuras.
Insistiremos en este punto cuantas veces sea necesario, porque todos debemos entender y aceptar que si no hay orden y disciplina en todos los sentidos siempre estaremos a merced de las peores eventualidades.