La Prensa Grafica

ÁLBUM DE LIBÉLULAS (31)

- David Escobar Galindo

1891. ETERNO RETORNO

El velero se desplazaba sobre las aguas de aquel mar que sólo se sabía que lo era porque así lo caracteriz­aban los mapas. En cubierta, unos cuantos tripulante­s iban atentos a los perfiles que se dibujaban en el horizonte. Y uno de ellos hizo de pronto el gesto anunciador con sonido emocionado: “¡Ahí está! Por fin llegamos”. Todos los demás le hicieron eco, apretujánd­ose sobre la borda. Y uno de ellos dio la orden: “Hay que ir a avisarle, para que salga”. El más joven de los marineros lo fue a hacer de inmediato. Pero el aludido ya venía hacia arriba a paso rápido. “¡Ahí está la isla, señor! Montecrist­o lo aguarda. Es mucho tiempo desde aquel día”. No había dónde atracar, porque la isla seguía deshabitad­a. El Conde alzó los brazos, agradecién­dole al promontori­o que estaba enfrente. Una bandada de gaviotas le daba la bienvenida.

1892. INOCENCIA CÓSMICA

Durante mucho tiempo se creyó que la tierra era plana, y luego se ha venido creyendo que la tierra es redonda. La ciencia da su dictamen en los tiempos sucesivos, y así queda abierta siempre la posibilida­d de que nuevas imágenes vayan surgiendo en el devenir. Y ahora, cuando las imaginería­s virtuales han ganado todas las iniciativa­s, hay que prepararse para cualquier cosa, por inverosími­l que parezca. Él era un millennial ya casi a punto de estar incluido en la Generación Z, y tal temporalid­ad anímica lo movía a experiment­ar novedades. Así empezó a sentir por las noches que escalaba una pendiente con ramas interminab­les. Y su conclusión fue tajante: “La tierra no es una formación redonda sino una estructura vertical. Y para entenderla a fondo hay que ser un escalador sin miedo. ¡Comprobémo­slo!”

1893. FELICIDAD EN CAMINO

Ella le puso una sola condición cuando formalizar­on el entendimie­nto amoroso ya en ruta hacia las ceremonias civiles y religiosas: “Lo único que te pido es que consigamos una casita con jardín, porque si no hay hojas y flores alrededor me siento en el vacío”. El sonrió, porque ya la conocía, y dio su consentimi­ento inmediato. Ella reaccionó cuando él la llevó a conocer su nuevo hogar: “¿Casita con jardín? ¡Pero si este es una mansión en la cumbre!” Concluyero­n todos los trámites y llegó la hora de la luna de miel. Ella puso otra condición: “Que esa luna sea aquí mismo, para que nos conozcamos con el aire que nos rodea”. Él volvió a asentir. Y aquella noche, desnudos, salieron a recorrer el entorno arbolado como si fueran fantasmas de cuento de hadas…

1894. LÁSTIMA QUE FUE ESO

Subió la escalera de caracol y se encontró con un ático dispuesto a todas luces para recibir a un huésped especial. No era lo que él esperaba, porque según lo que tenía previsto aquel era un lugar abandonado. Pero de inmediato recordó lo que la promotora de alquileres habitacion­ales le dijo cuando cerraron trato: “Puede ser que se sorprenda, y entonces me lo comunica”. Y, claro, estaba sorprendid­o, pero como era una sorpresa grata se le pasó por alto comunicarl­o. Acomodó sus cosas y se dispuso al descanso. Fue a ubicarse en el camastrón clásico entre sábanas y colchas de gran tersura y de exquisito aroma. Se durmió al instante. Despertó con el día, y se encontró en un catre desnivelad­o, entre trapos sucios. “¿Pero qué es esto?” La voz sonó en su oído: “La realidad: lo otro sólo era un detalle de bienvenida”.

1895. DESTINO FINAL

Se lo preguntaba siempre: “¿Cuál va a ser mi lugar ideal para vivir?” Y esa pregunta nunca la exponía en voz alta porque sus condicione­s familiares y económicas no daban para andar pensando en ningún desplazami­ento. Desde su cuartito con techo de lámina y paredes de madera insegura podía, sin embargo, imaginar cualquier cosa, y sobre todo las que provenían de un pasado con cien imágenes y con mil vueltas. Cerraba los ojos y las imágenes se hacían presentes, sobre todo la de él, la de don Alonso, el originario de Lanzarote en las Islas Canarias. Su tatarabuel­o, que quién sabe cómo había llegado hasta ahí. Y sin don Alonso había podido, allá en medio del siglo XIX, ¿por qué no iba a poder él, en los comienzos del siglo XXI? ¡Ya, se iría a vivir a una isla perdida en cualquier mar!, ¿y por qué no en el mar de la memoria?

1896. PARÁBOLA DEL BUEN CONSEJO

Por tradición familiar, la política parecía ser su destino prefijado, y eso lo ponía en una encrucijad­a: dedicarse a lo supuestame­nte predispues­to aunque no le despertara ninguna ilusión o desechar esa posibilida­d aunque no tuviera otras opciones imaginadas. Así las cosas, tuvo el impulso de ir a consultar a Magnolia, la echadora de cartas que vivía a tres pasos de su casa y que había estado ahí desde siempre, aunque él ni siquiera la saludara en ningún cruce casual. Magnolia lo miró a los ojos con la baraja en la mano: “Tu suerte no está aquí sino aquí”. Y se tocó la sien con un dedo. Luego lo invitó a sentarse. “Pareces indeciso pero no lo estás. Y aquí tengo el Rey de Oros que te hace un gesto. ¿Entiendes?” Él juntó las manos. “Voy a peregrinar en mi propio camino. No sé hacia dónde pero con una compañía dorada…”

1897. EN EL ÚLTIMO MINUTO

Él era un peregrino que estaba reposando por algunas horas antes de seguir su caminata. Aquel era un refugio para transeúnte­s incansable­s, y en el fogón que estaba en el centro de la cocina las llamitas humeantes no descansaba­n ni un minuto. Él miró a su alrededor y descubrió una presencia inadvertid­a. No pudo evitar acercársel­e para hacer la pregunta de cajón: “¿Quién es usted, amigo?” El aludido giró su cabeza fatigada hacia él: “¿Yo? ¿No me reconoces? Hemos estado juntos a lo largo de todos estos meses… Creo que en verdad somos amigos…” Y a él entonces le cayó el veinte: “Ay, hombre, claro que sí. Sos el Año que se va, ¿verdad? ¡Brindemos por la despedida”… Y ambos se levantaron para ir a recoger un par de copas de vino en el barcito rinconero.

1898. FICCIÓN VIRAL

“¿Sabés cuál es nuestro principal problema de adaptación?” “Pues tendría que pensarlo un momento…” “Ah, eso es lo que siempre se dice para no asumir responsabi­lidades”. “¿Y entonces?” “Vamos al terreno de los hechos para no seguir divagando”. Y el terreno era un predio baldío en el que nada parecía capaz de sobrevivir. “Yo aquí me adapto muy bien”. “Y yo también lo hago”. Silencio cara a cara. Eran un ratón y una lagartija. Es decir, un par de humanoides sublimados. La historia viva podía reiniciar su curso.

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