La convivencia pacífica es el logro mayor de una democracia bien vivida, y hacia eso tenemos que orientar todas las políticas nacionales
EL SIGNO MÁS RELEVANTE DE ESTA NUEVA ÉPOCA ES QUE YA NO EXISTEN LAS ÁREAS DE CONFORT PARA NINGÚN COMPONENTE O SUJETO DEL FENÓMENO ACTUAL, Y POR ENDE TODOS TENEMOS QUE ACEPTAR NUESTRA RESPONSABILIDAD Y ACTIVARLA EN LOS HECHOS.
Durante largo tiempo, los salvadoreños estuvimos inmersos en una especie de pantano antidemocrático del que llegó a parecer imposible salir, hasta que el desenlace de la guerra interna vino al rescate. Esto parece una frase sencillamente literaria, pero viendo las cosas como son va quedando de inmediato en evidencia que nos referimos a un dato perfectamente comprobable y de naturaleza inequívoca. Todas las fuerzas nacionales, hasta las que se escudaban en un radicalismo de carácter extremo, tuvieron que sumarse al compromiso de ingresar a la competencia democrática real, y ese hecho, que no tenía precedentes en nuestra vida republicana, puso al escenario nacional en posición de responder a los ejercicios de dicha competencia, sin las cargas distorsionadoras que por tanto tiempo habían impuesto sus designios interesados con absoluta impunidad.
Ha transcurrido suficiente tiempo para poder confirmar, con pruebas y testimonios fehacientes, que nuestra democracia en acción ha logrado establecer bases firmes para asegurar su supervivencia por encima de las amenazas y los avatares que proliferan en el día a día; pero eso no significa que el esfuerzo estabilizador y dinamizador esté concluido: hay aún muchos trabajos estructurales por hacer y muchas labores coyunturales por procesar, como son, entre los primeros, el romper definitivamente con los vicios deformadores del pasado, y, entre las segundas, el superar las tentaciones descalificadoras que se niegan a desaparecer por su cuenta. El signo más relevante de esta nueva época es que ya no existen las áreas de confort para ningún componente o sujeto del fenómeno actual, y por ende todos tenemos que aceptar nuestra responsabilidad y activarla en los hechos sin excusas ni pretextos.
Pero en lo que verdaderamente se constata la vigencia y la permanencia de la democracia es en la promoción efectiva y permanente de la convivencia pacífica como factor que define la forma de ser de la sociedad. Y esto es algo que hay que asumir y asimilar como un requisito primario de la democratización, ya que ese tipo de
convivencia es el único que empalma sustancialmente con el ser democrático instalado en cada sociedad y en cada nación que se animan a tomar por su cuenta este reto. Porque al referirnos a ese tipo de convivencia lo que en verdad enfocamos es el dinamismo activado de la paz, que representa el fundamento de una existencia sana, interactuante y constructiva. Hacia ahí tendríamos que impulsar todos nuestros empeños de vida en sociedad, ya que si no hay reconocimiento del convivir no puede haber afirmación del progresar. Ahí está la clave de un sustentado destino.
Y para que haya convivencia pacífica tiene que haber legalidad consolidada a fondo, institucionalidad al servicio de los intereses nacionales y no sesgada hacia ningún interés particular o grupal y seguridad que efectivamente proteja a la ciudadanía sin excepciones ni exclusiones de ninguna índole. Es decir, que la sana convivencia va siempre en paralelo con la normalidad de la vida social y con el saludable desempeño de toda la actividad tanto individual como colectiva. Esta es la labor de supremo alcance que resulta indispensable e insustituible para que se pueda decir que avanzamos, tanto en lo objetivo como en lo subjetivo, hacia las grandes metas de sociedad y de país, que son las que deben prevalecer como objetivos sin alternativa y actuantes en todo momento del devenir nacional.
Convivir no sólo es compartir vida en el día a día comunitario sino ejercer en común tareas de destino principalmente en función nacional. Los salvadoreños hemos venido fortaleciendo nuestra conciencia de integración a este ser temporal e intemporal que se llama El Salvador; y dicha conciencia crece ahora más que nunca por efecto del redimensionamiento de la pertenencia que viene promoviendo el fenómeno migratorio de nuestros días. Los salvadoreños que emigran ya no van a desaparecer en los lugares de destino, sino a emerger manteniendo aún más vivos si cabe los sentimientos que comunican con el origen. Esto amplía la convivencia y pone los hechos nacionales en un nuevo plano. Tengámoslo presente para aprovecharlo en bien.
Hay que fertilizar y nutrir la convivencia con todos los recursos materiales y emocionales que estén al alcance. Esto tiene dimensiones sociales, culturales, económicas y políticas de múltiple espectro, que deben seguir recibiendo toda la atención debida. Estamos en un momento crucial de nuestro devenir, y actuar en consecuencia es lo que nos toca a todos.