ESTAMOS EN LA ERA DE LOS RECLAMOS Y EL AMBIENTE SE ENCUENTRA PLAGADO DE ASPIRACIONES Y DE DEMANDAS NO SATISFECHAS
En ningún caso hay que usar las aspiraciones y los derechos de la población para fines oscuros, porque esa es la peor traición que se le puede hacer a la democracia.
Es claro, y de seguro cada vez irá siéndolo más, que en nuestro país la era de los conformismos tradicionales va quedando cada vez más atrás, y eso no es por ninguna voluntad específica que así lo decida, sino por efecto de la misma dinámica evolutiva del proceso, Los viejos y trasnochados métodos de funcionamiento institucional evidentemente han dado de sí, y esto es inequívoco producto tanto de las fuerzas del cambio de los tiempos como de las trasformaciones que el fenómeno salvadoreño ha gestado y desplegado sucesivamente, entre las diversas manifestaciones de una globalización que está cambiándolo todo con una apertura de la que no hay antecedentes semejantes, ni en nuestra realidad ni un ninguna otra. Desde luego, cada caso tiene sus propias características, que son notas distintivas inconfundibles, y a partir de ahí hay que definir los análisis y proyectar los comportamientos de todos los entes y actores que están en juego. Es, pues, otro escenario, al que hay que irse adaptando sin tardanza.
Lo anterior, que es una realidad inequívoca sin alternativas, exige no sólo cambios de actitudes frente a los hechos reales que están hoy sobre el tapete sino replanteamientos estratégicos de cara a las responsabilidades emergentes y a las oportunidades que se presentan a consecuencia de los transformaciones que va trayendo consigo la dinámica modernizadora que está tomando la delantera actualmente en todas partes. Se trata sin duda de una etapa de transición, en la que la voz de la ciudadanía se hace sentir con todos sus matices actuales, que no son de sometimiento a los mandatos y a los intereses de los poderes tradicionales sino de acoplamiento a las aspiraciones ciudadanas más sentidas y de servicio a las demandas no satisfechas de la población.
Este debería ser manejado como el momento más oportuno para integrar voluntades y esfuerzos en pro de una sociedad más proactiva y más abierta al futuro constructor y reconstructor. No nos cansaremos de reiterar, entonces, que la actual es una coyuntura que por su propia naturaleza está demandando de todos los salvadoreños un impulso vivificante y fertilizante en medio de todas las dificultades que nos envuelven sin cesar. No hay que perder ni un solo minuto en desgastes estériles y esterilizadores; y en contraste, hay que invertir todas las energías disponibles en mantener a flote nuestro presente y en habilitar a fondo nuestro futuro. Esa es la tarea que se ha vuelto más apremiante.
Es claro que hay que velar constantemente para que haya confianza en el desempeño social e institucional en todo sentido, y eso implica de manera ineludible que nadie deje su respectiva responsabilidad sin cumplir, porque sólo en esa forma serán legítimos los beneficios que se pretende obtener de ello. Lo primero, en todo caso, es comprometeré de veras con el deber asumido, como lo ordena un desempeño que no esté por encima de lo legítimo y de lo legal. En el momento en que todo esto se aplique de veras en los hechos, sin dobles caras ni opacidades sospechosas. podremos decir que nuestro proceso está moviéndose en la vía de la legitimidad. Y esto es deber incuestionable de todos, más allá de cualquier identidad, caracterización o proveniencia.
A la gente hay que servirle en todo lo que merece y necesita, pero sin usar en ningún momento ese servicio como tapadera de ninguna irregularidad o abuso. Y esto hay que garantizarlo con la ley en la mano y con toda la voluntad dispuesta.
En ningún caso hay que usar las aspiraciones y los derechos de la población para fines oscuros, porque esa es la peor traición que se le puede hacer a la democracia precisamente cuando más necesita respeto, solidaridad y consistencia.