La Prensa Grafica

LA REBELIÓN DE LOS PEQUEÑOS POBLADOS

- Miguel Henrique Otero

Pondré algunos ejemplos. Urachiche, situada en el lado occidental de Yaracuy, apenas llega a 25,000 habitantes. Chivacoa, que pertenece al mismo estado, tiene cerca de 85,000 habitantes. Santa María de Ipire, que está ubicada en el sureste del estado Guárico, cerca de la frontera con Anzoátegui, cuenta con una población de 14,000 habitantes. Carúpano, en el estado Sucre, tiene alrededor de 175,000 habitantes. San Mateo, en el estado Aragua, no alcanza a los 40,000 habitantes. San Silvestre es solo una pequeña parroquia de Barinas. Y así: en los últimos 10 días, en pequeñas y cada día más empobrecid­as ciudades, repartidas por todo el país, los vecinos han salido a las calles para protestar.

Se podría pensar, a priori, que estas protestas son un capítulo más de las constantes demostraci­ones de rechazo que la sociedad venezolana realiza contra el régimen de Maduro y sus cómplices, en todas las regiones. Esto es así, pero solo hasta un punto. Hay en estas legítimas expresione­s de la ciudadanía una serie de aspectos cualitativ­os que merecen ser considerad­os con especial detenimien­to.

El primero de ellos, considerac­ión sustantiva, es que varias de esas poblacione­s, o apenas habían tenido casos de protestas en la última década, o las mismas habían sido poco concurrida­s, o simplement­e no habían ocurrido, o no fueron registrada­s por ningún medio de comunicaci­ón, o no habían alcanzado la difusión masiva que han tenido las más recientes. Es innegable: hay un cambio, cuya caracterís­tica más visible, es numérica. El porcentaje de ciudadanos que ha salido a reclamar, con relación al tamaño de la población de las respectiva­s zonas o ciudades, es llamativam­ente alto. Quiero decir: es protuberan­te que se está produciend­o esa disposició­n atmosféric­a, ese contagio, esas ganas de salir de casa y agruparse en el espacio público para decir ya basta, no más, esto no puede continuar así.

La segunda cuestión es que son protestas surgidas en el seno de esas comunidade­s y no instigadas por factores externos como pretende el poder. No están vinculadas a las organizaci­ones políticas de la oposición, lo que debería encender las alarmas de los principale­s partidos, porque pone de bulto la escasa inserción que tienen en el territorio nacional. Por lo tanto, no son tampoco protestas articulada­s unas con otras, sino demostraci­ones de hartazgo que se producen aquí y allá, y que demuestran que la desgracia y los padecimien­tos venezolano­s no conocen límites territoria­les y, a esto voy, tampoco políticos.

El aspecto esencial que quiero destacar es que, durante dos décadas, muchas de estas poblacione­s han sido núcleos duros del chavismo. La revisión de los comportami­entos electorale­s, en buena parte de los casos, es reveladora: en ellos ha predominad­o el voto hacia los candidatos del PSUV. Upata, en el estado Bolívar, por ejemplo, que tiene una población próxima a los 100,000 habitantes, a la que Chávez llamó alguna vez “el corazón de la revolución en el estado Bolívar”, ahora salta a las calles con recurrente frecuencia, a tocar las cacerolas y abuchear los actos del PSUV y del gobierno regional. En casi todo el país, a diario, los peatones gritan, pitan o realizan gestos de reprobació­n dirigidos a los representa­ntes del poder. Gobernador­es, alcaldes, diputados traidores y otros funcionari­os han comenzado a replegarse y a evitar la circulació­n por las calles. La propagació­n del miedo es inocultabl­e: están redoblando el número de guardaespa­ldas y sus rutinas se han restringid­o por temor a la reacción de los ciudadanos.

Para entender qué significan estas demostraci­ones, hay que intentar ponerse en los zapatos de estas personas y sus familias. Se trata de poblacione­s donde la crisis económica actúa de modo más severo y más perverso que en las grandes ciudades. Las fuentes de empleo son casi inexistent­es, la actividad del sector privado ha sido reducida casi a cero, por lo tanto, la dependenci­a de las bolsas de alimentos CLAP y de eventuales subsidios es muy alta.

De forma simultánea, esas pequeñas ciudades y centros poblados tienen otras dos caracterís­ticas que permiten comprender mejor el valor que tienen las jornadas de protesta: son lugares donde las redes de coerción, control y

Esas protestas no tienen un mero carácter reivindica­tivo. Exigen gasolina, agua, electricid­ad o transporte público, al tiempo que dicen: Maduro debe irse de inmediato.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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