ENCIERRO ORIENTADOR
La lucha por la libertad, sea personal, social o política, ha sido una de las misiones y de las tareas más humanizantes en el tiempo, y los vaivenes de esa lucha ocupan gran parte del quehacer humano desde que el mundo es mundo. Y aunque todos imaginamos estar seguros sobre lo que es la libertad, lo cierto es que se trata de una realidad que se nos escapa de las manos a cada instante. Y lo que necesitamos, pese a que nos cueste tanto reconocerlo y aceptarlo, es estar constantemente en guardia frente a los desafíos de ser libre o de no serlo. Y lo que más se nos dificulta es tomar conciencia de que la libertad es un desafío que necesita ser administrado, y que no se da por generación espontánea. La libertad hay que trabajarla en todas y cada una de nuestras conciencias, para que cada quien la asuma como le corresponde, y eso exige sinceridad y responsabilidad. Desde hace ya más de seis meses los salvadoreños hemos estado inmersos en un ciclo de cuarentenas con distintas caras aunque con un solo telón de fondo: el encierro que nadie esperaba. Encierro. ¿Quién iba a decirlo? Y aunque el encierro parezca la antítesis de la libertad, cuando se trata de un tipo de encierro como el que hoy nos ha tocado, una de las posibilidades más nítidas es que dicho encierro se vuelva revelador de la libertad. Encerrados como estamos, la libertad se nos da a conocer como un ejercicio productivo en el más espiritual sentido del término. Y así podemos caer espontáneamente en cuenta de que la libertad no es un salvoconducto caprichoso, sino una licencia que se caracteriza por la habilidad inteligente para administrar sus límites. De seguro, cuando todos nuestros movimientos de siempre recuperen su plena capacidad de decisión podremos sentirnos exactamente libres, no como máquinas autómatas sino como voluntades capaces de regirse por la conciencia puesta en línea.