EL ESPÍRITU DE LOS ACUERDOS DE PAZ
Inicio este artículo reiterando que, desde la perspectiva de las Naciones Unidas, los Acuerdos de paz son un hito a partir del cual el pueblo salvadoreño inicia el camino hacia un nuevo capítulo de su historia. Deja atrás el conflicto armado interno con cerca de 75,000 muertos. Los cambios desde los Acuerdos de paz posibilitaron, por primera vez, procesos democráticos como elecciones libres y justas, y la creación del Tribunal Supremo Electoral que a la fecha ha administrado 6 elecciones presidenciales y 9 municipales y legislativas.
El Acuerdo de San José restableció la vigencia de los derechos humanos, los Acuerdos de México y el firmado en Chapultepec crearon la Comisión de la Verdad para investigar los graves hechos de violencia del conflicto armado, reformaron y depuraron las Fuerzas Armadas, disolvieron los cuerpos policiales existentes, crearon la PNC y la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, reformaron el organismo judicial y el sistema electoral, y abrieron la posibilidad de un diálogo sobre las políticas económicas en el país. Dos Asambleas Legislativas produjeron, en tiempo récord, las importantes reformas constitucionales derivadas. ¿Por qué recordarlo? Porque, a pesar de incumplimientos, desafíos y limitaciones, este fue un proceso gigantesco de transformación del cual el pueblo salvadoreño puede estar orgulloso. Los aniversarios, incluido este 16 de enero –los 29 años de la firma de los acuerdos–, son momentos idóneos para la reflexión acerca de dónde venimos y a dónde queremos ir, por eso, es bueno celebrarlos.
Con esta conmemoración inicia la cuenta regresiva de los 30 años de la firma de los Acuerdos de paz. Tenemos adelante un año que, desde las Naciones Unidas, proponemos sea para esta reflexión. He seguido con mucha atención la discusión sobre la interpretación de los Acuerdos de paz y de los sucesos que les siguieron. No se da por casualidad y es una discusión oportuna, porque para la generación joven esta época pasada no es su experiencia de vida, sino de las generaciones anteriores. Sin embargo, son ellos y ellas –jóvenes– que les toca el relevo de la antorcha, y ven que el camino recorrido no es ni suficiente, ni satisfactorio.
Es esta percepción lo que está sobre la mesa en esta discusión, porque hay partes del capítulo de los Acuerdos de paz que no fueron terminados de escribir, como la reconciliación inconclusa y la polarización política, los patrones de violencia en la vida social, la no hecha justicia, reparación y memoria para las víctimas del conflicto armado, la transformación económica y la superación de la desigualdad económico-social o la corrupción y la falta de transparencia en el ejercicio del poder. ¿Pero es razón suficiente para apartarse de los Acuerdos de paz y los procesos que introdujeron?
Claramente, la posición de las Naciones Unidas –un actor invitado al proceso de paz y desde entonces leal socio en la construcción democrática, promoviendo la justicia social y prosperidad económica– es que este análisis de los balances y cuentas abiertas con el pasado hay que hacerlo en y con el espíritu de los Acuerdos de paz, un momento estelar en la historia salvadoreña y que puede inspirar el futuro si queda entendido que solo el esfuerzo unido de todos los actores sociales logra una obra tan desafiante en un tiempo tan difícil e incierto como el que estamos viviendo.
Este aniversario de los Acuerdos de paz cae en un momento en que los logros de una década o más parecen desvanecerse ante la pandemia y nos preocupamos sobre el futuro. Son estos momentos en que necesitamos grandeza, visión y liderazgo. Coincide que estamos en el año del Bicentenario de la Independencia Centroamericana. ¡Qué mejor oportunidad para posesionarse de lo mejor de la historia de El Salvador y buscar corregir rumbo, hacer lo no hecho y terminar lo empezado!
Esto lo escribe quien presenció los Acuerdos de paz, con admiración para los salvadoreños.
Este fue un proceso gigantesco de transformación del cual el pueblo salvadoreño puede estar orgulloso.