LA PIEDAD CRISTIANA EN LO CORRIENTE
La palabra piedad como uno de los dones del Espíritu Santo se refiere a nuestra relación con Dios, el trato de un hijo con su Padre Dios, lleno de confianza, amor y sencillez.
Que le refiere todos sus problemas, sus alegrías y preocupaciones. Que acude a Él en cualquier momento, porque sabe que su Padre le escucha y está pronto a ayudarle en todo momento y en cualquier necesidad.
Por otro lado, la piedad, como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre.
Es el trato de intimidad, de cariño, de comprensión, de ayuda, de un amigo con su amigo. Que no niega a dar una mano a aquel que la requiera, que está pronto a darle lo que necesite, sin buscar recompensa de ningún género.
La palabra piedad es sinónimo de amistad con Dios, esa amistad en la que nos introdujo Jesús, y que cambia nuestra vida y nos llena el alma de alegría y de paz.
El don de Piedad, don del Espíritu Santo, nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios, nos lleva también a amar al prójimo y a reconocer en él a un hermano. A convivir en armonía con todas las personas, a ayudar a los necesitados, a ejercer la solidaridad con todo el mundo, especialmente con los que nos rodean.
La piedad incluye la capacidad de alegrarnos con quien está alegre y de llorar con quien llora, de acercarnos a quien se encuentra solo o angustiado, de corregir al que yerra, de consolar al afligido, de atender y socorrer a quien pasa necesidad.
Todo esto es la solidaridad bien vivida; la verdadera solidaridad: el ponerse en el lugar del prójimo, en sus necesidades y en sus alegrías, en sus dolores y problemas que pueda padecer. Es saber acudir inmediatamente a las necesidades del amigo y de cualquier persona que lo necesite.
Pidamos al Señor que este don de su Espíritu venza nuestros miedos y nuestras dudas, y nos convierta en testigos valerosos del Evangelio.
Pidámosle que se derrita nuestro corazón ante las necesidades de los demás y que sepamos correr a auxiliarles en todo momento, como lo haría Jesucristo, sintiéndonos servidores de ese gran Señor de los cielos y la tierra, dueño de todas las almas, que nos enseñó con su vida y ejemplo quién es verdaderamente nuestro prójimo y cómo debemos ayudarle.
Desde luego, en esta ayuda, lo primero y principal es su alma, antes que las necesidades materiales, pero, por supuesto, en esas necesidades materiales también hemos de tratar de llevarles el bálsamo que sana y conforta.
Pidámosle al Espíritu Santo que nos ilumine en todo momento, para saber descubrir en qué debemos colaborar con los demás para acercarles al Señor en todo momento y ayudarles solucionar sus problemas más urgentes.
Pidámosle también a la Virgen Santísima, Esposa del Espíritu Santo, Madre de Dios y Madre Nuestra, que nos consiga del Señor que aprendamos a vivir la solidaridad con los demás en la vida corriente, donde ellos nos necesitan, aunque no lo pidan.
La verdadera solidaridad: el ponerse en el lugar del prójimo, en sus necesidades y en sus alegrías, en sus dolores y problemas que pueda padecer.