“LOS ANIMALES ENFERMOS DE LA PESTE”
“Me sirvo de animales para instruir a los hombres”. Así sintetizaba el escritor francés del siglo XVII Jean de La Fontaine uno de los propósitos de sus famosas Fábulas: más de doscientos poemas, escritos en versos, protagonizados por animales con características humanas para facilitar la instrucción, y siempre con una moraleja más o menos explícita según las fábulas. Una obra atemporal que esboza con maestría las vicisitudes de la sociedad humana y sus políticos, como en El Salvador, ahora más que nunca.
Los dos blancos preferidos de La Fontaine son por una parte, los poderosos; y por otra, sus cortesanos y aduladores. El león es a menudo asociado a la primera categoría, con rasgos de Luis XIV, rey en la época del autor, monarca absoluto por derecho divino, “Rey Sol”, que inspira imitaciones en algunos miembros actuales del Ejecutivo salvadoreño. Se destacan sus actos injustos, arbitrarios y autoritarios, siempre animados, justificados y hasta deseados por los cortesanos.
La fábula titulada “Los Animales enfermos de la peste” ilustra muy bien estas consideraciones en general, y la situación salvadoreña en particular. El contexto inicial planteado por el poema es este y puede, por supuesto, hacer pensar en circunstancias que conocemos: una pandemia, de peste en este caso, está asolando la tierra, por la cual los animales tienen que reunirse y reaccionar. Algunos se van a tener que sacrificar por los demás. En la fábula, se tratará de un sacrificio para “el Cielo”. El León, rey de los animales, impone un consejo para designar al que será sacrificado. Pues supone que la peste es un castigo divino causado por los demasiados pecados cometidos: propone que el mayor pecador sea la víctima.
Cada individuo tiene entonces que confesar su principal pecado frente a todos. Empieza el León.
Cuenta cómo se comió cantidad de ovejas inocentes y hasta pastores. Pero termina aclarando que él ha sido el primero, que le toca ahora a los otros para encontrar al “más culpable”. Toma la palabra el Zorro, halaga al rey afirmando que no ve ningún pecado en lo que ha contado su majestad: al contrario, les hizo un gran honor al devorarlos. Mediante la astuta alabanza, el adulador se ahorra su confesión y deja el Burro empezar la suya. El infeliz animal cuenta avergonzado y muy torpemente cómo, un día, el hambre le impidió resistirse a comer todo el pasto de un prado. ¡Pobre diablo! Un Lobo pide en su arenga que se condene al maldito asno, que es de lejos el “más culpable” y pecador entre todos. Y así fue; fue ahorcado por su “abominable crimen”.
Elocuencia, mentiras e injusticias: el monarca decide solo y logra convencer a los otros que un acto, inútil y falaz, podrá salvarlos de una situación grave que pide consideraciones más serias. El León es un rey manipulador y autoritario, pero elocuente. Como lo son sus cortesanos, que harían cualquier cosa para glorificarlo, hasta justificar las peores tonterías y atrocidades. Por último, el de abajo, el burro, cae en la trampa y sufre por su humilde sinceridad los caprichos veleidosos y peligrosos de los de arriba. Siendo el más pobre, sin poder ni verdadera voz, a él le toca sacrificarse por los otros. Pues, termina diciendo el fabulista: “Según qué poderoso o miserable / seas, si eres juzgado, / te harán parecer justo o culpable”.
El León es un rey manipulador y autoritario, pero elocuente. Como lo son sus cortesanos, que harían cualquier cosa para glorificarlo.