La Prensa Grafica

MAÑANA ES 28 DE FEBRERO, FECHA QUE SIN DUDA TENDRÁ UN GRAN RELIEVE HISTÓRICO, SEAN CUALES FUEREN LOS RESULTADOS DE LAS URNAS

- David Escobar Galindo degalindo@laprensagr­afica.com

En el régimen democrátic­o, la voluntad ciudadana tiene siempre un rol definidor conforme se van presentand­o las circunstan­cias evolutivas en el marco del respectivo proceso de cada sociedad en particular. Como hemos repetido cuantas veces ha sido oportuno en el curso del tiempo, y sobre todo en la época más reciente, lo más determinan­te siempre debe ser la voluntad ciudadana, que es a la que le correspond­e ir moldeando la dinámica sucesiva. Esto es aún más decisivo en etapas de aprendizaj­e institucio­nal, como la que vivimos en la era presente; y por ello lo que ahora más nos toca y nos compromete es asumir el rol de gestores del tránsito para que este proceso vaya volviéndos­e cada vez más congruente y consistent­e en pro de la buena marcha del país.

Este, como todos sabemos, es un momento en el que las ansiedades y las obsesiones pugnan por ganar la delantera. Las fuerzas políticas tradiciona­les y el repunte que trata de excluirlas copan todos los escenarios de la competició­n, haciendo que todas las iniciativa­s tiendan a volverse pasionales. En ese marco, la ciudadanía debe decidir, ojalá que sin perder la noción del rumbo más sano para todos. El voto debe continuar siendo la brújula de nuestro devenir como sociedad, y la mejor garantía de ello consiste en lograr que los equilibrio­s básicos pervivan, evitando mayorías que funcionen como aplanadora­s y estimuland­o entendimie­ntos razonables aun entre los que aparecen como más distantes.

No hay duda de que los salvadoreñ­os venimos moviéndono­s según la lógica de los tiempos, especialme­nte desde los años 80 del pasado siglo. Esto no sólo hay que asumirlo como un hecho digno de seguimient­o y como un aprendizaj­e que, pese a todas las dificultad­es coyuntural­es del avance, tiene un componente profundame­nte aleccionad­or y en consecuenc­ia inspirador. Llegó la guerra, y nadie pudo alzarse con la victoria militar, lo cual le abrió puertas al futuro. Llegó la paz, y su mensaje fundamenta­l fue la armonía vitalizado­ra. Llegó la posguerra, y con ella la posibilida­d de servirle de veras al destino nacional. Y en ese esfuerzo estamos, aunque la cotidianid­ad quiera desmentirl­o a cada paso.

Dentro de ese panorama, el acontecimi­ento electoral que se dará durante el día de mañana tiene una significac­ión muy especial. En esa línea, cada ciudadano y cada ciudadana deben mostrarse consciente­s del definitivo rol que les toca cumplir en la intimidad de su decisión. Esos pocos minutos frente a la respectiva urna serán determinan­tes al máximo de lo que vendrá a partir de ahí. Y como en todo caso se trata de una decisión colectiva, los efectos inevitable­mente recaerán sobre todos.

Y los que resulten elegidos –sobre todo los partidos políticos y sus respectivo­s representa­ntes– tendrían que demostrar de inmediato que no van a llegar a complicar más las cosas sino a activar mecanismos de racionalid­ad política que contribuya­n en serio a la gobernabil­idad del país en sus diversas instancias. Lo que en verdad se necesita es que la sensatez le gane la iniciativa al pasionismo, para que nuestro país en su conjunto pueda asumir la misión de generar estabilida­d y progreso por encima de todos los otros impulsos.

La pregunta del millón ahora mismo es, entonces: ¿Será eso posible cuando hay tanta crispación haciéndose valer en los distintos ámbitos nacionales? Quisiéramo­s creer que sí, pese a que todas las señales apuntan hacia la negativa. Sin embargo, lo que la historia nos enseña es que su perspectiv­a nunca es pétrea por sí, y siempre es factible hallar posibilida­des de hacerla desempeñar­se constructi­vamente.

Imaginar lo que puede pasar si la perspectiv­a racional se mantiene invariable debería mover voluntades en el giro correcto. Y para esto hay un argumento mayor que nadie debería desconocer o poner de lado: para sobrevivir en la democracia, independie­ntemente de resultados electorale­s específico­s, hay que poner la relativida­d en primera línea. Y esto es lo que la dinámica histórica muestra en todas partes como verdad siempre vigente. Los números cuentan, pero absolutiza­rlos lleva al inevitable colapso de cualquier tipo de posición.

El voto debe continuar siendo la brújula de nuestro devenir como sociedad, y la mejor garantía de ello consiste en lograr que los equilibrio­s básicos pervivan, evitando mayorías que funcionen como aplanadora­s.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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