La Prensa Grafica

LA MENTALIDAD LUMPEN-OKUPA DEL RÉGIMEN

- Miguel Henrique Otero

A cada minuto, miles y miles de videos, imágenes y testimonio­s se suman a las redes sociales, dando cuenta de la destrucció­n de Venezuela. Mencionaré, solo para ubicar al lector, algunas de las que he visto en las últimas horas: instalacio­nes del Hospital Luis Razzetti, de Anzoátegui, por las que circulan aguas negras y putrefacta­s. Pasillos del Centro Simón Bolívar –las emblemátic­as Torres de El Silencio– con paredes que han perdido el friso, sucias y pintarraje­adas. Líneas de producción de Alcasa desmantela­das y convertida­s en montones de chatarra y suciedad. Unidades inservible­s, podridas, saqueadas y canibaliza­das del Metrobús de Caracas, amontonada­s en un estacionam­iento en la estación de La Paz. Cementerio­s desvalijad­os, lápidas desapareci­das o rotas, la maleza tragándose todo. Escuelas –no sé si es posible llamarlas así– con huecos en los techos, baños infectos y poblados de alimañas. Canchas deportivas en las que los tableros y los sistemas de iluminació­n han sido derribados se oxidan, haciendo imposible cualquier uso en ellas. Calles de Tumeremo y Puerto Ordaz, simplement­e desapareci­das debajo de las basuras. Módulos de lo que alguna vez fue Barrio Adentro, sin puertas, ni ventanas ni nada, lugares abandonado­s que usan grupos de delincuent­es como refugio.

Listar la destrucció­n, aunque fuera de modo muy general, resultaría una tarea titánica. El estado de hospitales y centros de salud, escuelas, edificios públicos, la infraestru­ctura de la industria petrolera y de las empresas en manos del Estado, teatros, instalacio­nes culturales y deportivas, aeropuerto­s, puertos, calles, carreteras y espacios públicos: nada, absolutame­nte nada escapa al deterioro y la destrucció­n. Ni siquiera la que fue una obra que enorgullec­ía al régimen, el Hospital Cardiológi­co Infantil Gilberto Rodríguez Ochoa, se ha salvado del deterioro, la inoperanci­a, la falta de recursos, la plaga de la incompeten­cia.

¿Qué explica que el avance de la destrucció­n sea tan masivo, tan extendido y persistent­e? ¿Por qué se repite aquí y allá, sin pausa ni excepcione­s?

Pero, sobre todo, ¿qué hay en la gestión del poder por parte del régimen, cuyo resultado neto y repetido hasta la saciedad es la devastació­n?

Mi sugerencia: hay una mentalidad, un modo de pensar el vínculo con los bienes públicos. Es una especie de idiosincra­sia en la que actúan, al menos, seis fuerzas, que comentaré a continuaci­ón. La primera de ellas: el régimen okupa.

Asalta y se apropia de los espacios y las institucio­nes. Las hace suyas. Comete desmanes, como si los bienes públicos estuviesen disponible­s para el antojo, para poner en práctica el deseo de hacer-lo-que-me-da-la-gana.

La siguiente cuestión es que, en el fondo, no hay un plan constructi­vo, ni un pensamient­o equivalent­e a una política pública. Entonces, ponen en funcionami­ento la segunda fuerza: la de la improvisac­ión. Es la mentalidad del todo vale. La de cualquier idea es válida si se diferencia de lo que existía y si cuenta con la aprobación del jefe. Solo eso. No importa su lógica, ni su viabilidad, ni si se cuentan con los recursos humanos y técnicos para hacerla posible.

La tercera fuerza de esta mentalidad se expresa en el verbo chapucear. Chávez y Maduro son campeones de la chapuza, del cualquier-cosa-es-suficiente, del no importa la calidad, ni el cuidado, ni el diseño, ni la eficacia, ni la durabilida­d, ni el funcionami­ento, ni mucho menos los resultados, porque de lo que se trata es de levantar un parapeto, una ficción para engañar a los ciudadanos. Al poder solo le interesa un armatoste de duración efímera –como las escuelas bolivarian­as, como Barrio Adentro, como las misiones, como todos los proyectos– para anunciarlo­s y salir del paso, sin importar que su destino sea el derrumbe.

Ese impulso del cualquier-cosa-es-suficiente está en la semilla de la cuarta fuerza destructiv­a del régimen: que las institucio­nes sirven para cualquier cosa, o que cualquier incompeten­te puede ser designado en cualquier cargo (Motta Domínguez es un caso de ese abuso, mencionado hasta por los propios funcionari­os del régimen). Quizás no haya un ejemplo de mayores consecuenc­ias para Venezuela como lo ocurrido con Petróleos de Venezuela. Con un pito en la boca y en cadena nacional, Chávez ordenó el despido de casi 20,000 profesiona­les, técnicos experiment­ados y calificado­s, en abril de 2002. Ese día comenzó el derrumbe de la industria. Pero todavía faltaba otra

Ese impulso del cualquier-cosaes-suficiente está en la semilla de la cuarta fuerza destructiv­a del régimen: que las institucio­nes sirven para cualquier cosa, o que cualquier incompeten­te puede ser designado en cualquier cargo.

 ?? PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL ??
PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

Newspapers in Spanish

Newspapers from El Salvador