TODAS LAS FUERZAS POLÍTICAS ESTÁN AHORA A PRUEBA MÁXIMA, INDEPENDIENTEMENTE DE LOS NÚMEROS QUE SURGIERON DE LAS URNAS
En la democracia activa, lo que menos existe es comodidad para las fuerzas políticas que se hallan en juego. Y esto es todavía más visible en casos como el de nuestro sistema, que tiene muy poca experiencia de avance competitivo y que por tanto tiempo ha estado a merced de los intereses autoritarios imperantes en el terreno. Hoy nos enfrentamos a una nueva prueba de sustentabilidad de dicho sistema, porque se ha producido un giro verdaderamente dramático en lo tocante a la configuración de fuerzas, que ha puesto a las tradicionales en condición casi marginal y ha colocado a la emergente en posición de dominio. Y esto es una prueba de altísimo relieve porque, más allá de los números que encarnan la voluntad popular, lo que enfatiza son las obligaciones actitudinales que ellos traen consigo. En las largas vísperas del 28 de febrero, lo que prevaleció, como era de esperar, fue la confrontación pasional llevada, por momentos, a sus máximos niveles. Pero una vez definidos los resultados en las urnas, lo que se impone es el manejo racional de los mismos. La lección práctica que nos ha dado el pueblo salvadoreño, en este caso como en muchos otros anteriores, debe ser asumida con mucha responsabilidad por los políticos y por las fuerzas a las que pertenecen. Racionalidad en función histórica, para que no haya ningún quebranto artificioso ni se manipule el avance en beneficio de nadie, sea ganador o perdedor. Ambos términos deben ser replanteados inteligentemente por todos. Comprometámonos, pues, todos sin excepción, al buen desempeño del proceso nacional en todos los órdenes. Sólo así estaremos sirviéndole al país conforme a los requerimientos y a las exigencias del momento, en clave evolutiva.