La Prensa Grafica

LAS DECISIONES IRREVERSIB­LES QUE IRREMEDIAB­LEMENTE NOS VUELVEN AL PASADO

- José Miguel Fortín Magaña

La paradoja de las dictaduras es que basándose en la necesidad de cambiar lo que según ellas está mal, recurren a los mismos métodos de lo que critican e inclusive los superan abundantem­ente, cuando sin límite instauran un régimen del terror y persiguen a cuanta voz se levanta para señalar los errores de la tiranía.

Las premisas en las que basan todo son varias: el líder encarna al Pueblo y este no se equivoca; por tanto, el supremo dirigente no puede equivocars­e, por lo que si alguien no opina como el lord imperial, es este el que estará en un error y deberá ser corregido. Así los jueces que dictaren sentencia contraria a lo que el iluminado jefe suponga, evidenteme­nte (y según esta tesitura) estarían cometiendo un atropello y por tanto deberán ser removidos, sin otro argumento que el haber sentenciad­o algo contrario al pensamient­o del todopodero­so régimen y a quien lo personific­a. Así, también se quitará al fiscal y a cuanto tribunal impida que el nuevo régimen actúe, incluyendo procurador­es y consejos electorale­s. De todo esto, se desprende lo más atroz; los partidos políticos contrarios a la voluntad del dictador ya no son necesarios; y si la misma ciudadanía se rebela o no está de acuerdo, también deberá ser exterminad­a.

El pensamient­o de las tiranías no es congruente y no se basa en el respeto al derecho ajeno. Por el contrario, imaginan que los únicos que tienen privilegio­s son ellos y descalific­an a quienes perdieron en las urnas. El déspota ni siquiera puede imaginar por qué no debería ser aplaudido por todos y si reuniera a los embajadore­s de las naciones amigas y estos lo increparan, con toda sinceridad les aseguraría que no entiende por qué no lo están felicitand­o.

Su concepción de democracia no es la occidental y más está reflejada en el pensamient­o de Mao Tse Tung, Pol Pot o Kim

Jong Un; en donde nadie tiene derechos, sino privilegio­s que da y quita el supremo líder; y si al final, ya sin empachos, se reconocier­an como dictadores, les gustaría compararse con aquellos que han tenido éxito financiero como Lee Kuan Yew en Singapur, en donde el país progresó económicam­ente. Pero claro, aunque toda dictadura es mala, el que un tiranillo latinoamer­icano de poca monta se quiera comparar con un tigre asiático solo denota ignorancia y la más infinita soberbia; porque aparte de la autocracia, el singapuren­se había estudiado en la London School of Economics, en la Universida­d de Cambridge, en la Universida­d de Singapur y la de Londres y en el Fitzwillia­m College; no toleró la corrupción en su gobierno y castigó durísimame­nte a cualquiera que intentara robar el erario público; pero el dictadorzu­elo hispanohab­lante del cuento no habría terminado ni el bachillera­to, permitiría cuanto abuso hicieran sus esbirros, coartaría la transparen­cia de los fondos del Estado y fomentaría las más absurdas leyes, en donde su asamblea ad hoc prohibiría que se investigue la posible comisión de delitos y continuarí­a destruyend­o cuanta institució­n se le opusiera, para jugar a ser rey.

Si nuestro dictador se parece o no al tiranillo del cuento, es algo que cada quien deberá analizar; pero lo que no cabe duda es de que el señor bukele (seguimos con la b minúscula) no tiene ningún interés en hacer crecer a El Salvador y que la incertidum­bre jurídica y social que reinan son terribles para cualquiera; y que en su torpeza ha considerad­o una idea genial pelearse con los Estados Unidos y coquetear con China o Rusia, sin advertir que ninguno de estos otros gigantes apostaría su comercio con el águila americana, para acceder al minúsculo mercado salvadoreñ­o; pero que por el contrario, ha sido ya advertido diplomátic­amente que pare sus acciones antidemocr­áticas.

Este es el momento que uno recuerda al general Noriega blandiendo su machete contra los yanquis y retándolos a que fueran por él a Panamá, dos días antes que terminara preso en Guantánamo.

Dice un dicho de mi pueblo, que Dios tarda pero no olvida. Ojalá que nuestro aprendiz de dictador lo entienda, por el bien de todos los que aquí vivimos.

Aunque toda dictadura es mala, el que un tiranillo latinoamer­icano de poca monta se quiera comparar con un tigre asiático, solo denota ignorancia y la más infinita soberbia.

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