LA VOZ QUE TENSÓ A ARCATAO
El padre Miguel Vásquez ganó notoriedad en octubre de 2020, cuando denunció la militarización de la zona fronteriza con Honduras, y de nuevo en marzo, cuando señaló que en Arcatao había habido compra de votos durante las elecciones del 28F. Para sus detra
l padre Miguel Vásquez habla con cierto desgano de las amenazas a muerte que dice haber recibido. Cuando se le mencionan, prefiere evitar el tema, reservarlo para otro momento en el que la justicia en el país se administre con “seriedad”. En todo caso, enfatiza, son reales. Tan reales que ha tenido que tomar ciertas precauciones, como no salir de noche. Más que por miedo, como forma de no servirse “en bandeja de plata” a cualquiera que desee hacerle daño. Porque miedo es algo que dice no sentir en absoluto. Y para dejarlo en claro, suelta una frase cargada de humor negro: “Si yo ya tengo hasta mi tumba hecha. Con la cruz y todo”, dice. Y sonríe.
La tumba le espera en su natal Conchagüita, en La Unión, en el mismo cantón que lo vio nacer hace 66 años y del cual salió hace 52 con rumbo al seminario de San Miguel para emprender su camino sacerdotal.
En ese largo recorrido, el padre se ha topado cara a cara con la muerte muchas veces. Quizás por eso, y por su fe, hablar de la suya no le altera para nada.
Una de las primeras ocasiones, y acaso una de las más cercanas, le ocurrió en diciembre de 1980, cuando siendo seminarista, volviendo con otros compañeros de repartir comida en los refugios que albergaban a las personas que huían de la incipiente guerra que por entonces comenzaba a enseñorearse por el país, un grupo de escuadrones de la muerte interceptó el vehículo en el que viajaban. “Ya para llegar al seminario, ahí por el Salvador del Mundo, nos interceptaron, nos sacaron y nos pusieron contra la pared. Como ahí hay una parada, en ese momento llegaron dos buses, y se bajó una cantidad de gente que nosotros solo nos quedamos pegados a la pared. No nos dispararon, se fueron”, recuerda.
Años más tarde, desligado ya de su formación diocesana y recién ordenado sacerdote jesuita, la cercanía de la muerte se le volvió una vivencia sistemática, cotidiana. Apenas cuatro meses después de su ordenación, en octubre de 1986, fue enviado a San José Las Flores, en Chalatenango, un lugar arrasado por los combates, donde le tocó hacer trabajo pastoral entre los montes y quebradas donde habían buscado refugio los pocos habitantes que resistían aún los embates del conflicto.
Lanzado sobre un terreno espinoso, su presencia a menudo despertaba las suspicacias de los bandos en pugna. Al punto que el ejército lo llevó detenido tres veces, mientras que la guerrilla lo retuvo una.
Fue ahí, a lo largo de sus primeros cinco años como párroco, donde comenzaría a hilar una sólida relación con las comunidades de una diócesis en la que, sin saberlo entonces, terminaría por pasar más de la mitad de su vida como sacerdote, puesto que luego de un lapso de casi tres lustros en los que trabajaría en otros destinos pastorales, sus superiores volverían a asignarlo en 2005 a la zona, específicamente a la parroquia de Arcatao.
E“Siempre me he caracterizado por denunciar lo que no está correcto. Mi misión como párroco es que la gente tenga los ojos abiertos”.
Su trabajo en aquellos lejanos años que conformarían el tramo final de la guerra calaría de una manera tal entre los pobladores que incluso hoy, personas que con el tiempo llegarían a desarrollar notables diferencias con él reconocen su labor.
“Él estuvo antes aquí, en el 86. Yo era un joven en ese tiempo. Y en aquel entonces desempeñó una función muy importante que se la admiro, se la reconozco, se la aplaudo. Me quito el sombrero ante él, que era un buen sacerdote. Nos acompañó. Mejor se arruina, como decimos”, exclama Milton Monge, el recién electo alcalde de
Arcatao por el partido Nuevas Ideas quien ha tenido con Vásquez una importante lista de desencuentros desde que el primero se desempeñara como edil de la localidad por el FMLN, entre 2006 y 2012.
“Lo que pasó es que después de 2009, empezaron a cambiar las cosas”, sentencia.
Si el padre Miguel, como le llaman muchos de sus feligreses, era ya ampliamente conocido en Chalatenango, su rostro y su voz adquirieron cierta connotación nacional en octubre del año pasado.
El domingo 25 de ese mes, cinco días después de que el presidente de la República se despachara en una andanada de tuits en contra de los alcaldes de San Fernando, Arcatao, Nueva Trinidad y San Ignacio a quienes señaló de favorecer el narcotráfico y el contrabando a través de puntos ciegos en sus comunidades —y ordenara, por lo mismo, redoblar la presencia militar en la zona— el sacerdote salió al atrio de la iglesia de Arcatao a recibir una manifestación de pobladores y simpatizantes del FMLN que protestaban en contra de la medida.
En su intervención, micrófono en mano, Vásquez