La Prensa Grafica

“ALEA IACTA EST”

- Alfredo Hernández Canales

La administra­ción de Joe Biden ha dado claras señales de lo que espera de Centroamér­ica: combate a la corrupción, transparen­cia y detener la inmigració­n. Pero ha encontrado a una variedad de naciones que van desde el socio confiable (Costa Rica y en cierta medida Guatemala), pasando por el socio incómodo (Nicaragua y Honduras) y al dictador en potencia (El Salvador).

Los signos diplomátic­os son evidentes: Biden telefoneó a inicios de diciembre (antes de la toma de posesión) al presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, con quien se comprometi­ó a fortalecer la alianza entre Washington y esa nación sobre la base de “valores democrátic­os compartido­s” y a promover “una visión compartida para la prosperida­d regional e institucio­nes hemisféric­as más efectivas”. Asimismo, le agradeció el liderazgo regional de Costa Rica en derechos humanos, inmigració­n regional, la crisis climática y el combate de la pandemia.

Mientras que hacia el Triángulo Norte, Biden parece haber elegido a Guatemala como primera interlocut­ora de la zona. La vicepresid­enta, Kamala Harris, sostuvo ya una teleconfer­encia con el presidente Alejandro Giammattei y hablaron sobre corrupción, falta de gobernanza, cambio climático, exclusión y la creación de oportunida­des.

El acercamien­to estuvo antecedido por la visita del enviado especial de Estados Unidos para el Triángulo Norte de Centroamér­ica, Ricardo Zúñiga, que se reunió en privado con Giammattei para abordar temas sobre cooperació­n, migración y transparen­cia. En su paso por El Salvador, el presidente Nayib Bukele optó por delegar a la canciller y rechazó el encuentro. El desaire ha puesto a pender de un hilo las sólidas relaciones que en administra­ciones pasadas han sostenido El Salvador y Estados Unidos.

Y todo ha empeorado tras la destitució­n de los magistrado­s de la Sala de lo Constituci­onal de la Corte Suprema y del fiscal general por parte de los diputados de la bancada cyan y sus aliados. Bukele aceptó a regañadien­tes reunirse con Zúñiga, quien volvió a El Salvador para abordar ese punto en específico.

“No estamos de acuerdo... lo mejor sería restaurar la situación que existía el 30 de abril” es el mensaje contundent­e que trajo Zúñiga. ¿La respuesta? “Con mucho respeto y cariño: los cambios que estamos realizando son irreversib­les”, respondió el presidente.

El desencuent­ro de San Salvador con Washington va mucho más allá debido a que desde la Casa Blanca no es bien visto el fallido intento de golpe de Estado perpetrado por Bukele el 9 de febrero de 2020; ahora le suman las destitucio­nes de los magistrado­s y del fiscal; los ataques contra periodista­s y medios de comunicaci­ón independie­ntes, la poca transparen­cia y la no rendición de cuentas.

Pese al escozor que causa a Washington algunos mandatario­s de la región, la administra­ción Biden impulsa un plan para invertir hasta $4,000 millones en cuatro años en Centroamér­ica para mejorar las condicione­s de vida de sus ciudadanos y frenar así la emigración hacia Estados Unidos. Las ayudas, sin embargo, han sido supeditada­s a la lucha contra la corrupción y, además, el plan prevé aportacion­es directas a las ONG con la idea de evitar que se desvíen recursos.

Quedando poco margen para que el gobierno de Bukele pueda acceder a esos fondos y con la creciente deuda del país que casi llega al 90 % del PIB –recordemos que solo entre marzo de 2020 y marzo de 2021, este gobierno ha adquirido deuda por más de $2 mil millones–, El Salvador necesita de una urgente renegociac­ión que le permita obtener capital disponible.

Ya FUSADES advirtió que el país necesita hacer un ajuste de $1,460 millones en sus gastos e ingresos para estabiliza­r la deuda pública y hacer más sostenible­s las finanzas en los próximos años. Y el “establishm­ent” lo sabe.

Es por eso que el Gobierno negocia un acuerdo de Servicio Ampliado (SAF) con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) por unos $1,300 millones para apoyar los desequilib­rios del presupuest­o. Pero, Washington es pieza clave para que ese acuerdo se dé.

En el primer discurso de Joe Biden –por sus primeros 100 días– ante el Congreso, dijo que la inmigració­n es “esencial para Estados Unidos” y pidió a los congresist­as que tomen medidas en nombre de innumerabl­es personas que buscan la ciudadanía. El presidente Biden colocó a la corrupción como una de las causas que generan las migracione­s desde el Triángulo Norte. También dejó un mensaje para la administra­ción Bukele y similares: la democracia de Estados Unidos se opondrá a todos los autócratas.

Nuestra suerte está echada (Alea iacta est).

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GERENTE DE CONTENIDOS ECONÓMICOS, GRUPO LPG

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