MIEDO E INDIGNACIÓN EN CHALCHUAPA
A 10 días del acordonamiento de la vivienda en la que encontraron cadáveres en fosa clandestina, vecinos de Las Flores viven con miedo debido a restricciones por trabajos de exhumación.
“Puedo decir que en mis 33 años como forense no había visto nunca una escena como esta”.
Israel Ticas,
CRIMINALISTA DEL CASO
El callejón Estévez de la colonia Las Flores, en Chalchuapa, es un camino que colinda con un amplio cañaveral. Se puede llegar de dos formas, explican lugareños cuando se les pregunta por la ubicación. Y, después de dar las respectivas indicaciones cargadas de gestos con manos y brazos, bajan la voz para preguntar: “¿Dónde pasó aquello van?”. Y “aquello” es lo que causó que la Policía Nacional Civil (PNC), la Fiscalía General de la República (FGR) y el Instituto de Medicina Legal (IML) acordonaran, desde hace 10 días, el camino que colinda con los cañales: allí, en la casa 11, capturaron al exagente policial Hugo Ernesto Osorio Chávez acusado de un cuádruple homicidio cometido en el mismo lugar el 7 de mayo.
Las cintas amarillas, los soldados y policías dan cuenta de que esa casa alberga a forenses y personal de la FGR porque, en el patio de la vivienda, descubrieron una fosa clandestina que, hasta ayer, sumaba 24 cadáveres, de acuerdo con la versión de la fiscal del caso. “No se pueden hacer fotos, no se puede pasar”, dice un militar.
El callejón Estevez, que funciona como calle principal de la zona, es el único que se encuentra pavimentado. Los otros dos caminos que conducen a dicho lugar son de tierra. Dos tiendas y una tortillería dan cuenta de que ahí, más allá de los cordones policiales y del ir y venir de los vehículos oficiales, hay vecinos. Hay vida.
“Nos dimos cuenta porque en la mañana ya andaban el montón de policías y soldados”, dicen, con recelo, dos vecinas, , quienes piden anonimato. Mientras narran lo sucedido, un soldado que vigila que nadie atraviese la zona acordonada, las observa, aún a la distancia. Una de ellas, que se niega a salir de su vivienda, insiste en que el acusado “era un buen vecino”: “Él saludaba siempre que pasaba, nunca nos íbamos a imaginar que algo así podía pasar”, dice. Ambas cuentan la misma versión de los hechos: que era de noche, que alguien llamó a la Policía porque “una mujer estaba dando gritos en la casa esa” y que, a la mañana siguiente, la calle ya estaba acordonada.
“Aquí es bien tranquilo, pero, desde que pasó eso, la gente ha dejado de salir”, dice otra de las vecinas que, según relata, ha vivido en Las Flores desde hace 50 años. La mujer asegura que en la zona no hay pandilleros, pero que el impacto del cuádruple homicidio y el hallazgo de la fosa clandestina ha generado “impacto entre los vecinos”.
“Todos le han dicho la verdad, entonces”, dice una de las vendedoras de tortillas de la colonia. Hace referencia a la versión de los vecinos entrevistados: que Osorio Chávez, el acusado, no se metía con nadie y que “era sumamente amable”. “Decía que trabajaba en San Salvador y por eso se iba por días.
Sabíamos que había sido policía pero nunca nos dio detalles de lo que hacía para vivir”, relata la vendedora.
A pesar del miedo, la tortillería sigue siendo punto de encuentro. Por unos minutos, parecen olvidar que, calle abajo, el fiscal del caso declara a los medios de comunicación que la mayor parte de los cadáveres que van saliendo del interior de la vivienda son de mujeres y que no descartan que esto varíe a medida avancen las investigaciones.
CUANDO UNA FOSA SE VUELVE ESPERANZA
Los cuerpos de seguridad no son los únicos que se han tomado el callejón Estévez. Desde que se iniciaron los trabajos de exhumación, algunas personas se han acercado con fotografías o con Documentos Únicos de Identidad (DUI) a la zona. Cuando explican qué los ha llevado hasta ahí, los agentes levantan las cintas amarillas y les permiten pasar: son familiares de personas desaparecidas con la esperanza de que alguno de los restos que día con día van apareciendo en el patio de esa vivienda pertenezcan a quienes buscan.
Dora Alicia Landaverde se baja de un vehículo negro que la llevó desde San Sebastián Salitrillo hasta la zona de exhumación. Consigo lleva una bolsa plástica con dos DUI. Espera, a un lado de la calle, a que alguien quiera hablar con ella. Aparece el jefe policial del caso, quien la escucha, observa el contenido de la bolsa, anota algo en un papel y promete que van a contactarla “si hacen algún hallazgo”. Dora guarda los DUI en la bolsa y agradece al oficial por su atención. Cuando se dispone a regresar al vehículo que la llevó hasta ahí, cuenta que, por tres años, ha buscado a su hijo David Landaverde. “Cuando supimos que encontraron esta fosa, decidimos venir. La esperanza es lo último que se pierde”, dice.
Y así como Dora, otras personas se acercan a la zona para pedir información, para dar entrevistas a los agentes policiales, para sentir que dentro de esa casa hay una esperanza. “Las personas que tengan algún familiar desaparecido pueden acercarse para que la PNC les tome los datos”, dice el fiscal. Agrega que no descartan que buena parte de los restos exhumados, y de los que falta por exhumar, pertenezcan a mujeres desaparecidas en San Salvador.
VIVIR CON MIEDO
“Podría tardarse alrededor de un mes”, dice el fiscal en relación a las tareas de exhumación. Un poco más lejos de la vivienda, Israel Ticas, el criminalista encargado de la exhumación, dice que podría tomarse más de un mes. “Es por la complejidad de la fosa”, dice. Y es que la fosa, de cuatro metros aproximadamente, no permite que los peritos pasen mucho tiempo dentro por las condiciones del clima.
“Más abajo tienen que haber más cuerpos, pero lo vamos a ir determinando poco a poco”, dice Ticas. Y agrega que, en 33 años de trayectoria como forense, no había visto una escena similar a la de esa parte de Chalchuapa.
“Si usted quiere pasar por aquí tiene que mostrar el DUI”, dice un militar. Los agentes asienten. Algunas personas prefieren rodear la escena: transitan por el cañaveral para evitar el frente de la casa 11. “Pueden pasar por aquí”, dice un policía a una familia que transita por el cañaveral, pero ellos se limitan a agradecer. No quieren pasar por la calle. “Es como una película de miedo”, dice el criminalista Ticas.