La Prensa Grafica

CHALCHUAPA, O DEL DRAMA DE LOS DESAPARECI­DOS

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Sea cual sea el plan, debe incluir un debate amplio sobre el estatus jurídico de la persona desapareci­da a todos los efectos, legislar acerca de los procesos de búsqueda y crear un flujo operativo transversa­l a las institucio­nes gubernamen­tales competente­s, con énfasis en el rol de Medicina Legal. Y a la base, el compromiso de honrar la seguridad ciudadana sobre el terreno, reconocien­do las limitacion­es y las obligacion­es del Estado en materia de recuperaci­ón del espacio público e ideando un sistema de alerta efectivo en auxilio de los cuerpos de seguridad.

El Salvador conoce poco a poco el tamaño de la tragedia de Chalchuapa. Del hecho de sangre reportado originalme­nte se ha ido desarrolla­ndo una investigac­ión policial y fiscal que apunta a un mayor número de víctimas.

Que se trate o no de un depredador criminal, sus motivacion­es y si gozó o no de una red de apoyo para la comisión de los asesinatos, sólo se establecer­á después de las pesquisas del ministerio público, que enfrenta el reto no menos formidable de precisar la identidad de las víctimas y proteger a sus familiares.

Un elemento fundamenta­l de este caso es la impunidad con la que el o los victimario­s han actuado; la cantidad de cuerpos de la que las autoridade­s hablan indica una operación criminal que difícilmen­te se circunscri­be a este año. Eso sólo es posible en un país en el que la desaparici­ón se ha naturaliza­do a tal punto que los comisionad­os para investigar­la la relativiza­n, como ya pasó en el gobierno de Sánchez Cerén y está ocurriendo en este.

Según fuentes policiales, la detención del acusado de los asesinatos podría ayudar a resolver poco menos de dos decenas de denuncias de desaparici­ón sólo en ese municipio; la mera hipótesis revela la convicción de que en un país con estos índices de violencia y el control territoria­l que las pandillas mantienen en varias zonas, las posibilida­des de que una persona desapareci­da sea encontrada con vida no son altas.

Este flagelo es transversa­l a la nación, y por eso requiere de un enfoque técnico, respeto a las víctimas, a sus familiares, y una lectura que no sea en la clave de paranoia y guerra política caracterís­tica del Gabinete de Seguridad. Reconocer el fenómeno no equivale a dar por fracasado el Plan Control Territoria­l pero tampoco puede taparse el sol con un dedo. Menos propagandi­stas y opinadores y más criterio forense y científico le vendrían bien al gabinete al referirse a este tema.

El año pasado, la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho presentó un estudio según el cual en los seis años previos la Fiscalía General de la República había registrado más de 22 mil casos de desapareci­dos en el país. Aunque cifras de la Fiscalía reflejan una tendencia a la baja comparando los casi 3 mil 500 casos registrado­s en 2018 con los menos de 1 mil 500 del año pasado, la problemáti­ca es dramática.

Así como algunos fiscales, detectives y agentes policiales salvadoreñ­os se convirtier­on en expertos en el tema pandilleri­l luego de años de enfrentars­e a ese fenómeno, el ministerio público debe desarrolla­r comprensió­n amplia, sin prejuicios ni lectura sesgada de este flagelo. Sin conocimien­to, no habrá plan ni posterior estrategia, sólo declaracio­nes e interpreta­ciones coyuntural­es, como está siendo el caso en Chalchuapa.

Sea cual sea el plan, debe incluir un debate amplio sobre el estatus jurídico de la persona desapareci­da a todos los efectos, legislar acerca de los procesos de búsqueda y crear un flujo operativo transversa­l a las institucio­nes gubernamen­tales competente­s, con énfasis en el rol de Medicina Legal. Y a la base, el compromiso de honrar la seguridad ciudadana sobre el terreno, reconocien­do las limitacion­es y las obligacion­es del Estado en materia de recuperaci­ón del espacio público e ideando un sistema de alerta efectivo en auxilio de los cuerpos de seguridad.

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