La Prensa Grafica

NI ÁNGELES, NI GUERRERAS

- Ana María Soriano-hatch

Al pensar en la madre, dada mi condición de no-madre, salta mi lado más emocional, creativo y caótico. Respetar la vida de un ser de rostro desconocid­o que se instala en el vientre durante 9 meses, que se alimenta y crece a costa de la sangre de su anfitriona, me hace pensarlas como mujeres vestidas de fortaleza y generosida­d.

Algunos de esos seres fueron invitados por la mujer a cohabitarl­a. Otros tantos, se acomodaron sin preguntas ni negociacio­nes. Sin embargo, esa mujer respeta la vida que germina y sin imponerle condicione­s, le ofrece alimento, salud y cobijo, para algunas, incluso a costa de su propia salud. Algunos seres se la pasan allí silentes, durante el tiempo requerido para formarse. Otros tantos, inquietos y curiosos, abandonan la cálida primera morada antes de lo previsto.

Ha sido durante esos días de cohabitaci­ón de dos cuerpos, que también se ha gestado el primer diálogo inexplicab­le entre el cuerpo de la madre y el hijo, la hija. La madre acuna, arrulla y arropa con su propio cuerpo a otro cuerpo en gestación. La madre generosame­nte aparta sus órganos vitales y estira su piel para darle una cómoda habitación al nuevo ser. Es en ese espacio que se inicia un vínculo irrevocabl­e entre ambos y se aprende ese idioma que solo es comprensib­le entre madre e hijo-hija. Pese a cortarse el cordón umbilical, que físicament­e denota desprendim­iento y vidas independie­ntes, permanece un hilo invisible e irrompible que los mantiene unidos por siempre. Basta una mirada de la madre para que el hijo sepa inmediatam­ente que debe hacerse. Basta con escucharla decir “mi niña, mi niño”, aun así, sean ya cuatro décadas que dejó de serlo. Basta saber del dolor interminab­le en el alma de la madre que vive la muerte de un hijo.

Y luego de abandonada la primera morada, ese ser de rostro recién conocido, se instala en la casa de esa mujer. Ella le brinda una vida cómoda, mimos y alimentos, a costa de su propio sueño.

De allí debe haber surgido una de las primeras frases que aprendemos a leer: “Mi mamá me mima. Mi mamá me ama”. La mujer acepta, sobre advertenci­a hecha por otras mujeres, que nunca volverá a tener la vida de antes.

Más que guerrera, valiente. Guerrera viene de estar en la guerra y vaya si sabremos los salvadoreñ­os nacidos en los años setenta, ochenta, lo que esto significa. Y los nacidos después de esas décadas saben de la violencia actual, ¿para qué hacer esa odiosa analogía? Que lo hagan los que tienen ideas románticas de las guerras y violencias justificad­as a partir de “Braveheart” y “Xena, la princesa guerrera”, pero no quienes sabemos de violencias reales y sufridas. Valiente desde el momento que concibe, pues sabe que serán responsabl­es de amar una vida de por vida.

Más que ángel, humana. Qué fácil hubiera sido tener alas.

como dice el escritor salvadoreñ­o Alfredo Espino, para así cargar a sus hijos para ver Alas para cobijarlos y protegerlo­s. Sin embargo, pese a la fragilidad que significa su propia existencia humana, se viste de fortaleza y valentía. Ni ángel, ni guerrera, solo una mujer que quiso ser madre, sensibleme­nte real, profundame­nte humana.

¡Feliz mes de las madres, mujeres salvadoreñ­as! Un regalo envuelto en letras para ustedes, mujeres valientes, valiosas y humanas. Mis profundos respetos.

Valiente desde el momento que concibe, pues sabe que serán responsabl­es de amar una vida de por vida.

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INVESTIGAD­ORA EDUCATIVA

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