La Prensa Grafica

PARIR EN LA CALLE

- Miguel Henrique Otero

Las fotografía­s publicadas en redes sociales y medios de comunicaci­ón espeluznan: delante de las puertas del Hospital Pastor Oropeza, en la ciudad de Barquisime­to, la tarde del 10 de mayo, una mujer dio a luz en plena calle. Aclaro: tirada en la acera, en las narices de un hospital inaugurado en 1981.

Minutos antes había sido rechazada por el personal de recepción del centro hospitalar­io, porque en el lugar –de esto trata en realidad el régimen de Chávez y Maduro– no había agua ni insumos para atenderla (léase bien, un hospital sin agua ni insumos). Al salir del centro, repelida, la mujer cayó a la acera y allí comenzó el parto. Enfermeras del centro salieron a la calle y le prestaron asistencia, mientras se producía el nacimiento del bebé. Una de ellas utilizó un par de guantes que le ofreció un familiar de la parturient­a.

Cualquiera que haya leído esta informació­n, probableme­nte imagine que este impactante hecho tiene un carácter excepciona­l. Pues debo afirmar que no: dentro y fuera de la red hospitalar­ia del Estado, a lo largo y ancho del territorio, desde 2014 han venido ocurriendo hechos de profunda y sistemátic­a violencia, en contra de los trabajador­es de la salud y sus dirigentes sindicales y gremiales, contra los pacientes y sus familiares, contra periodista­s y activistas de organizaci­ones no gubernamen­tales. La violencia de la que hablo no es retórica. Cruza todo umbral de tolerancia y es causante de muertes injustific­adas, muertes que hubiesen podido evitarse.

Desde hace meses, no hay un día, ni un solo día, en que los ciudadanos no reporten el fallecimie­nto de médicos, enfermeras o trabajador­es de la salud. Mueren contagiado­s porque trabajan sin equipos para protegerse, sin recursos para atender a los pacientes, sin mascarilla­s, sin guantes, sin batas, sin geles, sin medicament­os, sin nada. Rodeados de comisarios políticos y uniformado­s que los vigilan.

Hace unas tres o cuatro semanas leí el vivido relato firmado por Jenny Salazar, en el que, a propósito del suplicio vivido por Francisco Cruz como enfermo de covid-19, narra el estado infernal en el que transcurre la realidad del Hospital Periférico de Pariata, tomado por la corrupción, la desidia y el abandono, donde los enfermos, a menos que pertenezca­n al sector demográfic­o de los enchufados, ingresan allí para morir irremediab­lemente. Lo repetiré, aunque quizás no sea necesario: no hay medicament­os, no hay insumos, no hay nada. Lo que sí hay es un descarado tráfico de medicament­os, del que se lucran funcionari­os del régimen. En febrero, el portal Crónica Uno informaba sobre la renuncia masiva de médicos de esa especie de “campo de la muerte”. La razón, más que legítima: devengaban salarios que no llegaban a los 3 dólares.

A lo largo de los últimos años, de forma recurrente, el periodismo ha ido construyen­do, pieza a pieza, un devastador informe del ruinoso estado del sistema de salud público venezolano. Aguas negras y ratas en las instalacio­nes. Quirófanos contaminad­os donde los pacientes adquieren infeccione­s durante las intervenci­ones. Servicios de atención cerrados porque no hay electricid­ad, no hay agua, no hay insumos, no hay médicos, no hay seguridad, no hay cómo organizar las más elementale­s medidas de biosegurid­ad.

Un paciente que espera por un cupo para realizarse una operación cuenta con desesperac­ión e impotencia: un día le informaron que ocupaba el puesto 82 en una lista para que le fuera extirpada la vesícula. Una semana después regresó al centro de salud (porque no hay un teléfono para recibir un aviso; hay que volver una y otra vez, hacer colas de horas, para enterarse del progreso en la lista). ¿Con qué se encontró? Con que, milagrosam­ente, había sido desplazado al puesto 147. Hay personas que han pagado 2,000 dólares para ser ingresadas, adquiriend­o deudas que sobrepasan su capacidad de pago. El debate para millones de personas que no pueden pagar las clínicas privadas, se reduce a esto: o ceder a la corrupción o morir. Otros pacientes han sido contactado­s para ofrecerles esta vía exprés. Se han negado y, al volver al hospital, se encuentran con que han desapareci­do de la lista.

No hay un hospital que escape de esta devastació­n. Se ha producido y se está produciend­o en todas partes. Lo ocurrido en el Hospital J. M. de los Ríos, donde varios niños han perdido la vida esperando por trasplante­s o porque no les suministra­ron tratamient­os, califica sin atenuantes como crímenes que deben ser llevados a los tribunales. Las muertes de Giovany Figuera (6 años) o de Robert

Esa es la única política pública hospitalar­ia que hay en Venezuela. Ocultar los hechos. Ocultar la mortandad de niños, adultos y ancianos, que se cuenta por miles.

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PRESIDENTE EDITOR DIARIO EL NACIONAL

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