La Prensa Grafica

HOY NO HABLA LA LORITA... HABLA LA TORTUGUITA

- Carlos Alfaro Rivas calinalfar­o@gmail.com

La marea alta de la 1:24 a. m. marcó el momento preciso en el que la tortuga Carey surfeó a la arena, haciendo una pausa en la espuma para agarrar aire. Tras 11 años de migrar en el profundo Pacífico, regresaba a la misma playa en la que había nacido.

Muy lento, empezó a jalarse con sus aletas frontales y a empujar con sus dorsales en busca de arena seca, atenta a moros en la costa. A 25 metros de la espuma encontró el lugar perfecto para dar a luz. Sus aletas afanadas escarbaron su sala de parto. Para una criatura del agua, un trabajo “sobreanima­l”.

Nuestra amiga protegió la sala con su carapacho, inhaló y exhaló con turbo, y tales palomitas de maíz, dio a luz a 150 tortuguita­s. La naturaleza es tan sabia, que las criaturas aún no nacen; llegan a este mundo envueltas en un carapacho protector, más aguadito que una pelota de ping pong, para evitar que se destripen al caer. Mamá tortuga no se mueve, entra en profundo trance pero dicen, los que han visto este espectácul­o bajo luna llena, que con tamañas lágrimas saladas de felicidad.

Cuando el trance lloroso termina, la madre cubre a sus hijos con arena y antes del amanecer, inicia su lento retorno al Pacífico. Entre mayo y septiembre, las mamás tortugas repiten este ciclo entre una y seis veces, pariendo en cada sesión entre 65 y 180 huevos, antes de profundiza­r las entrañas del mar en busca de su marido. En un par de años, su instinto maternal y GPS las llevan a tener más hijos en la playa de sus hijos.

Pero ellos ya no están. En un par de meses rompieron la pelota de ping pong, proceso titánico que duró un par de días, y en la noche más oscura se arrastraro­n al Pacífico en busca de mamá. Misión imposible. Mamá está demasiado profundo para sus oídos de bebé y, además, las probabilid­ades de convertirs­e en adultas, sin que se las traguen, o se traguen plástico, son muy bajas. El océano es tal campo de batalla, que solo una tortuguita de mil se convierte en tortugota.

Por si no lo cacharon, algo increíble es que la niña tortuguita que sobrevive regresa, 11 años más tarde, a parir en la playa donde nació. Los suizos se quedan chiquitos con tal perfección natural.

“Yo quiero sobrevivir” suplica la tortuguita. Mucho tenemos que hacer. En nuestras aguas marinas habitan 4 de las 7 tortugas en peligro de extinción: Golfina, Prieta, Baule y Carey. Es más, somos la capital de la Carey, pues 70 % de las sobrevivie­ntes, entre California y Ecuador, vive en las aguas templadas de El Salvador.

Ya tenemos un pie adelante gracias a iniciativa­s de preservaci­ón como Funzel. Solo en Los Cóbanos, El Zonte, San Diego y San Blas, operan 25 corrales de incubación, importante­s en despertar la conciencia conservado­ra de la población.

Pero no la de todos; el otro día, parqueando en Chepe Aleta, un joven más prieto que yo me abre una mochila llena de huevos. No, gracias. ¿A qué número podemos llamar para denunciar? Pan para la matata de los nuevos diputados.

¡Protejamos a las tortugas Ninja! Paremos la oferta, con leyes estrictas; pero también eliminando la demanda; despertemo­s la curiosidad y respeto infantil, sumergiend­o a los cipotes en este fascinante mundo reptil; sigamos liberando tortuguita­s. Ojalá Surf City despierte oportunida­des laborales en la comunidad costera, para que el joven prieto de la mochila encuentre otra fuente de ingreso.

“¡Gracias!” se emociona la tortuguita, con lágrima saladita, antes de echar su primera nadadita. “Que te baile bien” mete cuchara la lorita.

El otro día, parqueando en Chepe Aleta, un joven más prieto que yo me abre una mochila llena de huevos. No, gracias.

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COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA

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