La Prensa Grafica

LA ESTRATEGIA ES ANULAR EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA

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La Ley del Agua es un ejemplo poderoso. Diversos estudios gubernamen­tales han establecid­o que dos de cada 10 hogares en El Salvador no tienen acceso a agua potable, y sin duda alguna dotar al país de un marco regulatori­o que honre el derecho de la población y garantice su acceso al servicio es urgente, una asignatura que el Estado debe fijarse como prioritari­a.

Es progresiva­mente claro que el equilibrio de poderes en una democracia es más que una convención teórica o una razonable declaració­n de intencione­s: en El Salvador, la acumulació­n de poder que los votantes avalaron se ha revertido contra ellos en el modo de un gobierno que no dialoga con nadie y está actuando de modo errático.

Archivando todos los proyectos de ley que la anterior legislatur­a tenía en el tintero, la cúpula en el poder estableció en qué considerac­ión tiene a los diversos actores civiles, sociales, económicos y políticos que participar­on en discusione­s sensibles como la de una Ley del Agua, de Protección para Periodista­s, de Identidad de Género, contra la Discrimina­ción, etcétera. La considerac­ión es cero.

Mientras que para desatar la narrativa de una reforma constituci­onal, el Ejecutivo delegó al vicepresid­ente de la República al frente de una comisión e hizo desfilar a un listado heterogéne­o de actores con el natural resultado de un montón de pareceres, en otras materias específica­s que requieren de un conocimien­to técnico, el gobierno ha preferido desplazar la esfera de lo público y dictar de modo sumario.

La Ley del Agua es un ejemplo poderoso. Diversos estudios gubernamen­tales han establecid­o que dos de cada 10 hogares en El Salvador no tienen acceso a agua potable, y sin duda alguna dotar al país de un marco regulatori­o que honre el derecho de la población y garantice su acceso al servicio es urgente, una asignatura que el Estado debe fijarse como prioritari­a.

La confluenci­a de intereses públicos y privados en esta materia supuso durante años un valladar para que los diputados de diferentes legislatur­as diseñaran un instrument­o jurídico adecuado. Por década y media, la Comisión de Medio Ambiente y Cambio Climático no resolvió aun con los insumos de varios de los actores clave en la temática. Ni siquiera los resquemore­s y ansiedades acerca del agua, su administra­ción y peligros de que se la privatice, bastaron para que la discusión llegara a puerto.

Pero en lugar de retomar todos esos avances, honrando la confluenci­a de visiones y actores que habían intervenid­o pese a la larga inmovilida­d de los exdiputado­s, los legislador­es oficialist­as acordaron mandar al archivo el proyecto de ley, que tenía un avance de 111 artículos de 160, así como descartar las cinco propuestas ciudadanas que también estaban a la mano para abonar al análisis.

La creencia de que un porcentaje superior de las votaciones, una aritmética legislativ­a favorable o la superiorid­ad de un partido político en el aparato del Estado es licencia para simplifica­r el proceso de la discusión pública y sustituir la acción de la sociedad civil con procedimie­ntos administra­tivos es de larga data. ARENA padeció de esa confusión durante algunos de sus gobiernos y Mauricio Funes lo pretendió sin éxito, pero Bukele no se conforma con sufrir la misma tara democrátic­a de los mismos de siempre sino que la quiere llevar a un estadio superior: anular a la ciudadanía.

Donde no hay discusión, donde no se permite preguntar, donde la única participac­ión social que interesa es la de votaciones cada cierto tiempo pero sin acceso a la informació­n pública y manteniend­o la rendición de cuentas bajo un control espartano, es imposible ejercer ciudadanía.

Si la persona ve constreñid­a la dimensión política de su ciudadanía, queda reducida a testigo. Y un pueblo lleno de testigos y libre de ciudadanos es el Parnaso de autócratas, déspotas y corruptos.

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