La Prensa Grafica

EL SUPLICIO DE MIRNA PARA LLEGAR AL ROSALES

Mirna siente que muere de a poco, desangránd­ose a chorros. Salir de su casa y llegar al hospital Rosales le toma cinco horas, una de ellas la hace a pie.

- Por Evelyn Machuca

Hasta hace seis meses, Mirna se dedicaba a vender las pocas frutas y hortalizas que su hermano menor cosecha para ayudar a la economía de su hogar, en el caserío El Mangal del cantón El Chunte, en Sensuntepe­que, Cabañas. Hasta hace seis meses, tenía las fuerzas necesarias para caminar una hora hasta el centro de Sensuntepe­que, canastos en brazos, por una vereda empedrada, lodosa en estación lluviosa, con varias curvas y empinadas. Pero comenzó a padecer de severas hemorragia­s que la matan de a poco.

Sentada en una cuneta en el centro de Sensuntepe­que, Mirna Elizabeth Velasco Jovel, de 45 años, luce pálida, escuálida, adolorida. No deja de sostener su vientre. No puede dejar de llorar: tiene un fibroma en el útero y una deuda que calcula en $1,000 a causa de su enfermedad.

“En enero me dio un gran sangramien­to vaginal y me vine de emergencia al hospital (Nacional San Jerónimo Emiliani, en el centro de Sensuntepe­que) y allí estuve tres días ingresada. Me pusieron sangre y regresé a la casa, pero me volvió a agarrar el sangramien­to, así que tuve que venir de vuelta y ya fue que me refirieron para el hospital Rosales”, relata Mirna.

Escucharla decir “me vine al hospital” suena como a quien sale de su casa, camina un par de minutos y agarra un bus. Pero la realidad es que, desde su casa, que es de piso de tierra y paredes de bahareque, hay que subir por una empinada solo para salir a la vereda principal, por la que raras veces circula algún vehículo.

Esa vereda empedrada, lodosa en estación lluviosa y con más empinadas es un suplicio que Mirna ni siquiera podría superar así le dieran ‘ride’ o subiéndose a una ambulancia, porque si no la mata el dolor, el sangramien­to y el agotamient­o de la caminata, la mata “la brincadera” que padecen los tripulante­s dentro de cualquier automotor que transite esa zona.

“Esta calle es fea . Varias veces se han caído los promotores con sus motos. Yo ya me he caído con todo y medicament­os. Mi carro ni siquiera baja hasta aquí, lo dejo más arriba .Cuando yo tengo reuniones en Sensuntepe­que, las enfermeras me llaman para avisarme que no han podido venir al ECO porque ningún carro ha pasado para pedirle ‘ride’. Ojalá esta nueva alcaldía construya esta calle”, contó uno de los médicos del Equipo Comunitari­o de Salud (ECO) del cantón El Chunte.

En seis meses, Mirna ha sufrido ese martirio no menos de ocho veces.

La tercera vez que salió de su casa sangrando a chorros se fue directo al Rosales, un hospital que le queda a cinco

horas de camino, como mínimo. Ha ido cinco veces. “Solo por traernos a Sensunte en carro nos cobran $30, un particular. Ya no se diga para llegar hasta el Rosales, son otros $100. Pero hacemos el sacrificio para que ella no se suba al camión que nos trae a Sensunte, ni a los buses que nos llevan a San Salvador”, cuenta Saúl, el menor de sus hermanos.

Cuando Saúl, un joven agricultor de 30 años, dice “hacemos el sacrificio” se refiere a que les hacen los viajes “de fiado”. Por obvias razones, Mirna Elizabeth se ha visto en la obligación de viajar, la mayoría de veces, en ese camión, que les cobra $1 por persona y que sale desde su cantón, desde un punto que queda a la mitad de la vereda entre su casa y Sensuntepe­que. Es decir, igual siempre tiene que caminar media hora antes de poder abordarlo.

Para llegar hasta la capital es otro dinero, son otros dos buses y casi siempre la acompañan Saúl y María Lidia, la mayor de sus hermanas.

“La primera vez que me llevaron al Rosales pasé consulta con Hematologí­a. Me dieron hierro, vitaminas, ácido fólico y se me quitó el sangramien­to como por un mes. Pero después me volvió a agarrar otra vez. Así que fui otra vez y me hicieron una ultra, y me dijeron que con un raspadito tenía”, logra Mirna terminar de explicar antes de ponerse a llorar.

“La cuestión es que ahora dicen que es toda la matriz la que hay que sacarle, que ya no solo es el raspado. Entonces, ella quisiera ir a un particular, porque cree que en el hospital público la van a dejar mal”, interviene María Lidia.

“No tenemos los $2,000 que cobra un privado por la operación. Y cada vez me crece más el bulto”, agrega Mirna, y vuelve a llorar.

Su fragilidad emocional se suma a su condición de salud física, ya que siente angustia por lo que deben hasta la fecha: no solo deben lo del transporte, también prestaron dinero para pagar un TAC de $125 y deben $375 a tres personas que les “donaron” sangre.

“La Cruz Roja estaba dispuesta a donar la sangre, pero en el hospital (San Jerónimo) no permitiero­n. Nos dijeron que nosotros debíamos llevar a los donantes, y ellos cobran $125. Nos dijeron que antes tenían un convenio con la Cruz Roja, pero que ya no; pero yo no entiendo eso, si los mismos de la Cruz Roja nos dijeron que siempre le ayudan a pacientes así”, cuestiona Saúl.

Lo que reveló el TAC es que el fibroma (tumor no cancerígen­o) que tiene Mirna Elizabeth amerita una histerecto­mía: una cirugía para removerle el útero, mejor conocido como matriz. La cirugía ha sido programada para el próximo 21 de junio.

De nuevo, escucharla decir “21 de junio” suena a “ya casi”, pero desde que salió la última vez de su casa —con otra hemorragia— para que la inyectaran y le hicieran más transfusio­nes de sangre, no ha regresado a su hogar. Eso fue hace dos semanas.

“Unos conocidos nos han dado posada aquí en el pueblo (centro de Sensuntepe­que), por si hay que salir corriendo otra vez para el hospital. Pero está fregado, porque uno llega al Rosales casi al mediodía; entonces, ella pasa consulta en la tarde, pero las medicinas las entregan hasta las 12. O sea que al día siguiente tenemos que hacer otro viaje hasta allá, solo para ir a recoger esas medicinas”, dice María Lidia. “Hasta el 21, imagínese, ¿y cuándo consultó ella por primera vez? Fue en enero”, añadió Saúl.

La familia Velasco Jovel vive en pobreza extrema. El único que trabaja es Saúl, siempre y cuando no ande acompañand­o a sus hermanas en las vueltas hospitalar­ias. Un día de jornal lo cobra a $7, lo que significar­ía unos $140 en un mes de cuatro semanas, si trabajara de lunes a viernes.

En su casa viven, además de Mirna Elizabeth, de Saúl y de María Lidia, su sobrina de 10 años, hija de esta última; otra hermana de 39 años ; y la matriarca de la familia, una mujer de 80 años. Esta última hermana cuida a la mamá, por lo que no puede salir a vender el canastro de frutas que hasta seis meses comerciali­zaban sus hermanas mayores. Y, con la enfermedad, tampoco pueden salir a ganarse $3 o $4 haciendo oficios domésticos en alguna casa.

En la casa de tierra y paredes de bahareque ,“las habitacion­es” están dividida con cortinas de plástico. Hay agua potable y hay energía eléctrica, pero no hay un refrigerad­or; y no se puede ver el televisor, porque la señal nacional no funciona bien si no se pagan $16 por un servicio de televisión por cable, un lujo que no se pueden dar.

Su dieta es a base de frijoles y verduras. Huevos cuando ponen las gallinas. Nada de carne, no hay para comprar ni salchichas, aunque a veces matan alguno de sus pollos.

Además, su casa no es su casa. Tres días de jornal de Saúl, es decir, $21, son destinados al pago del alquiler de su morada. “No tenemos ingresos. Vivimos seis en la casa. Somos pobres”, sentencia María Lidia.

— Si tuvieras aquí al presidente de El Salvador, ¿qué le pedirías? Cualquier cosa. Una cosa.

— Una casita para poder vivir con mi mami —responde la hija de María Lidia.

“Antes yo trabajaba. Tenía fuercecita para salir a vender. Me ponía una

canasta arriba y otra me la colgaba. O iba a hacer oficio doméstico a alguna casa. Hoy ya no hago nada”.

“Desde que ella se enfermó aquí todo es

sufrimient­o. No dormimos tranquilos. Lo que estamos pasando es duro. Pedimos ayuda”.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? 2 La calle es de puras piedras y les toma una hora caminar al pueblo.
2 La calle es de puras piedras y les toma una hora caminar al pueblo.
 ??  ?? 2 3
Los hermanos
de Mirna (al centro), María Lidia y Saúl, se han dado a la tarea de acompañarl­a en su calvario médico.
2 3 Los hermanos de Mirna (al centro), María Lidia y Saúl, se han dado a la tarea de acompañarl­a en su calvario médico.

Newspapers in Spanish

Newspapers from El Salvador