LO QUE NO PODEMOS PERDER EN NINGUNA CIRCUNSTANCIA ES LA ESPERANZA DE IR CONSTRUYENDO UN MEJOR PAÍS PARA TODOS LOS SALVADOREÑOS
Hemos venido pasando, y lo seguimos haciendo, por pruebas de tránsito histórico crecientemente desafiantes y riesgosas al máximo; y en los tiempos más recientes, por efecto directo de todo lo anterior, nuestra situación nacional ha adquirido una complejidad y una aflictividad sin precedentes. Pero pese a todo lo anterior, las condiciones nacionales, como tales, no son adversas en su totalidad, porque hay algunos elementos que no sólo permiten visualizar avances en el terreno sino que habilitan para confiar en que el futuro puede irse concretando de manera constructiva, si es que todos nos disponemos a ello. Entre esos elementos de seguro el más prometedor es la disposición ciudadana a tomar cada vez más cartas en el asunto del desempeño de la realidad nacional. Dicha disposición hace que El Salvador tenga más posibilidades de avance que muchos otros países, aun de los llamados desarrollados.
Lo novedoso, y sobre todo cuando viene acompañado por la incertidumbre y por la desconfianza, pone siempre las cosas en un plano de complejidad que crispa a muchos y confunde a más. Por eso hay que hacer constantes esfuerzos para mantener el ambiente lo más despejado posible, en función de servirles como se debe tanto a la estabilidad como al progreso del país. Lo que se interpone a cada paso en circunstancias como las que ahora se viven es el pasionismo político, que las condiciones actuales ponen sobre el tapete a cada instante. Eso es lo primero que habría que superar, aunque todo lo que pasa parece hacerlo cada vez dificultoso en todos los sentidos. Y la tendencia a la conflictividad extrema se ha ido colando por todos los espacios de la vida nacional, con los efectos perversos que están a la vista.
La fuerza gubernamental predominante muestra una obsesión concentradora del poder que es un peligro real para la salud del proceso; y los que se oponen a ella, desde diversas trincheras, todo lo centran en el ataque sin alternativas. El país, pues, está atrapado en esa lucha, que puede tener justificaciones de fondo, pero que se pierde en la forma de reaccionar contra lo que sucede, desde cualquiera de los ángulos en que se miren las cosas. Lo que necesitaríamos, como lo señalamos constantemente, y lo seguiremos haciendo sin cansarnos, es sensatez, y más aún en las condiciones presentes. Sólo bastaría, para empezar, que todos alcen la guardia frente a sus respectivas obsesiones, para que las cosas vayan entrando en otra línea.
Todas las experiencias acumuladas en el curso del tiempo indican, sin ningún género de duda, que persistir en las prácticas antidemocráticas siempre acaba anulando al que las impulsa. Antes, los ropajes ideológicos –de izquierda o de derecha– parecían garantizar la perpetuidad; pero tal falacia quedó al desnudo con el paso del tiempo. Ni el comunismo ni el liberalismo extremista lograron sobrevivir a sus propias obsesiones fantasiosas. Hoy toca levantar un realismo fundado en la racionalidad progresiva; y los que persistan en las viejas fantasías acabarán disolviéndose por su propia cuenta. Agradezcámosle al destino el poder estar hoy aquí, y correspondámosle en forma.
Construir realmente un mejor país no puede ser, en ningún caso, tarea exclusiva de nadie. Estamos hablando de una comunidad con identidad propia, que constituye un todo y que debe ser tratada como un todo, con sus similitudes, sus diferencias y aun sus contradicciones. Apelamos, pues, al compromiso con la democracia por parte de todos, en el entendido que si esto no se da, el país en su conjunto irá a la deriva, como ya se está viendo premonitoriamente en las condiciones actuales, y mucho más que por efecto de los hechos por trastorno de las voluntades.
Hemos entrado ya al tercer año de la Administración Gubernamental presente, y 2024 se ve cada vez más cerca. Eso debería acelerar los empeños para ordenar de veras la vida pública, a fin de clarificar la ruta hacia el progreso permanente. Todo personalismo, del signo que fuere, debería ser sustituido cuanto antes por el propósito compartido de hacer que el país como tal vaya saliendo adelante de modo articulado y con proyección visionaria. Esto es lo que nos conviene a todos.
Tendría que estar en acción desde hace ya bastante tiempo una especie de campaña bien intencionada para irnos despojando de todos los prejuicios y de todas las tensiones viciosas que circulan constantemente. Hay que sanear el aire social y político que respiramos para que ya no sigamos contaminándonos con nuestras propias sustancias perniciosas. Ese sí sería el principio de un cambio trascendental.
A la población hay que ayudarle efectivamente a ponerse al día en todos los nuevos retos, y esto urge aun más cuando entran en vigor opciones de última hora, como el Bitcoin que acaba legalizarse en el orden monetario. Si eso no se hace, los efectos pueden ser patéticamente desestabilizadores.
Esperamos con verdadera vocación de compromiso con lo mejor para el país que pasemos de la inseguridad a la confianza, y que El Salvador –nuestra amada Patria– vaya alcanzando la prosperidad generalizada que tanto merece.
Todo personalismo, del signo que fuere, debería ser sustituido cuanto antes por el propósito compartido de hacer que el país como tal vaya saliendo adelante de modo articulado y con proyección visionaria.