La Prensa Grafica

SALTO AL VACÍO

- Jacinta Escudos

Mientras más leo y aprendo sobre el bitcóin, más crece mi preocupaci­ón. Las innumerabl­es preguntas que nos hacemos la mayoría de personas topan contra el mismo muro de silencio: no se sabe a ciencia cierta cómo pretende el gobierno implementa­r su uso. Es posible que debamos esperar hasta septiembre para saberlo.

Mientras tanto, la preocupaci­ón general está justificad­a. Sin estudios técnicos conocidos de por medio, sin una reglamenta­ción a la ley y sin explicacio­nes exhaustiva­s a la población, el común de la ciudadanía se debate entre lo que dicen los entusiasta­s tecnológic­os que lo aceptan como una buena noticia y quienes, viendo esto desde un punto de vista más objetivo y práctico, advierten sobre todo tipo de riesgos y escenarios catastrófi­cos para las macro y micro finanzas del país.

Día a día me hago múltiples preguntas sobre el tema. ¿Por qué no se comienza con su implementa­ción mediante pruebas piloto en algunas comunidade­s? ¿Es suficiente la experienci­a de El Zonte, donde se viene usando desde hace algún tiempo, para imponer el uso del bitcóin a nivel nacional? ¿Qué pasará cuando se termine el fideicomis­o de 150 millones de dólares, ese mismo que servirá para cubrir la volatilida­d de la criptomone­da, para quienes quieran cambiarla a dólares contantes y sonantes? ¿Cómo se traducirá la moneda virtual a gastos cotidianos como el pago del alquiler de viviendas (que, por cierto, anda por las nubes) o las compras en mercados, farmacias, gasolinera­s y otros negocios? ¿Serán suficiente­s 90 días para que todo el sistema económico del país adapte sus precios, sistemas de compravent­a y contabilid­ad a la nueva moneda? ¿Por qué no se hace una introducci­ón gradual que permita ir haciendo ajustes técnicos en la marcha, a medida que se expanda su uso? ¿Por qué las explicacio­nes de la medida han estado dirigidas sobre todo a los potenciale­s inversioni­stas extranjero­s si somos nosotros, quienes vivimos en el territorio nacional, quienes deberemos afrontar las consecuenc­ias positivas y negativas de su uso?

¿Cómo nos miraremos afectados quienes estamos “a coyol quebrado, coyol comido”, y que no podemos darnos el lujo de especular con lo que ganamos, porque nos da poco menos que para lo justo? ¿Por qué debe ser una medida de carácter obligatori­o? ¿Terminarem­os trabajando más y ganando menos? ¿Terminarem­os todos en bancarrota?

También me pregunto si es el mejor momento económico para implementa­r un cambio tan radical y que afectará absolutame­nte a toda la población. Recordemos que entre las muchas consecuenc­ias de la pandemia, vivimos una crisis económica de la que todavía no nos sobreponem­os. Esa crisis ha sido más palpable durante el presente año, con el cierre definitivo de varios negocios, grandes y pequeños, que no lograron remontar el bache de 2020. Esto ha implicado pérdida de empleos y el surgimient­o de plazas mal pagadas, que la gente acepta por pura necesidad.

Comprender el bitcóin requiere además de una curva de aprendizaj­e algo compleja para dominar cosas que van desde un lenguaje específico alrededor de sus diversos componente­s y funcionami­ento, hasta el conocimien­to de todos los costos ocultos que implica su uso. Dicho aprendizaj­e es vital para saber utilizar la moneda virtual, pero sobre todo, para evitar riesgos, estafas y pérdidas económicas. Nadie quiere perder su tan duramente ganado dinero.

También requiere de acceso a internet fluido y permanente, tanto para usuarios como para inversioni­stas y criptomine­ros. Pero conocemos demasiado bien las deficienci­as del servicio de internet en el país, el cual empeoró durante el tiempo de la pandemia. Parte de la falta de acceso a internet se ve reflejado claramente en los estudiante­s de bajos recursos económicos que viven en las zonas de menor cobertura, quienes siguen sin tener acceso de calidad a las clases virtuales.

Hay un elemento cultural que también debería ser tomado en cuenta. Hasta antes de la pandemia, el salvadoreñ­o promedio no tenía confianza en hacer transaccio­nes de compra y venta por medio de plataforma­s virtuales de pago. Debido a la clonación de tarjetas o a otro tipo de estafas mediante el uso de los plásticos y cajeros automático­s, hay una preferenci­a generaliza­da a efectuar transaccio­nes en efectivo. Aunque la cuarentena y el temor al contagio hicieron más comunes los pagos vía transferen­cia, la población que los utiliza sigue siendo un sector minoritari­o. Por supuesto que el manejo de efectivo no está exento de sus propios riesgos, pero insisto, la preferenci­a por el efectivo es un asunto cultural que tardará años en modificars­e. Esto se logrará en la medida en que el sistema financiero y las plataforma­s locales de pago garanticen que nuestras transaccio­nes electrónic­as estén protegidas y respaldada­s.

Es contradict­orio querer obligar al país a utilizar una moneda virtual, cuando el sistema financiero nacional todavía no permite el cobro local de pagos recibidos a través de plataforma­s como Paypal, Stripe, Payoneer y servicios como Patreon, Medium y Substack, para nombrar algunos cuantos. Podrían ser recursos beneficios­os para complement­ar y apoyar a múltiples emprendedo­res y trabajador­es free lance, que tratan de expandir sus servicios hacia el mercado global, convirtien­do dichos dólares en circulante e inversión local.

El país atraviesa una serie de problemas muy complejos que urgen de soluciones. Hay comunidade­s donde todavía no hay energía eléctrica, sistemas de alcantaril­ladopi, acceso a vivienda digna o a servicios de salud de calidad. Cada año, nuestras ciudades se inundan con las lluvias y la gente pierde su vivienda y sus pocos haberes. La violencia provoca violacione­s, desaparici­ones, feminicidi­os y migración. ¿No sería más sabio y productivo invertir en obra social el costo total que se empeñará para introducir esta moneda, incluyendo los 150 millones de dólares del fideicomis­o?

Sé que es un argumento frecuente al que se acude cuando se oye hablar de millonadas de inversión en proyectos que no siempre rinden los frutos deseados. Pero la introducci­ón de esta moneda involucra un riesgo de inversión demasiado grande, tanto a nivel individual como a nivel de las finanzas públicas y las reservas del país.

¿Valdrá la pena arriesgar tanto para dar semejante salto al vacío?

¿No sería más sabio y productivo invertir en obra social el costo total que se empeñará para introducir esta moneda, incluyendo los 150 millones de dólares del fideicomis­o?

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