La Prensa Grafica

CONTAGIOS

- Por Cristian Villalta

Hace 140 años, el presidente Rafael Zaldívar concluyó, ante la complacenc­ia de la élite terratenie­nte, que la mejor posibilida­d para la economía nacional pasaba por reforzar el modelo monoexport­ador; contigua a esa idea estaba la convicción de que el régimen de propiedad de la tierra debía de ser de inspiració­n liberal, y el Estado ya no reconocerí­a la modalidad comunitari­a o de ejidos, que le permitía su subsistenc­ia a miles de campesinos. Y de un plumazo, con la aprobación de la Ley de Extinción de Comunidade­s, más de 281,294 hectáreas pasaron a manos privadas, merced "a los principios económicos, políticos y sociales que la República ha aceptado". Un efecto no menos importante fue que toda esa población expropiada se convirtió en mano de obra abundante y barata, necesaria para los cultivos emergentes.

Aunque vivir en El Salvador siempre ha sido vivir entre contrastes, pocas veces la naturaleza del Estado y el servicio del gobierno a los intereses de un grupo económico quedaron marcados de un modo tan crudo como en 1881. Pero es que a diferencia de las políticas relativas a la salud o la educación en las que el interés de la nación es unívoco y apunta en un mismo sentido, todo lo que atañe al sistema económico -explotació­n de los recursos naturales, régimen de propiedad, tenencia de la tierra y disposicio­nes relacionad­as con la regulación de otros medios de producción- ilustra las consistent­es diferencia­s entre los actores, mismas que el Estado salvadoreñ­o nunca ha pretendido reconcilia­r.

Sí, y por ello pese a que ya llevamos dos años en el proceso democrátic­o más revolucion­ario del mundo mundial y a que el rey de Babilonia ha prometido un país en el que mana leche y miel para todos por igual, no se ha permitido en sus intervenci­ones ni una palabra siquiera relacionad­a con la tierra. Al contrario, hace algunos días, mientras se dedicaba a su venta en línea, Bukele subrayaba que El Salvador es atractivo para sus potenciale­s clientes porque precisamen­te no tiene impuesto a la propiedad.

Hace tres años, al presentar el Plan Cuscatlán, Bukele considerab­a fundamenta­l no sólo "la aplicación del impuesto predial" sino además que la eliminació­n de los beneficios no controlado­s fuese un eje del sistema fiscal. ¿Qué le pasó desde entonces para que ahora promocione al país garantizan­do que no habrá impuesto sobre las ganancias de capital para bitcóin? Le pasaron dos cosas: pandemia y epidemia.

La pandemia le permitió a Bukele y a su círculo conocer, de modo abrumador, a qué sabe la oligarquía: participac­ión irrestrict­a en las compras y ventas del Estado, secuestro de la informació­n de interés público, rendición de cuentas a voluntad y sólo sobre aquello que les conviene, amén de establecim­iento de un discurso oficial que se impone a fuerza de propaganda pagada por los contribuye­ntes. La pandemia le permitió al gobierno afinar el instrument­o, a la vez escudo y espada.

Pero probableme­nte la epidemia ya había hecho presa del régimen, y no la del coronaviru­s sino la de la corrupción. Asumir el poder con el propósito de socavar el regular funcionami­ento del aparato público es de suyo un pensamient­o corrupto, y de ahí se derivan un montón de decisiones cuyos efectos se cobraron aceleradam­ente el clima jurídico en El Salvador. Tristement­e, el único modo en que la población reconocerá lo que ha perdido en términos de garantías constituci­onales será cuando se vea obligada a invocarlas.

Contaminad­o por una y contagiado de la otra, el oficialism­o se entrega hoy a su trabajo sin ningún pudor: invisibili­zar los negocios que se hacen desde y con el gobierno, el ascenso de nuevos oligarcas y la convenient­e comunión con miembros de viejas argollas para que les bauticen con honorabili­dad. El ingreso del bitcóin y la inversión de tanto tiempo, energías y recursos públicos en ese proyecto es un monumento a esos contrastes, amargas desigualda­des que cuentan década tras década la crónica de nuestro bicentenar­io.

A través de su comunicaci­ón y del contenido que ordena circular en los canales oficiales, el primer funcionari­o del país concentra la atención del público en un proyecto de negocios mientras los temas de interés de las mayorías hibernan ante la a ratos incompeten­cia y a ratos desconocim­iento del gobierno. Una exposición sincera sobre la crisis sanitaria un año después del encierro, la verdad sobre los hechos en Chalchuapa, si la Ley del Agua tendrá la misma retroactiv­idad que la Ley "Alabí", y si se perseguirá­n los posibles delitos denunciado­s por la CICIES sería un buen sitio para comenzar.

“Mi ideal político es la democracia. Cada uno debe ser respetado como persona y nadie debe ser idolatrado”. Albert Einstein, EN SU ENSAYO “EL MUNDO COMO YO LO VEO”.

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GERENTE EDITORIAL DE GRUPO LPG

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