Domingo 12º TO. San Marcos 4. 35-41. Ciclo B.
Cuando parece que nos hundimos después de trabajar arduamente contra la dificultad, es porque tenemos una fe débil.
Cae la tarde, Señor, ha sido un dìa intenso, no has parado de predicar y de sanar, e invitas a tus discípulos a ir “a la otra orilla”, dejan a la gente y te llevan en su barca, con varias millas recorridas se levanta un fuerte huracán, las olas rompen contra la barca y casi la llenan de agua.
Así es nuestra vida, una barca que se dirige por la vida hacia la otra orilla, es decir, hacia la vida eterna, en este interim surgen las tormentas, los huracanes, es decir, las dificultades, los momentos de pruebas, cuando todo se pone oscuro, no vemos màs que olas amenansando nuestra pobre barca y claro nos descontralamos, nos desesperamos pidièndote que nos ayudes, que nos saques de esta situación.
En estos momentos de caos humano, de confusión y hasta de hundimiento, Señor, pareces que estás dormido y lejano, incluso ausente del momento de la tormenta que estoy pasando. ¡Tan débil soy en mi fe y confianza!
Es en estos momentos, en los cuales soy consciente de que estoy al vaivén del viento, Tú presencia se debería hacer más viva y patente, pues sólo Tú puedes echarme una mano y solucionar lo que me está pasando. Qué lección me das para saber aprovechar, estas oportunidades de tormenta que me permites vivir para profundizar en mi amor y en mi fe.
Quizás sería bueno recordar las veces que, ante un peligro inminente, creía que estabas ausente de mi vida, y me has rescatado: el accidente que sobreviví, la calumnia de mi prójimo, la tentación del maligno, la fuerza de las pasiones, una mala decisión que me llevaría por un mal camino… Cuando parece que nos hundimos después de trabajar arduamente contra la dificultad, sea ésta cual sea, es porque tenemos una fe débil, tal vez solo teórica, pero no práctica. Aprendamos de la fe del niño pequeño: la primera reacción ante cualquier dificultad es confiar en su padre haciendo lo que sea para llamar su atención, y sentirse atendido.
Cuentan Señor, que en cierta ocasión se levantó en alta mar una tempestad aterradora que hacía bailar como un juguete una gran nave.los viajeros, pálidos de espanto, corrían enloquecidos. Las olas se levantaban espumosas... los flancos del buque crujían... Mas, en medio de tal espanto, un niño jugaba tranquilo en el camarote.
¸¿Es que tú no temes, pequeño?
¸¿Cómo voy a temer? El timón está en manos de mi padre. Esa es la respuesta del cristiano en medio de la tormenta, en medio de cualquier prueba, saber a ciencia cierta que el timón de su vida está en manos de su Padre celestial, y porque lo sabe ninguna desgracia podrá quebrantarle.